Por Percy Francisco Alvarado Godoy.
El
fuerte ataque mediático promovido desde Estados Unidos por los sectores
anticubanos contra el cardenal Jaime Ortega, cuyo bullicioso corrillo fue
seguido por miembros de la contrarrevolución interna, representa un ataque
difamatorio no solo contra su persona, en particular, sino contra la Iglesia Católica
Cubana. El principal leiv motiv de esta
asonada mediática tiene como finalidad viciar el papel asumido por la iglesia a
favor de un mejoramiento entre los cubanos y, por ende, viciar las crecientes
relaciones entre la misma y el Estado.
La
Iglesia, por su parte, respondió responsablemente a estos infundios por parte
del portavoz del Arzobispado de La Habana, Orlando
Márquez: “Desde hace meses venimos
observando que se ha gestado un plan encaminado a dañar la figura del cardenal
Jaime Ortega y a la Iglesia Católica en Cuba y desacreditar la línea de diálogo
que ha venido articulando desde hace muchos años”. Rubricaron sus firmas los obispos y vicarios
del Consejo Episcopal de La Habana, sabedores que estas posiciones de la
contrarrevolución estaban orientadas a “abortar cualquier esfuerzo de
entendimiento y diálogo para buscarle una solución serena y beneficiosa a la
actual situación nacional”. Entre ellos se encontraban los obispos auxiliares
monseñor Alfredo Petit, monseñor Juan de Dios Hernández, monseñor Ramón Suárez
Polcari, monseñor Carlos Manuel de Céspedes, monseñor Rodolfo Loiz, entre
otros.
Ortega,
como hombre de Dios, nunca mintió al calificar de provocadores y delincuentes a
los perturbadores del Partido Republicano
de Cuba, que invadieron la sede de la Iglesia de la Santísima Caridad del
Cobre, en la Habana, días antes de la visita a Cuba de Benedicto XVI. Con total
certeza, desnudó esos sucios propósitos, en una actividad realizada el 24 de
abril pasado, en el Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller, de
la Universidad Harvard, en Cambridge, Massachusetts. Esta declaraciones
honestas levantaron el furor de los mafiosos y los ataques contra Ortega se
iniciaron, en una sucia avalancha de improperios y ofensas.
La
defensa de Ortega, de quien se dice siempre ha “procedido acorde con el
magisterio de la Iglesia”, fue defendida por dos revistas católicas
cubanas, Palabra Nueva y Espacio Laical, e, incluso, por parte del
jefe del parlamento cubano, Ricardo Alarcón de Quesada, quien puso del
desnudo
la vulgaridad y mala fe de la falaz campaña contra el Cardenal.
“Dime
quién me ataca, y sabré qué buscan”, reza un antiguo refrán. Obviamente, los
ataques contra Ortega partieron de Miami y fueron repetidos, en genuflexa
resonancia, por voceros de varios grupos contrarrevolucionarios dentro de la
Isla. Para nadie es un secreto: Las fuertes críticas a Jaime Ortega Alamino se cocinaron
por las propias autoridades norteamericanas, mediante un editorial firmado por
el director de la Oficina de Transmisiones a Cuba (OCB), donde se calificó de
“lacaya” la actitud de Ortega hacia el gobierno cubano. Radio/TV Martí lanzó,
pues, la primera piedra, siendo la misma mediatizada por The Washington Post,
en un trabajo de Phil Peters, experto en el tema Cuba del Instituto Lexington,
en Washington. Luego, creadas las condiciones, se desató la burda campaña
mediática, a la que sumaron, como marionetas, varios contrarrevolucionarios
dentro de la Isla.
La
mercenaria Martha Beatriz Roque Cabello, portavoz de la exigua Red Cubana de Comunicadores Comunitarios
(RCCC), declaró: “Simplemente creemos que
el diálogo que ha encabezado Ortega no se hizo con dignidad ni siguió la
doctrina de Cristo, porque si fuera así todos seríamos iguales en ese proceso
de diálogo”. Era suficiente. Para ella, en burdo protagonismo, la Iglesia
se ocupó de subestimar a “la disidencia” La torpe reflexión de Roque Cabello
hace pensar que la Iglesia hace ojos ajenos a su minúscula representatividad,
cuando en realidad, se preocupa por el destino y el bienestar de la mayoría de
los cubanos, no de grupos de falso protagonismo, cuya finalidad es dudosa en
extremo.
Otro
provocador de oficio, Guillermo Fariñas, también arremetió irrespetuosamente
contra Ortega, al declarar: “La actitud
que ha tenido contra la oposición pacífica es una vergüenza. Ortega debe actuar
como amigo de Dios y no del castrismo”.
Berta
Soler, jefa del grupúsculo Damas de Blanco, trato malintencionadamente de
minimizar la sucia campaña contra la iglesia, con la hipocresía que la
caracteriza: “Estoy segura de que no
existe una campaña de descrédito y menos contra la Iglesia” (…) “Las Damas de
Blanco no quieren ni van a desacreditar al cardenal. Lo único que le pedimos
ahora es que nos escuche y dé continuidad a la doctrina católica”. Mientras
tanto, es una de las principales críticas de la Iglesia tras bambalinas.
También
le tocó el turno a Andrés Carrión, ganador de una dudosa fama que lo ha
colocado en el “top ten star” de la gusanera, por el show protagonizado por él
en Santiago de Cuba, durante la visita papal. Adoctrinado por José Daniel Ferrer, movido por mantener su
efímero protagonismo, se sumó al show mediático, declarando: “Nosotros no tenemos ningún ánimo de lanzar
una campaña de mentiras o descrédito”, (…) “En todo caso creo que Ortega debe
estar más cerca de los oprimidos y al mismo tiempo tomar distancia de los
poderosos y la dictadura”.
No podía faltar en estos ataques el jurásico
mercenario Oswaldo Payá, autodenominado jefe del grupúsculo Movimiento
Cristiano Liberación (MCL), quien tildó incluso de “comisarios políticos” a los miembros de la
jerarquía laical de la Iglesia, y a los que culpa directamente del actual
posicionamiento de la Iglesia al lado del pueblo, Si de irreverencia se trata, Oswaldo
Payá, hace gala desmedida de la misma al declarar: "En Cuba, la Iglesia Católica, aunque perseguida, ha estado
siempre al lado del pueblo y proclamado el Evangelio. La confusión que se ha
generado a partir de ciertas posturas políticas, tomadas por quienes se han
convertido en los principales y casi únicos voceros, responsables de la imagen
pública de la Iglesia, no le hace justicia ni a ella misma ni al pueblo",
(…) "no es fácil distinguir la misión y la autoridad del Arzobispo de La
Habana como pastor" y "de su discurso y su accionar políticos".
Nadie
debe llevarse sorpresas en este asunto. La Iglesia sabe claramente que este
grupo de parásitos, dedicados a servir a un amo extranjero, carecen de
representatividad dentro del pueblo y que posicionarse cercana a ellos o
prestarse a su juego mediático anticubano, le haría perder el papel prestigioso
que ha ido ganando dentro de los creyentes y no creyentes cubanos.
No
es, ciertamente, una cuestión política. Es una cuestión de honestidad y de reconocer abiertamente que esos grupúsculos
no apuestan por la real interacción entre todos los miembros de nuestro pueblo.
Lo que la Iglesia trata de unir, ellos lo deshacen bochornosamente con
mentiras, componendas, mala fe y, sobre todo, con burdas falacias.
Los que deseamos un futuro de armonía entre los cubanos, repudiamos estas campañas.
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