Por Raúl Antonio Capote
Tomado de Granma
Tomado de Granma
- Se trata del instrumento jurídico fundamental del Gobierno de la Casa Blanca contra Cuba, con la pretensión de convertirnos en una dependencia colonial de ellos
La
Ley para la Libertad y la Solidaridad Democrática Cubana es un engendro
vengativo que va dirigido a quebrar el alma de Cuba, mediante una gran sangría,
provocando un inmenso shock que la deje postrada para siempre. Es el proyecto
de exterminio de una nación.
Vamos
a imaginar dos escenarios hipotéticos, digamos que imposibles para los que
tenemos fe en la capacidad de resistencia y valor de nuestro pueblo.
Primero:
El enemigo imperialista y sus aliados, haciendo uso de su poderío militar,
logran ocupar la mayor parte del país y establecer un gobierno de transición,
luego de proclamar el fin de la Revolución.
Segundo:
La desunión, el engaño, el desaliento sembrado por el enemigo, la traición,
hacen que «dejemos caer la espada» como en 1878 –no se descarta un Baraguá–. Se
establece un gobierno de transición y las tropas estadounidenses ocupan el país
para garantizar la llegada de «ayuda humanitaria».
¿Tendríamos
entonces elecciones «libres y democráticas»? No, ese gobierno de
tránsito, nombrado a dedo por las tropas intervencionistas, no puede convocar
elecciones hasta que el Congreso de Estados Unidos no lo apruebe.
El
presidente estadounidense o su procónsul nombrado al efecto, debe elaborar cada
seis meses un informe al Congreso sobre cómo marcha el proceso de transición en
la Isla ocupada. Nos asalta entonces una duda, ¿cuánto durará ese proceso si
establecen cada seis meses la necesidad de un informe? ¿Qué tiempo permanecerán
en territorio nacional las tropas yanquis? Respuesta para ambas preguntas: No
se sabe (se recomienda leer el Plan Bush).
Al
fin, después de quién sabe cuántos años, el Congreso de EE. UU. aprueba que se
realicen elecciones. ¿Qué pasa con el bloqueo económico, comercial y
financiero? ¿Acaso se levantó cuando se proclamó el fin de la Revolución? No,
no se levantó, ese no es el plan, se mantiene intacto durante la transición,
como férreo mecanismo de presión.
Bueno,
ya finalizó la transición, ya tenemos presidente y gobierno al estilo y al
gusto yanqui. ¿Quitarán el bloqueo? Cabría pensar que sí, pero no, eso no es lo
que establece la aberración que lleva la firma de Helms y Burton, el presidente
o su procónsul deben certificar al Congreso que se han devuelto o pagado su
valor o indemnizado a sus «antiguos propietarios» estadounidenses, incluidos
los cubanos convertidos después de 1959 en cubano-americanos, todas y cada una
de las propiedades, nacionalizadas, intervenidas o decomisadas de acuerdo con
las leyes revolucionarias apegadas al Derecho Internacional.
La
«indemnización» o «compensación» según calcularon expertos estadounidenses en
1997, tendría un valor aproximado de 100 000 millones de dólares. Se contempla
también la renegociación del acuerdo sobre la Base Naval de Guantánamo, sin
garantías para su devolución.
Nuestras
casas, nuestras tierras, nuestras escuelas, nuestras fábricas, nuestros centros
de recreación, nuestros hospitales, nuestros centros de investigación, todo lo
que haya quedado, libre de la depredación de las grandes transnacionales
durante el periodo de transición, de país ocupado –recordar 1898–, pasaría a
manos de los antiguos propietarios o de los que compraron esos bienes a los
dueños originales, y lo que es peor, a manos de especuladores, cobradores de
deudas y bandidos de toda laya.
Para
pagar los procesos, las indemnizaciones y las deudas, los gobiernos cubanos
tendrían que recurrir a préstamos, por ejemplo al FMI, que generarían intereses cada vez mayores y
crearían una espiral inacabable de saqueo.
Existen
personas en Estados Unidos, empresas y grupos de negocio que han comprado
«propiedades» en Cuba a sus «antiguos dueños», personas que trafican con el
valor de esas propiedades, que poseen títulos reales o falsificados, que se
mueven en un mercado extraño, ilegal en todos los sentidos.
Especuladores
inmobiliarios han vendido parcelas a futuras constructoras, existen diseños de
«La Habana futura», un gran negocio para el que se afilan los dientes no pocas
hienas, que sueñan con barrer municipios enteros y construir supermercados
Walmart, McDonald’s, casinos de juego, enormes edificios de oficinas, barrios
caros para gente muy rica y condenar a la gran mayoría de la población
capitalina, a las villas miserias tan abundantes en las grandes ciudades de
América Latina.
Caeríamos
en manos de los fondos distressed o holdouts, más conocidos como fondos buitre.
Los cubanos tardaríamos años en pagar una deuda casi impagable, pues ¿cómo
podría pagarla un país arrasado, esquilmado, empobrecido por la guerra y la
ocupación, un país que habría perdido a una buena parte de sus hijos en edad de
trabajar y producir? Quedaríamos en manos de garroteros dispuestos a «chupar»
hasta la última gota de la riqueza nacional.
Vamos
a hablar claro, a lo cubano, no lo lograrán, como dijo Fidel, el pensamiento y
la obra de los comunistas cubanos perdurarán. Cuba perdurará, «los cubanos
somos de hierro y podremos resistir las más duras pruebas». Nos levantaremos
una y otra vez a defender la libertad, generación tras generación.
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