Por Giraldo Mazola
Transcurrieron con velocidad supersónica los
dos primeros años del Triunfo de la Revolución; en realidad fueron como
otros dos años cualesquiera pero las transformaciones y cambios para el
bienestar de nuestro país fueron de tal magnitud e intensidad que daba
esa impresión.
En el acto conmemorando del segundo aniversario de la victoria del
Primero de Enero, en la Plaza Cívica, todavía no proclamada como Plaza
de la Revolución, el 2 de enero de 1961, el Comandante en Jefe a la vez
que denunció las reiteradas amenazas del gobierno de Estados Unidos y
los actos de sabotajes originados con impunidad desde su territorio,
advirtió que se pondría fin a las subversivas acciones de los
diplomáticos norteamericanos en Cuba, cuya cifra además de excesiva,
estaba plagada de a gentes de la CIA.
Nos dijo y les dijo a ellos, bajo una llovizna impertinente, que en
lo adelante tendrían que disponer de solo once diplomáticos, la misma
cifra de cubanos en nuestra embajada en Washington.
El ambiente estaba muy tenso. Las informaciones sobre un próximo
ataque contra nuestro país eran ostensiblemente públicas. Eisenhower y
Nixon, como confesaron después en sus memorias, ordenaron a la CIA el 17
de marzo de 1960, la preparación militar de la gusanera. Los sabotajes
contra nuestros cañaverales, fábricas y poblaciones por aviones procedentes del norte
eran constantes. Varios pilotos norteamericanos fueron derribados en
esos ataques terroristas. La base naval de Guantánamo, convertida hoy en
ilegal cárcel, fue reforzada con más de mil marines. La tragedia del
buque Le Coubre evidenciaba la mano oculta de sus servicios de
inteligencia para tratar de impedir que nos armáramos y defendiéramos.
Nuestro pueblo en pie de guerra estaba movilizado y el ardor patriótico vibraba por doquier.
La Revolución cubana, como continuidad histórica de la gesta
inconclusa que iniciaron los mambises, conquistó por fin su verdadera e
irreversible independencia.
Derrotamos un ejército entrenado, financiado y asesorado por el
gobierno norteamericano que fue, como los otros cuerpos castrenses en el
continente, el aparato diseñado para la represión popular.
La impunidad que prevaleció en la colonia y se enseñoreó en la
república mediatizada se liquidó y todos los que cometieron crímenes o
torturaron fueron juzgados y condenados.
El latrocinio con el que gobernantes civiles y militares saquearon al
erario público cesó y todas las riquezas acumuladas mediante el robo
fueron confiscadas.
La primera ley agraria incruenta de la humanidad eliminó el latifundio y entregó en propiedad la tierra a todo cubano que la laboraba honestamente.
Recuperamos nuestras riquezas mineras, nacionalizamos las
fundamentales industrias, la mayor parte de ellas norteamericanas,
realizadas en procesos inversionistas siempre desventajosos para el
país.
Conquistamos el derecho a hablar por cuenta propia y dejamos de ser
el apéndice domesticado del imperio en que nos convirtieron.
Surgía la república que soñó el Apóstol y el pueblo masivamente se
disponía a defender con su vida los derechos que le fueron conculcados.
Nunca antes un pequeño país en América se había erguido con tal
virilidad tras los sueños de Bolívar y Sandino.
La contradicción con el rapaz explotador de nuestro pueblo era cada
vez más violenta y explotó meses después con la invasión de Girón,
primera derrota militar del imperialismo en América.
Pero aún en estos momentos de máxima tensión, y en los que vendrían
luego, siempre los cubanos supimos distinguir entre los voraces
designios del gobierno de Estados Unidos y la amistosa mano extendida
del pueblo norteamericano.
Para participar en los festejos por el segundo aniversario del
Triunfo de la Revolución cubana acudió una brigada norteamericana y
canadiense de alrededor 450 integrantes del denominado Fair Play for
Cuba Committee.
Un periodista norteamericano que visitó la Sierra Maestra durante la
lucha armada y entrevistó allí a nuestros principales jefes
guerrilleros, Bob Tabor, quedó impresionado por su diáfana transparencia
y disposición al sacrificio en aras de los intereses de su pueblo y tan
pronto se iniciaron las primeras agresiones y campañas contra nuestro
pequeño país empeñado en recuperar su soberanía y sus riquezas, se
vinculó con otros compatriotas suyos y desde el seno de Estados Unidos
inició una campaña en defensa de esos derechos.
