miércoles, octubre 09, 2019

El Che que aprendimos a querer: De carne y hueso


Por Sergio I. Rivero Carrasco

Como un gran paradigma y guía de millones de revolucionarios transformadores y altivos en el mundo, el Che no puede ser un mito, una imagen, una consigna; su valía radica en que logró ser ese ideal de hombre y revolucionario de todos los tiempos sin perder las más hermosas esencias del ser humano. Si apreciamos con detenimiento las imágenes publicadas junto a sus hijos, podemos apreciar el derroche de ternura y amor que desprenden su mirada en armonía recíproca con los infantes.


Ernesto Guevara, sencillamente el Che para millones de personas de todas las latitudes, es uno de esos ideales surgidos desde una realidad histórica concreta, que rebasó con su accionar cualquier encasillamiento o dogma, desde los primeros años de la década del 50 del pasado siglo, cuando comenzó a tallar su nombre en el imaginario latinoamericano, caribeño y tercermundista en general, a partir de la coherencia ejemplar entre su ideario y real comportamiento: Un hombre que supo ser consecuente con sus principios y actuar en correspondencia con ellos.
Ese hombre de carne y hueso, con más virtudes que defectos, con penas y alegrías, un altísimo concepto y amor por sus hijos y la familia, del sentido del deber, la disciplina y la libertad, rebozado de amor por el prójimo, es el que alimenta el sentimiento de los cubanos, de cada joven y especialmente los niños, que cada ocho de octubre, como hermoso homenaje, reciben la pañoleta que los distingue como integrantes de la Organización de Pioneros José Martí, y con el brazo en alto en marcial saludo, lanza su consigna de honor: “Pioneros por el Comunismo, ¡Seremos como el Che!”

Incontables lecciones de heroísmo fueron entregadas por él desde su unión a Fidel y los expedicionarios del Granma en México, hasta el momento de su muerte en combate en Quebrada del Yuro, en Bolivia, víctima de una redada del ejército en esa nación al servicio entonces de los intereses oligárquicos y pro- imperialistas.

Desde muy joven aprendí a amar al Che; los de mi época tratábamos de superarnos para alcanzar las cualidades que él consideraba debía tener el “hombre del Siglo XXI” al que aspirábamos, ese que se entregaba cada día a su labor o cumplía sencillamente con el deber; cumplidores del trabajo voluntario que él ideó para apoyar la producción; Jóvenes con valores patrióticos, sentimientos de amor por los demás seres humanos, capaces de compartir lo que se tiene sin interés alguno, o sencillamente entregarlo por la satisfacción de haber hecho algo útil prodigando alegría y bienestar.

Ese joven que no conoce de egoísmo, vanidad o vanagloria, y sí practica con altruismo y sencillez, la solidaridad, el internacionalismo, con un profundo sentimiento antiimperialista, sinónimo de estar en contra de la injusticia, el desalojo, las diferencias de clases, raza y sociales; es oponerse a la explotación y la opresión. Fue el Che quién nos enseñó con profundo humanismo que sentir en lo más profundo cualquier injusticia cometida contra cualquiera, en cualquier parte del mundo, era la cualidad más linda de un revolucionario.

El pasado año tuve la oportunidad de leer el libro “¿Cómo era el Che?”, del escritor y periodista cubano José Mayo; en él nos entrega una reflexión muy integradora acerca su humanismo, a partir de un grupo de testimonios de personas que lo conocieron o han escrito acerca de su vida y obra. Una de las más humanas expresiones la ha hecho el General de Brigada y Héroe de la República de Cuba Harry Villegas: “No hubo un solo momento en que el Che perdiera el control, entusiasmo y la confianza en la victoria. Todavía el propio día 8 de octubre, él pensaba en las posibilidades del éxito y por eso estaba analizando cómo salir de la zona y buscar otra parte del territorio boliviano en donde continuar la lucha. (…) Él no concebía la muerte, solo como una algo hipotético, porque en la guerra se llevan dos jabas: la de ganar y la de perder. Pero hablar de la muerte como tal, jamás la mencionó. El Che murió como vivió: lleno de optimismo”.

Con su lectura reforcé mi concepto de que mi Che nunca podrá ser un mito, ni un estandarte, precisamente porque todas las cualidades que nos mostró con su ejemplo cotidiano no están lejanas de nosotros, son conductas y valores que podemos incorporar. Me ayudó a conocer más sus ideales patrióticos y revolucionarios, descubrir aspectos poco conocidos de su vida y de los que junto a él, como Fidel, Raúl, Camilo, y Almeida, entre muchos otros, han sido paradigmas de hombres de este tiempo, de carne y hueso. La historia ha demostrado y dirá la última palabra.


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