viernes, enero 25, 2013

Obama en Cuba

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En un hecho sin precedentes, todos los cubanos tuvimos la oportunidad de ver en vivo, por la televisión nacional, la ceremonia inaugural del segundo mandato del presidente Barack Obama.

Presenciamos un acto sobrio y tradicionalista, frente a una imagen del capitolio que se me antoja más imponente que la real, donde otra vez impresionó la personalidad y capacidad de comunicación del mandatario, así como la cantidad de personas que asistieron al evento, aunque fue menor y menos entusiasta que hace cuatro años. Para los cubanos, al menos los mejor enterados, no dejó tener un valor simbólico que dos personas de nuestro origen, un pastor y un poeta, tuviesen cierto protagonismo en la actividad y fuesen escogidos precisamente por representar la diversidad y la tolerancia.


Desde mi punto de vista fue un buen discurso, en el cual, más allá de la obligada retórica a que nos tienen acostumbrados estos actos, donde se exalta hasta el delirio la supuesta superioridad del pueblo norteamericano y los valores divinos de su sistema político, Obama tuvo la audacia de traer a colación problemas muy graves de esa sociedad y tratarlos con un nivel de complejidad que no es común en los políticos de ese país.

Es cierto que también fuimos testigos de mentiras monumentales, como que ha terminado una década de guerras y la recuperación económica ha comenzado. No obstante, si limpiamos la paja, podremos encontrar elementos novedosos, que explican por qué Obama, más allá de sus inconsistencias y debilidades, representa un momento nuevo de la política de Estados Unidos.

Como era de esperar, el presidente hizo un llamado a la unidad de los estadounidenses, pero si lo miramos con detenimiento, encontraremos que no se habló de una unidad sin matices, como superficialmente ha comentado la prensa, sino que se basó en principios recogidos en la Constitución, los cuales, según dijo, “aunque son verdades evidentes, nunca han sido ejecutadas por sí solas”, con lo que hizo un sutil repaso crítico de la historia norteamericana.

Otro elemento doctrinario que no debe ser pasado por alto, es el énfasis del discurso en la igualdad. Debemos ser iguales “no solo ante los ojos de Dios, sino ante nuestros propios ojos”, dijo el presidente, y afirmó que debe existir “una medida básica de seguridad y dignidad” para todos los ciudadanos. Está claro que Obama está a mil millas de ser socialista, pero dicho esto en un país que rinde culto al individualismo y el egoísmo no deja de tener relevancia, ya que incluso asumiéndolo con la duda de que se trata de un ejercicio demagógico, nos indica la necesidad de satisfacer los requerimientos de sectores de la población que ya no pueden dejar de ser escuchados.

Insistiendo al respecto, planteó la idea de que “el país no puede triunfar si solo a unos pocos les va muy bien, mientras una crecientemente mayoría apenas puede sobrevivir”, lo que se corresponde con su política de aumentar el impuestos a los más ricos y propiciar el estímulo económico mediante beneficios a la clase media, en contraposición con las tesis de los conservadores. Incluso se metió con los monopolios, al decir que el mercado libre solo prospera cuando hay reglas que aseguren la libre competencia y el fair play. La gente de “Ocupa Wall Street” pudiera firmar esta declaración, esperemos que el presidente no se haya limitado a robarles el discurso.

También en franca oposición con los sectores conservadores, Obama mencionó la necesidad del cuidado del medio ambiente y se comprometió con la evaluación científica que alerta sobre los peligros del cambio climático. De la necesidad de programas de asistencia social y salud pública mejorados, que protejan a los más desvalidos. Defendió la tolerancia racial frente a una diversidad que él mismo representa, así como se definió públicamente a favor del derecho de las mujeres y los homosexuales. Propuso mayores oportunidades a los inmigrantes, lo que alienta las esperanzas de una reforma migratoria, así como mejoras en la educación y una mayor protección física de los estudiantes, lo que evidentemente está relacionado con insistir en el control de las armas, para al menos paliar la epidemia de las masacres en las escuelas.
En el campo de la política exterior, más allá de la confesión imperialista implícita en la afirmación de que la expansión de la “democracia norteamericana” no solo es buena para el resto los pueblos, como dice la propaganda, sino para los propios intereses norteamericanos, Obama adelanta conceptos que pudieran indicar una aproximación distinta a los problemas mundiales y el papel de Estados Unidos en los mismos.

En primer lugar, no puede ser un olvido involuntario que la palabra “terrorismo” no se mencione en el discurso, ni la “guerra contra el terrorismo” aparezca como el objetivo primario de la política exterior norteamericana, cuando ha sido su basamento en los últimos años.

Tampoco debe pasar inadvertido que al mismo tiempo que venera a los “bravos hombres y mujeres en uniforme”, algo común en la retórica política de ese país, exalte también a los que han sabido “ganar la paz” mediante la negociación, afirmando que “garantizar la seguridad y la paz duradera, no requiere de la guerra perpetua”. “Debemos mostrar el coraje de tratar y resolver nuestras diferencias pacíficamente con otras naciones”, dijo Obama, algo que sabemos es una promesa incumplida, pero tiene significado el hecho que lo reafirme.

Si alguien lee mis artículos de la época, con seguridad encontrará que, contrario a las grandes expectativas que generó su elección en 2008, era bastante escéptico respecto a las posibilidades reales de Obama para materializar sus propuestas. Esta interrogante sigue en pie, toda vez que efectivamente una de las grandes debilidades de su primer mandato, fue precisamente su incapacidad para hacer valer las cosas que había prometido, debido a las exigencias del sistema.

Sin embargo, debo confesar que, contrario a los que ahora le niegan toda credibilidad y opinan que todo continuará como antes, creo ver señales más estimulantes respecto a lo que pudiera ser el curso de su política en los próximos años, aunque tampoco espero cambios sensacionales.

Si miramos su ejecutoria más reciente, veremos que Obama se opuso con bastante firmeza a las posiciones republicanas en los debates presupuestarios; ha enfrentado al poderoso lobby de la Asociación Nacional del Rifle en el tema del control de armas y su discurso de investidura no fue conciliador a costa de ceder en principios, como había ocurrido en otras ocasiones. Incluso en el caso de Venezuela, donde la enfermedad del presidente Hugo Chávez fue vista como una oportunidad de la extrema derecha y han presionado en este sentido, su gobierno ha actuado con mesura y respeto.

Pero más que actitudes coyunturales, muestras de un carácter más decidido o el despertar de una conciencia social que se nutre del sufrimiento de sus ancestros y el suyo propio, lo que me motiva a pensar de esta manera es que las posiciones de Obama están a tono con realidades que Estados Unidos no puede evadir. Ni es sostenible una situación interna explosiva por su propia naturaleza, ni la decadente hegemonía norteamericana puede basarse solamente en el uso indiscriminado de la fuerza, como hasta ahora.
 
Algunos analistas opinan que si las ideas manifestadas por el presidente se convierten realmente en su agenda política, se producirá una batalla campal en el Congreso y la opinión pública estadounidense, polarizando aún más esa sociedad. Tal vez sea cierto y ello resulte inevitable. Pero si Obama pretende “reinventar” el país, como acaba de decir, y dejar un legado que se corresponda con el impacto social que significó su elección, no tendrá más remedio que asumir este riesgo con tanto valor como lo hicieron Abraham Lincoln y Martin Luther King, sobre cuyas biblias juró lealtad a la nación.

Ojalá este sea su propósito y le vaya tan bien, que quizás sea posible que el pueblo norteamericano, algún día no muy lejano, tenga la oportunidad de ver en vivo por la televisión, un discurso del presidente Raúl Castro.

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