Foto: Tomada de Internet |
Por sus valores humanos y periodísticos reproduzco en el blog el trabajo publicado por la periodista Yuliet Calaña en la Web Islavisión.
Por Yuliet Calaña
Hace unos
años renuncié a uno de mis placeres preferidos: mirar a los ojos a mi hermano.
Lo hice cuando un terrible accidente con un caballo le arrancó de cuajo uno de
sus ojos y a mi familia –también de cuajo- la mitad de nuestra felicidad. La
otra mitad era que estuviera vivo y había que aferrarse a ella.
Después
del incidente mi hermano nos dio lecciones a todos. La primera fue no tomar
ninguna represalia con el animal que lo dejaba discapacitado a sus 24 años, ni
siquiera deshacerse de él quiso, como le sugerimos. De hecho, sigue siendo la
yegua preferida en su establo y sus hijas pequeñas las primeras palabras que
aprendieron a decir fueron: papá, mamá y “mala”, el apodo que se le quedó a la
potranca después de aquello.
Julito,
el médico que atendió a mi hermano durante el proceso pre y post operatorio
decidió que la noticia de que no vería más de un ojo se la diera un psicólogo,
pero él que ya sospechaba le dijo en la primera cita: “no se me ponga bravo,
pero a mí no me tiene que convencer de nada, estoy claro de lo que viene, pero
estoy vivo y eso es suficiente. Mi psicólogo soy yo”. Desde entonces también se
convirtió un poco en el psicólogo de todos nosotros.
Y aunque siguió adelante con su vida, trabajando como un mulo y dándome sobrinos preciosos, usando gafas más para protegerse que por complejo, yo nunca pude volver a mirarlo a los ojos. Él me hablaba y yo siempre miraba al techo buscando las telas de araña. Me estrujaba demasiado el alma entrarle de frente. Y siempre me quedó la duda de si él se daba cuenta de eso… hasta hoy que supe que sí. Llegó y me dijo:
“lo siento, pero tienes que hacerlo porque quiero
que me digas cómo me queda esto”.
Entonces
me atreví… lo miré de frente y no supe distinguir entre el natural y el
artificial… los dos perfectos, movibles… de un color caramelo luminoso. Y me
puse a pensar en cómo de tanto repetir que en Cuba la salud es gratuita
terminamos por dejar de calcular la magnitud de nuestra fortuna. Pensé también
en mi tía que lleva más de nueve misiones internacionalistas haciendo milagros
como estos en los más recónditos parajes del mundo. Y en cómo no hay salario
que cubra la grandeza de los médicos cubanos que te devuelven -así de gratis-
el placer de volver a acurrucarte en los ojos de tu “hermanito”, de casi dos
metros de estatura.
Ahora
estamos aquí reunidos en casa, como aquel fatídico día, llorando también, pero
ahora de felicidad y deshaciéndonos de un montón de gafas que ya no vamos a
necesitar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario