Osiel afirma que su carrera lo atrapó. Autor: Gabriel Dávalos |
«Sigan el camino que su corazón les dicte. No miren hacia
atrás». Ya había terminado la entrevista y el destacado bailarín
principal del Ballet Nacional de Cuba (BNC) volvió sobre sus pasos para
pedirle a JR la oportunidad de ofrecer un consejo a
otros jóvenes como él. Bien lo sabe Osciel Gounod, quien tomó como
bandera las palabras que alguna vez una estrella internacional como es
su ídolo Carlos Acosta le dijera: «Siempre mira en el cielo el límite».
Nacido en el popular Versalles, en Matanzas, ese reparto que ama, de
«fiesta, guaguancó, rumba, todo mezclado...», Osciel admite que su
encuentro con el ballet se produjo gracias a que su madre quiso
asegurarle una plaza en la Escuela Vocacional de Arte Alfonso Pérez
Isaac. «Aprobé música, pero mi mamá pensó que había demasiados
muchachos, y no le importaron los tabúes. “Prueba, me dijo, y si quieres
luego te cambias en segundo año”.
«Reconozco que al principio no me gustó para nada. Me lucía muy
aburrido pararme en una barra todas las mañanas. A los nueve años eso
era un castigo: “Debes hacer esto, los pies son rotados, el empeine
apretado...”, me exigían, y aquello era demasiado para mí. Hasta que un
bailarín de Prodanza, que vivía cerca de la escuela, pasó por allí y nos
enseñó unos videos de Carlos Acosta.
«¡Nunca antes había visto ballet! Descubrir a Carlos fue como
encontrarme a mí mismo. Por ahí empezó todo», cuenta este joven artista,
quien acaba de ser incluido en el Libro de Honor del Gran Teatro de La
Habana «por su brillantez técnica y expresividad, en el solo La destrucción del danzante»; pieza que estrenó en el recién finalizado Festival Internacional de Ballet de La Habana.
—¿Y la de Matanzas resultó una buena escuela?
—En Matanzas surgieron los cimientos de Osciel. Mis maestros fueron
excepcionales, dedicados, responsables. Y también tuvieron mucha
paciencia conmigo.
—¿Es que eras muy intranquilo?
—Algo inquieto. Sobre todo en la escolaridad. Formaba parte de un
grupo donde solo había seis varones que, a decir verdad, éramos lo peor.
Después quedamos tres, y dos pudimos llegar a la Escuela Nacional de
Ballet (ENB). Con ellos pasé una parte esencial de mi vida. Con ellos
trabajaba muchísimo en las clases de ballet, pero también me iba al río
en los turnos de escolaridad, a pesar de que mi madre me regañaba muy
fuerte. “¿No se percatan de que están jugando con su futuro?”, nos
inquiría. Sí, éramos un poco intranquilos, pero estudiábamos y salíamos
bien en los exámenes.
«Por eso aprovecho ahora para decirlo públicamente, aunque ella lo
sabe. Quiero agradecerle a mi madre por su entrega y preocupación, por
su amor constante, y a mi abuela, quien ya no está físicamente, porque
fue el motor de arranque de mi carrera: una mujer excepcional, como lo
ha sido toda mi familia».
—Entonces, cuando entraste en la ENB el ballet ya formaba parte de tu existencia...
—Definitivamente. Marqué mi propio camino desde que esta carrera me
atrapó. Sucedió rápidamente, en segundo año, con diez u 11 años, época
en que coleccionaba cuanto video de ballet me caía en las manos, a pesar
de que estaba en Matanzas. No me perdía, bajo ningún concepto, La danza eterna.
Los miércoles, a las nueve y cuarto, estaba Osciel frente al televisor,
listo para grabar. El ballet se volvió un vicio para mí, a ello
contribuyó mucho una amiga, Yaimí Mederos Moronca, quien desde los 12
años, junto a su familia, ha estado a mi lado estimulando el crecimiento
de mi amor por esta excelente profesión.
—¿Cómo te fue en La Habana? ¿Resultó muy difícil el paso de nivel?
