Por Atilio Borón
Tomado de Cubadebate
Como es sabido, cada nuevo turno presidencial en los Estados Unidos despierta en algunos espíritus ingenuos la esperanza de que “ahora sí”, América Latina y el Caribe van a ocupar el lugar que se merecen en la agenda de la Casa Blanca. Esta tendencia está profundamente arraigada en vastos sectores de las sociedades latinoamericanas, reforzada por la infantil ilusión que despierta la presencia de un afrodescendiente en la Casa Blanca. No obstante, durante ochenta años la historia se encargó de demostrar la absoluta vacuidad de esa retórica.
En efecto, fue Franklin D. Roosevelt quien en su discurso inaugural
(4 de Marzo de 1933) anunció con bombos y platillos su “política del
buen vecino”. Poco después, en Diciembre de ese mismo año su Secretario
de Estado, Cordell Hull, declaraba en una conferencia panamericana en
Montevideo que “ningún país tiene el derecho de intervenir en los
asuntos internos o externos de otro.” Al poco tiempo esta política del
buen vecino mostraba su verdadero rostro al bendecir la tiranía de
Anastasio Somoza en Nicaragua y convalidar el alevoso asesinato de
Augusto César Sandino, el líder guerrillero que había derrotado y
provocado la retirada delas fuerzas de ocupación norteamericanas
instaladas en Nicaragua desde 1909.