Por Sergio I. Rivero Carrasco
Foto: Archivo familiar
“…
yo soy tu sangre mi viejo
soy tu silencio y tu tiempo.”
Piero
Los que en algún momento de nuestras vidas hemos acariciado la insustituible sensación de felicidad al convertirnos en padres, en poder abrigar en nuestros brazos a esa personita que deslumbra y ennoblece, también arropamos la inmensa responsabilidad de asegurar que crezcan colmados de amor, alejados del odio y las injusticias: Es el legado de Papá Enrique, ese hombre grande de tamaño y espíritu que nos impregno el hermoso deseo y voluntad de convertirnos en padres excepcionales con infinito cariño y apego a nuestros hijos.
Ese fue también el ejemplo cotidiano de nuestro padre, el que tampoco cejó en el empeño de hacer de nosotros hombres honestos, sencillos, amorosos y justos. Empeño, que aún en las más difíciles condiciones de vida y existencia material, siempre dio prioridad a los sentimientos, los valores que enaltecen la existencia humana, la vida de relaciones apegada a la familia, al trabajo creador y al amor.
Muchas lágrimas se bebió en silencio, pero siempre frente a nosotros, sus hijos, resplandecía de placer diciendo que éramos la familia más rica del universo porque teníamos amor para rebosar nuestras vidas y también para repartir a todos los que lo necesitaban. Era el alto sentido de responsabilidad que lo compulsaba y lo hacía vibrar, exactamente igual que nos sucede hoy con los nuestros y los nietos, porque el legado es eterno, y mientras existamos debemos comportarnos de un similar modo.
Nada puede demeritar la condición de padre, ni disminuir su valor por no ser la persona que engendra al hijo. El padre es también parte de ese engendro, pieza clave e insustituible no solo por el proceso biológico, sino por el emocional. La figura paterna es insustituible n el ámbito familiar, no para el regaño, fruncir el ceño y dar las órdenes que no reparar en justificaciones. Por el contrario, es el que complementa ese amor y convicción que aporta la seguridad a los hijos y a la familia, es el ideal que en silencio sus descendientes se crean como paradigma de vida.
Para los padres los hijos no envejecen. Crecen, estudian, se titulan, se convierten en trabajadores y crean también su familia; pero siempre los verán como cuando comenzaron a gatear o dar los primeros pasos, cuando el brazo certero de Papá no podía abandonarlos por temor a verlos caer.
Para ser padres excepcionales también se necesita voluntad, entereza y convicción. Es que la condición de padre, viene en los genes de los hombres y se modelan durante la vida, generalmente para crecer y ser mejores que sus predecesores y más abiertos a la vida y la educación por los sucesores. No hay choque de generaciones, hay continuidad y crecimiento cualitativo, lo que no puede faltar para que la vida fluya y la realización personal y social de los hijos se abra nuevos horizontes.
Hoy es el Día de los Padres, el tercer domingo de junio; día hermoso para redimensionar el amor, añorar el cariño y dedicación de los que por naturaleza o incidencias de la vida no nos acompañan, y también para disfrutar de la sonrisa y ocurrencia de los hijos y nietos, los que están cercanos a nosotros o los que la tecnología ayuda a sentirlos también muy cerca.
Hoy Papá Enrique, ese hombre excepcional que siempre me acompaña con su legado, estará mirándome por sobre los espejuelos, me tenderá el brazo sobre los hombros y echará a caminar junto a mí y los míos por este tiempo hermoso que nos ha tocado vivir.
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