domingo, enero 29, 2006
Cubanos, sin distinción
Comparto con ustedes este interesante comentario publicado hoy por Juventud Rebelde Dominical, bajo la pluma del colega y amigo Pepe Alejandro, como cariñosamente le llamamos. Sirva para demostrar los esfuerzos y realizaciones de un proceso revolucionario que lucha incansablemente por equiparar las oportunidades de todos los cubanos.
Lamentablemente, un buen trozo de la vida cotidiana de Cuba no recala en la noticia, por desequilibrios de la información. En los medios de prensa nacionales se desborda la apología que no siempre deja ver la realidad tal cual es. Y en la agenda de muchos medios foráneos hay ya un guioncito preestablecido que sataniza al país y lo simplifica.
En los últimos tiempos, y sin un reflejo periodístico elocuente, vienen acortándose de manera discreta aún, diferencias y desigualdades de las llamadas provincias “del interior” con respecto a la capital, en cuanto a calidad de la vida. Ello se expresa en aspectos como la equiparación de las normas en ciertos productos alimenticios racionados: arroz, huevo, café, chocolate…, comienzan a modificarse ciertos tratamientos y distinciones que privilegiaban a Ciudad de La Habana por encima del resto del país.
Ya no hablo de los programas sociales que han beneficiado a muchos sectores poblacionales de los rincones más alejados del país: atención médica de primera con la última tecnología, y la más trascendente tecnología que es el capital humano, escuelitas perdidas —o más bien encontradas— en la montaña, computadoras mediante; las primicias en la modernización energética, incluyendo el arsenal electrodoméstico. Tan así, que por Pinar del Río comenzó la emboscada definitiva a los apagones.
La Revolución nunca abandonó a ningún territorio o región. Y en los años fundacionales el esfuerzo esencial se concentró en el país profundo. Fue una cruzada de la justicia desbrozando los marabusales del olvido y el desamparo, abriendo caminos y levantando vidas a costa de relegar los fulgores y espejismos de la gran ciudad, esa Habana lumínica que vio deteriorarse algunos de sus pilares.
Han sido muchos los contratiempos, como ese pertinaz bloqueo norteño, casi genético ya. Algún día se levantará el gran monumento al pueblo cubano por la proeza de sobreponerse a tantas adversidades, entre ellas la de un especial período que todo lo desarticuló, menos la resistencia y la intuición de que debían salvarse cosas entrañables, contra la lógica de la teoría del naipe.
Pero en ese homenaje habrá que reconocer que los ramalazos de la crisis se hicieron sentir más en el resto del país y que, aun cuando los problemas de la gran ciudad se multiplicaban en megaproporciones, otras poblaciones pusieron una cuota de sacrificio mayor en descensos sustanciales del nivel de vida, en apagones más intensos de todo lo que se había alcanzado, en estrechamiento de horizontes. Eso lo saben bien en Cacocum o en Esmeralda, en muchos parajes que fueron aislándose entre caminos destrozados, falta de medios de traslación y tantas desgracias y soledades.
Estas diferencias, que ni por asomo pueden compararse con las grandes asimetrías de este mundo sálvesequienpueda, son las que explican el afán migratorio hacia la orilla de piedra y asfalto del malecón. Por más alertas demográficas y medidas que se adopten para frenar los viajes sin retorno hacia la capital, solo el acortamiento de los contrastes, sin fatalismos geográficos, podrá ir atenuando esa tendencia.
Por eso aplaudo las más recientes acciones que intentan disminuir la brecha. Y hago votos porque se ensanchen los caminos del mejoramiento y comience a despejarse el inventario de muchos problemas acumulados por todo el país, donde tanta gente buena y talentosa crece como verdolaga.
A fin de cuentas todos somos cubanos. Y a esta perla de Isla, la naturaleza le privilegió con el alma de una sola raza, mezclada, pero una sola y un poderoso sentimiento de unidad nacional. Entonces, que cada vez más nos salpiquemos todos por igual con el progreso. Y nadie se extravíe con sutiles o vulgares resentimientos regionales, esos que irrumpen de vez en vez con alevosía en ciertos escenarios o en mofas y estereotipos. Afortunadamente, poco diferencia al farero que ve primero el Sol allá en Maisí de su colega en el Cabo de San Antonio, el último en despedirlo. Cubanos. Ya se dice todo.
José Alejandro Rodríguez
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