Por Pedro Blanco Oliva
Una simple lectura del artículo de Ramón Sánchez Parodi, publicado en el diario Granma el pasado 5 de enero, bajo el título: En los caucuses de Iowa hubo una “revuelta”, pone de relieve la superioridad del sistema político cubano sobre las llamadas democracias representativas de los países capitalistas.
Lo primero que marca la deferencia es la postulación de los partidos de sus candidatos y la lucha intestina entre los del mismo bando.
La otra, la fortuna que deben tener los pretendientes para mantener una campaña propagandística que en estas presidenciales se perfilan como las más costosas.
Ya en fecha tan lejana como el 9 de mayo de 1885 en un comentario referido al tema enviado al periódico La Nación de Buenos Aires, el más universal de todos los cubanos señalaba: “…Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde Mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso”.
Y hasta una que otra afiliación religiosa, descontando claro, los chismes y posiciones ante cualquier acontecimiento trivial, cuenta.
Nosotros en cambio, y no hay peor ciego que él que no quiera ver, el único partido heredero del Partido revolucionario Cubano fundado por Martí para juntar y amar; no postula ni hace propaganda en las elecciones.
Aquí resulta intrascendente que te llames Barack Obama, Hilary Clinton, Michael Huckabes o José Rodríguez. Sólo cuentan las actitudes, los valores de honestidad y el sacrificio que supone servir al pueblo, sin cobrar nada por ello.
Por eso lo del voto unido, que no es capricho de nadie, es ser consecuente con un actuar que se aproxima a los 50 años, frente a una potencia imperialista que se ha empeñado todo el tiempo en dividirnos.
Ante tal desafío a los cubanos de hoy no les queda otra alternativa el venidero 20 de enero, cuando elijamos a los Diputados a la Asamblea nacional del Poder Popular, que ceñirnos a la máxima del Apóstol cuando sentenció: Quien se levanta hoy por Cuba, se levanta para todos los tiempos.
Lo primero que marca la deferencia es la postulación de los partidos de sus candidatos y la lucha intestina entre los del mismo bando.
La otra, la fortuna que deben tener los pretendientes para mantener una campaña propagandística que en estas presidenciales se perfilan como las más costosas.
Ya en fecha tan lejana como el 9 de mayo de 1885 en un comentario referido al tema enviado al periódico La Nación de Buenos Aires, el más universal de todos los cubanos señalaba: “…Es recia, y nauseabunda, una campaña presidencial en los Estados Unidos. Desde Mayo, antes de que cada partido elija sus candidatos, la contienda empieza. Los políticos de oficio, puestos a echar los sucesos por donde más les aprovechen, no buscan para candidato a la Presidencia aquel hombre ilustre cuya virtud sea de premiar, o de cuyos talentos pueda haber bien el país, sino el que por su maña o fortuna o condiciones especiales pueda, aunque esté maculado, asegurar más votos al partido, y más influjo en la administración a los que contribuyen a nombrarlo y sacarle victorioso”.
Y hasta una que otra afiliación religiosa, descontando claro, los chismes y posiciones ante cualquier acontecimiento trivial, cuenta.
Nosotros en cambio, y no hay peor ciego que él que no quiera ver, el único partido heredero del Partido revolucionario Cubano fundado por Martí para juntar y amar; no postula ni hace propaganda en las elecciones.
Aquí resulta intrascendente que te llames Barack Obama, Hilary Clinton, Michael Huckabes o José Rodríguez. Sólo cuentan las actitudes, los valores de honestidad y el sacrificio que supone servir al pueblo, sin cobrar nada por ello.
Por eso lo del voto unido, que no es capricho de nadie, es ser consecuente con un actuar que se aproxima a los 50 años, frente a una potencia imperialista que se ha empeñado todo el tiempo en dividirnos.
Ante tal desafío a los cubanos de hoy no les queda otra alternativa el venidero 20 de enero, cuando elijamos a los Diputados a la Asamblea nacional del Poder Popular, que ceñirnos a la máxima del Apóstol cuando sentenció: Quien se levanta hoy por Cuba, se levanta para todos los tiempos.
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