Una conocida agencia europea de noticias transmitió anteayer desde Sydney, Australia, que “un grupo de investigadores australianos de la Universidad de Nueva Gales del Sur anunció la creación de un cable eléctrico diez mil veces más delgado que un cabello, capaz de igual conducción eléctrica que un cable de cobre tradicional.”
“…Bent Weber, jefe del proyecto realizado en la universidad australiana, en un trabajo publicado por la revista Science explicó que ‘poder efectuar conexiones de cables a esa escala microscópica será esencial para el desarrollo de los futuros circuitos electrónicos’”.
“El cable fue creado por físicos australianos y estadounidenses con cadenas de átomos de fósforo dentro de un cristal de silicio: el nanocable cuenta apenas con cuatro átomos de ancho por uno de alto.”
“El hallazgo es esencial en la carrera internacional para desarrollar la primera ‘computadora cuántica’, máquinas superveloces capaces de procesar enormes cantidades de datos en pocos segundos: una serie de cálculos que llevaría años, o incluso décadas, a las computadoras actuales.
“En un cable de cobre tradicional, la electricidad se genera cuando los electrones de cobre fluyen a lo largo del conductor: pero a medida que el cable o conductor se hace más pequeño, la resistencia al flujo eléctrico se hace mayor.
“Para superar este problema Weber y su equipo utilizaron microscopios especialmente diseñados con precisión atómica, que les permitieron colocar los átomos de fósforo en los cristales de silicio.
“Esto permitió que el nanocable actuara como el cobre, con los electrones fluyendo fácilmente y sin problemas de resistencia. ‘Estamos mostrando con esta técnica que es posible minimizar componentes hasta la escala de pocos átomos’, indicó Weber.”
“Si vamos a usar átomos como bits, necesitamos cables a la misma escala de los átomos” -observó la física Michelle Simmons, supervisora del trabajo.
Con estos indetenibles avances tecnológicos que debieran servir para el bienestar de la humanidad, recordaba lo que hace apenas cuatro días escribí sobre el calentamiento de la Tierra y la explotación acelerada del peligroso gas de esquisto, en un mundo que en doscientos años está consumiendo la energía fósil acumulada durante 4 000 millones de años.
Imaginé a Obama, buen articulador de palabras, para quien, en su búsqueda desesperada de la reelección, los sueños de Luther King distan a más años luz que la Tierra del planeta habitable más cercano.
Peor aún: cualquiera de los congresistas republicanos presidenciables, o un líder o lideresa del Tea Party carga más armas nucleares en sus espaldas que ideas de paz en su cabeza.
Imaginen los lectores por un minuto esa poderosa calculadora cuántica capaz de multiplicar por infinitas veces los datos que hoy recogen las modernas computadoras.
¿No es acaso obvio que lo peor de todo es la ausencia en la Casa Blanca de un robot capaz de gobernar Estados Unidos e impedir una guerra que ponga fin a la vida de nuestra especie?
Estoy seguro de que el 90 por ciento de los norteamericanos inscriptos, especialmente los hispanos, los negros, y el creciente número de la clase media, empobrecidos, votaría por el robot.
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