Soy egoísta o acaso presuntuoso cuando pretendo tener un Martí
propio, según mis lecturas, mis experiencias, mis deseos? Tal vez algún
lector estime que no pueden coexistir tantas apropiaciones diferentes en
una sola persona verdadera, carne y sangre en la historia. Pero si para
Lezama, como suele repetirse, Martí era un misterio, y para otros un
soñador, un fundador, un apóstol o un estilo inimitable e insuperable,
tendré cierto derecho a crear y creer en mi Martí.
El nombre de Martí empezó a intranquilizarme en su centenario, cuando
aún este niño que fui no había cumplido siete años. Recuerdo que en la
escuela pública de General Carrillo, mi pueblito remediano, la profesora
Antonia Núñez preparó un acto patriótico, y entre otros alumnos me
eligió para recitar una estrofa martiana al pie del busto que ese día
inaugurábamos en el patio.