Cuando los almendros necesitaban curarse de miedos por una posible
tala a manos de insensibles, allí estaba ella, defendiendo la vida de
los tallos y las ramas porque de pequeña supo que existen latidos más
allá de los humanos.
Cuando hacía falta una broma inolvidable que alegrara el equilibrio
de la familia numerosa, allí estaba ella disfrazada de fantasma,
pintando un caballo para que el dueño se asustara, cerrando una llave de
paso para dejar al visitante enjabonado.