—Entré en el 2005. Y sí, para cualquier muchacho de provincia el pase
de nivel es superdifícil, porque como quiera que sea en la capital las
condiciones son más propicias para el desarrollo del ballet. En La
Habana, además de que se suceden las presentaciones y puedes encontrar
muchos referentes, si los padres se percatan de que sus hijos poseen
algo de elasticidad y empeine, enseguida lo matriculan en un taller
vocacional, pero eso no ocurre en los otros territorios. Y en nuestro
caso temíamos, sinceramente, que no nos escogieran.
«Luego, mi maestra de ballet, Erín Nieto, y la de los ensayos, Ana
Julia Bermúdez, confiaron en mí desde el primer momento. Ya me conocían
de cuando participé en un concurso mientras cursaba el cuarto año de
nivel elemental. Ellas estaban convencidas de que podían sacarme algo,
de modo que llegando a la ENB me propusieron ensayarnos La fille mal gardée, a Dariela González y a mí.
«Desde los 15 años estuve interpretando La fille...,
extrayéndole el máximo partido a su personaje principal. Luego vinieron
otros pas de deux que fui haciendo míos gracias a la entrega de
maestras inolvidables como Normaría Olaechea, Martha Iris Fernández,
Elena Canga, Ramona de Saá, la mismísima Mirtha Hermida..., mientras
participaba en diferentes concursos nacionales e internacionales».
—Cuéntanos de esos certámenes...
—Bueno, antes de entrar a la ENB no tenía ni idea de que existieran
esos eventos internacionales. Por los videos conocí de Varna, Jackson,
Moscú... Y no te niego que quería verme en alguno de ellos para medir la
presión que se sentía. Me veía dándole glorias a mi país. Al mismo
tiempo, notaba el empuje de amigos míos como Yonah Acosta y Yanier
Gómez, cuyos éxitos me inspiraban a hacer más, más y más.
«Como Yonah participé en el Concurso Mundial de Ballet de Beijing, y
como él obtuve medalla de oro. También estuvimos en Varna, donde
conquisté la plata..., pero, me pasé esos tres años de la ENB tratando
de alcanzar el máximo reconocimiento en el concurso nacional, e
invariablemente ocurría algo. Bueno, el bailarín nunca llega a ser
perfecto, siempre hay cosas que pulir, que mejorar...
«Esa alegría me sorprendió en el último intento, cuando gané el Grand
Prix, el oro y el Premio a la mejor pareja. Tal vez mucha gente me
conozca por mi quehacer en esas competiciones. Y yo he estado trabajando
muy fuerte hasta hoy, siguiendo los paradigmas de Carlos Acosta, José
Manuel Carreño, Joel Carreño..., para convertirme en un bailarín no solo
reconocido, sino también en uno realmente bueno».
—¿Pero conociste la presión, o los concursos fueron como tomarse un vaso de agua?
—¿¡Cómo un vaso de agua!? ¡De ninguna manera! Existe presión ¡y
considerable! Porque uno va con la idea de ganar, de obtener un premio,
aunque hay conciencia de que puede no ocurrir. Entonces, la presión se
siente como si llevaras todo el peso del mundo encima. De ello fui muy
consciente en Varna, donde competían más de 300 bailarines y en cada
ronda eliminaban cien. Es casi imposible que los nervios no te jueguen
una mala pasada. Pero como uno había trabajado tan duro, entonces se
llamaba a capítulo para que nadie fuera a pensar que, como se dice en
buen cubano, te ibas a «rajar», a «aflojar».
«Claro, también tenía a Ana Julia Bermúdez muy cerca: “Si has llegado
hasta aquí ha sido por ti mismo. Debes demostrarle a ese jurado que
vinimos para hacerlo bien y para dejar el nombre de Cuba bien alto. Esto
es pa’lante y pa’lante”. Esas palabras no se me olvidan. Gracias a ese
impulso salimos airosos en Bulgaria. Porque en la segunda vuelta,
mientras interpretaba Bayadera (pas de deux) resbalé en uno de los pasos intermedios de la variación.
