Por Ana María Radaelli
Revisando mis viejos y muy queridos archivos de papel, me topo, de pronto, con una entrevista realizada hace 30 años ya, publicada en Resumen Semanal de Granma, y después de releerla, la asociación de ideas no se hizo esperar. Salta a la vista por qué la desentierro hoy.
Fue uno de los ángeles exterminadores que nos mandó el cielo de
El “Caso petróleo” pasó a los anales de la infamia como uno de los planes criminales más siniestros que jamás se haya organizado contra Cuba: la voladura de la refinería Ñico López habría arrasado la ciudad de
De entrada me dice que el delito que se le imputó fue el de ser agente de
Según él, en un principio simpatizaba con
Pero todo puede resolverse, ¿no? Entonces, me dice, “forcé la situación, y me aceptaron, pero me dijeron que ellos eran solamente subagentes de
Una vez graduado de ingeniero, decidió regresar a Cuba para integrarse a las filas de la contrarrevolución. Como no había recibido una respuesta definitiva de sus reclutadores, “mandé un telegrama a
Ya en Cuba, debía enviar información de tipo económico. Traía los materiales necesarios, afirma, “papel especial, pastillas para revelar, etc.” Entonces se puso a buscar trabajo. Contaba con amigos que estaban en el sector del petróleo, y fue así, siempre según él, como entró a trabajar en la refinería Ñico López, de
En cuanto a la paga, “aunque uno no quiera recibirla,
Y llegamos al meollo del asunto: el paso a cosas más serias… “Sí, un sabotaje. Hacer volar la refinería Ñico López.” Afirma no acordarse muy bien si
Y con la vida de cientos de miles más, le hago notar, pero sólo se estruja las manos, nervioso, mientras se le incendia la cara de tachas rojas. Para ese fin recibió explosivos y dinero, ya que debía reclutar a algunos “ayudantes”, asegurar el transporte y llevar a cabo, y con todo éxito, por supuesto, la exfiltración, es decir la huida de Cuba. Aclara haberse negado a organizar una red, ya que siempre cabe la posibilidad de una penetración por parte de los órganos de
Como me había dicho que era profundamente religioso, le confieso no comprender cómo pudo combinar la doctrina del “amor al prójimo” con la muerte certera de tanta vida inocente, a lo que me respondió: “Su pregunta es correcta. Sí, se iba a realizar una matanza a gran escala, ése era un acto de guerra, pero en la guerra siempre hay matanzas de inocentes”, pero no quiere explayarse sobre “la guerra” no declarada del imperio contra Cuba.
La voladura de la Ñico López no tuvo lugar. ¿Qué falló? “El que falló fui yo. Pienso ahora que
Expresa haber sentido entonces un gran alivio. “Sabía que con la mitad de los cargos que pesaban sobre mí, podían fusilarme. Estaba convencido de que se me impondría la pena capital. Y no me fusilaron. Los jueces fueron generosos, se me trató bien. Quizá influyó el hecho de que yo era muy joven, pero también sé que el ser ingeniero agravaba mi caso, pues yo sabía muy bien, técnicamente, todo lo que podía pasar. Tenía pleno conocimiento de las consecuencias del crimen que iba a cometer.”
Fue condenado a treinta años de cárcel y “estaba casi contento, la condena era benigna. Jugué y perdí. Pero se me perdonó la vida y tenía que pagar. Me acogí entonces al plan de rehabilitación. Cuando estuve a punto de perderla, me di cuenta de que amaba la vida”.
Sobre el atentado a un avión de Cubana de Aviación, frente a las costas de Barbados, en 1976, en el que murieron las 73 personas que iban a bordo, piensa que fue “un hecho salvaje”, para en seguida añadir: “Usted podrá pensar que es cinismo mío, y decirse, este tipo, que iba a volar una refinería de petróleo, ahora me sale con que lo de Barbados fue un crimen… Pero era otra época, era la guerra, eso sí fue un crimen de inocentes. No olvide que el que le habla tiene hoy 39 años, y cuando aquello, sólo
La entrevista finaliza, pero antes me pide agregar algo más: “Hago frente a estas declaraciones, me guste o no, porque hay que decir la verdad. Puede que alguien crea que me han hecho un lavado de cerebro, pero nunca olvidaré que, a pesar de ser un enemigo violento, generosamente se me perdonó la vida”.
Quizá al lector le suceda lo mismo que a mí. Porque es imposible, después de leer estas líneas, no pensar inmediatamente en los cinco Héroes cubanos, presos y castigados ciegamente, con toda saña, más allá de toda lógica y raciocinio, por el sólo hecho de haber intentado descubrir e impedir que se cometan acciones terroristas como la que acabamos de leer, y cuántas más que no conocemos, justamente porque ellos, o patriotas revolucionarios como ellos, las hicieron fracasar.
El comportamiento de la justicia cubana refulge como el oro. La de los Estados Unidos, enlodada como está, se torna invisible.
No podremos dormir en paz hasta que René, Fernando, Gerardo, Tony y Ramón estén de regreso en casa, junto al pueblo desvelado que sufre esta ausencia, que padece el castigo de saberlos prisioneros de un imperio despiadado que se cobra, con ellos, tanto polvo mordido, tanta derrota infligida por este pequeño país de gigantes.
Hay que hacer como dice una hija de Ramón: “Cuando me despierto, me digo: ¡Este día va a ser también de lucha!”.
Luchemos, pues. Sin cansancio, sin desmayo.