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domingo, febrero 03, 2013

Sí, le podemos sonreír a la vida

Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz en 1980.
Autor: Roberto Ruiz
Por Nyliam Vázquez García
 Tomado de Juventud Rebelde
  • La unidad latinoamericana frente a toda clase de amenazas, la seguridad hemisférica desde la cultura, la educación y el cuidado del medio ambiente, la libertad de los Cinco y el deber ser en los jóvenes son algunos de los temas comentados por el premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel 
Cuando se viven jornadas intensas, amanece más temprano o eso parece. No se niega, por el contrario, llega al diálogo con los lectores de JR sonriente. Adolfo Pérez Esquivel, premio Nobel de la Paz en 1980, lleva sandalias y una camisa con las mangas remangadas. Se sienta y habla de lucha, de optimismo, de identidad latinoamericana.

El Apóstol de los cubanos vuelve como inspirador, y su pensamiento «muy, muy actual» ilumina el paso de Latinoamérica.

«Martí miró desde Cuba a todo el continente y esto es lo importante. Fíjate —apunta con acento argentino— que muchos intelectuales, pensadores de la época, libertadores, se reflejaron en la cultura europea o se miraron en el espejo de los Estados Unidos. Y Martí, desde sus viajes por México, Venezuela, por las Antillas, por el mundo tuvo mirada hacia adentro», comentó.

El más universal de los latinoamericanos


Por Mariene Vázquez Pérez

  • A 160 años de su natalicio, José Martí sorprende cada día con su palabra infinita
El cubano de hoy siente que lo sabe todo de José Martí: hemos crecido a la sombra de su legado gracias al influjo de la escuela primaria, los medios de comunicación masiva y la tradición oral. Su pensamiento nos llega casi siempre fragmentado, ajeno a su contexto, como axioma infalible. Todo esto ha ido generando una especie de saturación, que hace exclamar a muchos incautos: «¡¿Otra vez Martí?!».

Sí. Otra vez Martí. Y muchas otras veces, y la saciedad nunca se habrá alcanzado. Incluso los que nos dedicamos de manera sistemática al estudio de su obra, compartamos o no cada uno de sus principios, nos sorprendemos cada día ante su palabra infinita. Un verbo proteico, que se erige con firmeza singular y hermosura indudable en el documento íntimo, la crónica periodística, el discurso patriótico, el verso amoroso, el cuento para niños o la proclama política. Un pensamiento que abarca, en su extensión e intención, a la Isla querida y sus vasos comunicantes con la gran patria americana, la metrópoli norteña, el viejo continente, y los pueblos más humildes y aparentemente distantes de nuestro entorno.