Después del vibrante discurso de Fidel, el día 3 de enero estaba
organizada la recepción oficial que el Presidente Osvaldo Dorticós
ofrecía en el entonces Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución,
a los invitados a dichos festejos, el cuerpo diplomático y el gobierno.
Dorticós, relevante abogado cienfueguero, cuya contribución en la
Resistencia Cívica al batistato fue notable, había sido designado en un
cargo ministerial novedoso y original: ministro de leyes
revolucionarias. Al no contar entonces con un parlamento que elaborara y
discutiera las leyes tuvo esa responsabilidad y el Consejo de Ministros
las aprobaba.
Es conocido el papel anti unitario de Urrutia como Presidente. Al
renunciar Fidel como Primer Ministro y denunciarlo públicamente, un
movimiento popular reclamó su retorno y la salida del Presidente. Al
sucederlo, Dorticós puso como condición para aceptar esa responsabilidad
mantener su salario de ministro y no residir en aquel Palacio donde
habitaron bandidos de toda laya.
La noche de la recepción, las salas del Palacio estaban atestadas y
alrededor de Fidel se arremolinaban cientos de visitantes ávidos de ver
de cerca y conversar con el Jefe de la Revolución y también rodeaban a
Dorticós ubicado en otro extremo del salón principal.
Fue en esa recepción que se conoció la noticia de la ruptura de
relaciones diplomáticas. Yo estaba alrededor del Comandante en Jefe
asegurándome que hubiera allí funcionarios del Instituto Cubano de
Amistad con los Pueblos, ICAP, capaces de traducirle y me había
desplazado a donde se encontraba Dorticós a supervisar lo mismo cuando
un asistente le susurró algo al oído.
Todos disfrutábamos un excelente tamal en cazuela cuando el
Presidente dijo: si la noticia que me acaban de dar se la hubieran dicho
a cualquiera de los presidentes que pasaron por este sitio les aseguró
que el plato se le hubiera caído. Como ven el mío no se cae y terminaré
de saborear este sabroso tamal. No se da cuenta el gobierno de Estados
Unidos que esta Revolución que encabeza Fidel es de un indestructible
basamento popular y la ruptura de relaciones diplomáticas que acaban de
hacer como preludio a la agresión que preparan, no nos intimida, ni
quita el sueño, ni me hace temblar a mí para que se me caiga el plato.
Así, con ecuanimidad, dio la noticia al grupo que le rodeaba.
La información se fue dispersando por todos los salones y fue una
conmoción para la delegación norteamericana. Se percataban que era el
preludio de una agresión.
Recibí la indicación de convocarlos al día siguiente en la mañana en la sede del ICAP, para reiterarles lo que para ellos era patente, es decir que estábamos convencidos de la diferencia entre los siniestros designios de su gobierno y los amistosos sentimientos del pueblo que representaban.
Recibí la indicación de convocarlos al día siguiente en la mañana en la sede del ICAP, para reiterarles lo que para ellos era patente, es decir que estábamos convencidos de la diferencia entre los siniestros designios de su gobierno y los amistosos sentimientos del pueblo que representaban.
Hoy, al recordar aquellos días aprecio que el querido amigo Lucius
Walker, creador y dirigente del movimiento de Pastores por la Paz, ha
sido un continuador de estas expresiones solidarias siempre existentes
del pueblo norteamericano.
Aquella reunión en el ICAP donde pensábamos que alguno de sus
integrantes estaría preocupado por su situación en un país al que el
suyo comenzaba a agredir, fue otra cosa.
Tras
mi breve explicación una voz en español chapurreado propuso donar
sangre como gesto posible y práctico de ayudarnos con algo de inmediato.
Desde allí mismo tuve que coordinar esa donación que fue masiva y esa misma mañana.
Conservo las fotos de un amigo norteamericano leyendo en la sala del
ICAP el periódico Revolución con el anuncio del inicio de la escalada
agresiva y otra de ese mismo amigo solidario donando sangre.
No es imposible imaginarse que esa sangre salvara a alguno de nuestros milicianos, herido meses después, en Girón.
(Tomado de Moncada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario