sábado, julio 30, 2011

La represión y el silencio cómplice de los indignos


Por Antonio Muñiz

Una vez más los hechos demuestran cuál es el accionar de los indignos, la represión o el silencio cómplice, cuando tienen que afrontar hechos como la muerte de un preso en España que permaneció cinco meses en huelga de hambre en una cárcel de la ciudad de Teruel, y que incluso recibió alimentación forzada.

El reo, de origen marroquí y nombrado Tohuami Hamdaoui, murió el pasado 25 de julio, tras denunciar durante su prolongado ayuno que fue víctima de un error judicial que lo condenó a 16 años de prisión por una supuesta agresión sexual.

El Gobierno español, los desgastados partidos políticos tradicionales y la prensa de esa nación ibérica, además de la Unión Europea (UE), todos "paladines de los derechos humanos", han escondido, silenciado o minimizado el fallecimiento de Hamdaoui, contrario al escándalo que protagonizan cuando un acontecimiento similar ocurre en otro país, especialmente si es de Latinoamérica y supuesto adversario de Estados Unidos.

La hipocresía y la doble moral otra vez se ponen de manifiesto en la exmetrópoli española y la culta Europa, que vociferan como papagayos ser defensoras de los derechos humanos, pero al mismo tiempo callan cuando diariamente los violan.

La represión llevada a cabo por la policía contra el movimiento de indignados que en los últimos meses estremece a España es otro ejemplo de la deshonestidad de los políticos y los medios de información de ese Estado, al igual que de las autoridades de la UE, que han virado la cara ante el actuar violento de los gendarmes contra jóvenes civiles indefensos.

Ni una sola condena o anuncio de sanción internacional se ha escuchado hasta el momento ante la represión desatada en España contra los indignados, y menos aún por la muerte del preso marroquí, claro está, considerado un ciudadano de segunda, o quizás de quinta categoría en el llamado Viejo Continente.

Los indignos de nuevo hacen de las suyas con toda impunidad, sin el menor escrúpulo y a nombre de su aullada democracia, por cierto menos creíble cada día, y cada vez más cuestionada por las nuevas generaciones de europeos.

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