¡FELICIDADES, COMANDANTE!
Un poeta empezó a escribir los versos del himno redentor de la Patria la noche del 13 de agosto de 1867. Otra madrugada de ese mismo día, 59 años después, nació un niño a quien sus padres llamaron Fidel Alejandro. El mismo que abriría las puertas de La Habana y de Cuba a una historia nueva el primero de enero de 1959. Traía, como Martí, la estrella y la paloma en el corazón. Desde entonces marcha frente al pueblo.
Allá, en el Norte, algunos dan vueltas a la bola mágica y le preguntan a la Muerte cuándo se acabará Fidel; sueñan con destruir las piedras levantadas en la muralla solidaria, el monumento erigido a la dignidad humana, las ideas que ondean como banderas limpias.
A los que pretenden ensuciar nuestro jardín, con apagar la voz que lleva dentro la utopía conquistada y el paradigma, les hacemos saber nuestra decisión de forjar el Comandante en Jefe que cada soldado de la Patria lleva dentro y multiplicamos la batalla de la cultura, la ética de la resistencia y esos poemas que atan, corazón a corazón, a cada cubano:
Cuando Fidel fue al Moncada con un grupo de valientes y dos mujeres heroínas, cuando vino en el Granma y se hizo palma en la montaña, cuando bajaron todos del pico alto con estrellas verde olivo; Cuba se moría de sed, la más difícil de todas, la sed de justicia denegada. Era preciso la lluvia... pelearon y triunfaron.
Siempre recuerdo aquella carta que Fidel dirigió a Celia donde le asegura que su destino verdadero iba a ser pelear contra el imperialismo yanqui.
Y ese ha sido nuestro destino colectivo: “¡Fidel, seguro, a los yanquis dale duro!”: Nunca ha sido un mensaje de odio contra el pueblo norteamericano, ha sido la respuesta a los “barcos-águilas”, a las “botas de siete leguas”, al imperio que no perdona nuestra audacia...
Fidel ve más lejos que muchos hombres, piensa en lo que nadie ha pensado, ve la victoria más allá del inminente revés; sus zancadas de visionario le permiten adelantarse a los acontecimientos. Es cierto, “viaja al futuro y vuelve entonces a contarnos lo que vio”.
No recuerdo la primera vez que escuché el nombre de Fidel; tal vez en alguna concentración de los agitados años ´60... Pero su nombre vino junto al nombre palma, montaña y Revolución. Cinco letras que pedíamos a viva voz los niños de mi escuela, como quien pide un arma, un sueño, la vida...
Fidel, como Martí, son símbolos de la esperanza lanzada al horizonte perpetuo que busca la humanidad para luchar por un mundo mejor.
A los que sueñan con su muerte, les recordamos que él nació junto al himno. Su nombre puede ser escrito una y otra vez con la sangre del propio combatiente moribundo, su nombre es una idea multiplicada en el corazón de las palmas y de cada nuevo niño que en Cuba se levanta.
Lic. Julio César Sánchez Guerra