El Papa Francisco en la pastoral de la Plaza de la Revolución. Foto: Alessandra Tarantino/ AP |
Angelus
Agradezco al Cardenal Jaime Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, sus amables palabras, así como a mis hermanos Obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos. Saludo también al Señor Presidente y a todas las autoridades presentes.
Hemos oído en el evangelio cómo los discípulos tenían miedo de preguntar a Jesús cuando les habla de su pasión y muerte. Les asustaba y no podían comprender la idea de ver a Jesús sufriendo en la Cruz. También nosotros tenemos la tentación de huir de las cruces propias y de las cruces de los demás, de alejarnos del que sufre. Al concluir la santa Misa, en la que Jesús se nos ha entregado de nuevo con su cuerpo y su sangre, dirijamos ahora nuestros ojos a la Virgen, Nuestra Madre. Y le pedimos que nos enseñe a estar junto a la cruz del hermano que sufre. Que aprendamos a ver a Jesús en cada hombre postrado en el camino de la vida; en cada hermano que tiene hambre o sed, que está desnudo o en la cárcel o enfermo. Junto a la Madre, en la Cruz, podemos comprender quién es verdaderamente «el más importante», y qué significa estar junto al Señor y participar de su gloria.