«Era de noche y bailábamos con un cansancio tremendo (estábamos
levantados desde las 6:00 a.m. para ensayar) en un escenario sin
linóleo, en un tabloncillo “pelao” y al aire libre. Ocurrió, y en una
milésima de segundo pensé: Aquí se acabó todo, pero sentí el grito de
Ana Julia: “Sigue, no te detengas”. Me paré como un resorte y continué
como si nada hasta el final. Me quedó la preocupación de qué
determinaría el jurado, pero es evidente que se dio cuenta de que no
había sido por problemas técnicos».
—¿Estabas seguro de que integrarías el BNC?
—Uno nunca sabe. Se han visto no pocos casos de buenos bailarines que
no han podido formar parte de su nómina. Este es un arte donde lo
estético, lo visual, determina. Por tanto, lo subjetivo puede incidir
mucho a la hora de la elección. Sin embargo, luego te encuentras dentro
de la compañía con bailarines incapaces de avanzar. No porque sean
malos, sino porque no aman la carrera, mientras otros que la adoran, que
se han esforzado toda la vida, fueron vetados y dejados a su suerte,
sin tenerse en cuenta sus trayectorias, sin antes darles la oportunidad
de que prueben su valía.
—¿Qué ha significado el BNC para ti? ¿Extrañas tu tiempo de estudiante?
—Todos los buenos momentos se extrañan, y la escuela fue
espectacular. Extraño a quienes son mis amigos desde entonces, Yosvani
Rodríguez y Pablo Antonio. Pero el Ballet Nacional de Cuba ha sido otra
gran escuela. He enfrentado roles importantes que me han hecho crecer
como artista y ser humano; personajes que me han obligado a estudiar, a
preocuparme por aprender cosas que desconocía. Así es la carrera de un
bailarín: nunca terminas de aprender. Incorporas conocimientos nuevos a
diario, claro, si eres preocupado, si tienes interés en tu carrera.
—¿Cuál consideras que fue el momento de despunte dentro de tu carrera?
—Cuando me dieron la oportunidad de interpretar al Alain de La fille...
Un reto para mí, pues posee una de las variaciones más complejas que
existen. Como si fuera poco, lo interpreté en dos funciones en las
cuales también bailaba Rítmicas, con Verónica Corveas.
Los maestros me preguntaban: “¿Crees que puedas con todo esto?”. Y yo
respondía: “Señores, yo nací en Versalles, donde se hacen cosas mucho
más difíciles (sonríe). ¡Vamos a hacerlo!”.
«Después vinieron el bufón y otros roles de solista de El lago de los cisnes. Asumí muchos papeles secundarios y de cuerpo de baile en Coppelia, Cascanueces, Don Quijote... Hasta
que apareció Sigfrido, mi primer gran desafío, que defendí con un dedo
medio fracturado. Pero ante las adversidades uno debe crecerse.
«Más tarde protagonicé La Cenicienta, Don Quijote, Coppelia..., ballets como Canto vital y Tema y variaciones,
que parece que fue concebido para “complicar” a los bailarines. Posee
una música que eriza, pero no sé el “problema” de George Balanchine con
Alicia Alonso e Igor Youskevitch. De verdad que se las puso bastante
difícil, como para que no pudieran sacarlo adelante, pero lo lograron, y
después nos ha tocado a nosotros enfrentar tamaño reto».
—¿Sueños?
—Mis sueños no han cambiado. No he querido ser «como», pues cada uno
tiene su estrella, su camino. Deseo ser un bailarín reconocido
internacionalmente, y sobre todo continuar bailando en mi país, porque
uno no puede perder sus raíces. Nunca.
—¿Cuál es la fórmula de Osciel para enloquecer al público?
—No sé. Me gustaría imaginar que el público se percata de que detrás
hay una entrega ilimitada, absoluta, un deseo de superación constante.
Quizá también se deba al carisma, a la técnica... Te hablaba hace un
rato de mi sueño de ser reconocido internacionalmente, pero olvidé
decirte que no me complacería que ello sucediera sin antes haberlo
logrado en mi país, porque me encantaría ser, como se dice, profeta en
mi tierra.
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