Cuba se vio forzada a luchar por su existencia frente a una potencia  expansionista, ubicada a pocas millas de sus costas, que proclamaba la  anexión de nuestra isla, cuyo único destino era caer en su seno como  fruta madura. Estábamos condenados a no existir como nación.
En la gloriosa legión de patriotas que durante la segunda mitad del  siglo XIX luchó contra el aborrecible coloniaje impuesto por España a lo  largo de 300 años, José Martí fue quien con más claridad percibió tan  dramático destino. Así lo hizo constar en las últimas líneas que  escribió cuando, víspera del rudo combate previsto contra una aguerrida y  bien pertrechada columna española, declaró que el objetivo fundamental  de sus luchas era: “… impedir a tiempo con la independencia de Cuba que  se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa  fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y  haré, es para eso.”