Fue sabia la decisión de abrir este espacio especial dentro de una
conferencia internacional dedicada a José Martí en su aniversario 160.
Vamos a hablar sobre un libro que él habría leído con amoroso interés
en alguna noche de insomnio, en la soledad de su pobre aposento, sin
que lo apartase de su lectura el frío rumor del Hudson. Allí, en Nueva
York, el Apóstol
había descubierto antes que nadie la naturaleza oculta de aquella
sociedad, la corrupción y la violencia de la que brotaba un Imperio cuya
amenaza él convocara a resistir. Lo habría leído con emoción y asombro
al rencontrarse en sus páginas, en cinco jóvenes que supieron como él
vivir dentro del monstruo y preservar intactas la dignidad y el amor a
la Patria lejana. Son ellos, con su altruismo irreductible, quienes
rinden a José Martí, desde hace ya casi quince años, el tributo más
puro.
El caso de nuestros cinco compatriotas injustamente castigados en Estados Unidos
por luchar contra el terrorismo que tanto dolor ha causado a nuestro
pueblo necesitaba de una obra como la que hoy presentamos. Faltaba una
voz que fuera capaz de llegar al corazón de la gente, sin retórica
vacía, sin la cansona repetición de fórmulas estereotipadas, con la
fuerza creadora de un escritor para quien el lenguaje no guarda
secretos, un periodista que no conoce límites en su afán investigador.
El capitán Dreyfus estaría aún sepultado en la ignominia, Sacco y
Vanzetti jamás habrían sido, aunque tardíamente, reivindicados si Emil
Zola y Félix Frankfurter, no hubieran sabido asumir su responsabilidad
ética e intelectual. Eso es justamente lo que ha hecho mi querido y
admirado amigo Fernando Morais.
A Fernando no le hacía falta publicar este libro para promover o
consolidar su bien ganada reputación como uno de los mayores escritores
de nuestro tiempo. Sus obras, reproducidas en incontables ediciones, se
leen en todo el mundo y prácticamente en todos los idiomas. Por su
innegable maestría ha penetrado a través de los grandes circuitos de la
llamada industria cultural, incluyendo el cine, sin haber jamás
renunciado a sus convicciones ni a su condición de artista independiente
ni a su lucidez e integridad intelectual.
No le voy a agradecer lo que ha hecho porque esta no es una obra de
encargo, nadie le pidió y por supuesto, mucho menos, le indicó lo que
habría de escribir. Aunque contó con los testimonios de otros y se
nutrió con la revisión de inagotables fuentes documentales, ésta es su
obra, pertenece por entero a Fernando, es suya como La Isla, Olga, El Rey de Brasil, Montenegro, El Mago
y otras que forman parte de una brillante trayectoria que en el futuro
nos traerá muchas más, estoy seguro, de excelencia semejante.
Aclaro lo que acabo de decir. Por supuesto que la gratitud que él
merece es grande porque siempre rescata de la rutina y la mediocridad un
oficio que no todos los escritores aprecian ya como una misión
humanista.
Cuando trató, desgraciadamente sin éxito, de salvar la vida a dos
inocentes, Frankfurter repitió una frase que parecía como un ruego
desesperado a los intelectuales y a los periodistas de su tiempo: “Please, read the transcripts”
(Por favor, lean las actas). Porque la inocencia de aquellos humildes
inmigrantes italianos estaba claramente demostrada en las actas y
documentos del Tribunal de Massachusetts. La inocencia de Gerardo,
Ramón, Antonio, Fernando y René la comprueba quienquiera que lea lo que
consta en la documentación de la Corte Federal del Distrito Sur de la
Florida en el voluminoso expediente titulado Estados Unidos versus Gerardo Hernández et. al.
La gente común no hace tal cosa. No estudia los tortuosos procesos
judiciales, no tiene tiempo para recorrer las interminables y farragosas
disputas de jueces, fiscales y abogados. Depende de los medios, de lo
que diga su diario local, de lo que reporten la radio o la televisión.
Depende, en fin, de lo que digan los periodistas, quienes divulgan la
información o la manipulan o la esconden.
Este libro es, entre otras cosas, una indagación periodística
encomiable que ilumina incluso aspectos claves del juicio desconocidos
hasta ahora, como los antecedentes del Majesty of the Seas y de su capitán que sirvieron para calzar la mentira norteamericana sobre la provocación del 24 de febrero de 1996.
Fernando hizo lo que pocos han hecho. Se batió con las decenas de
miles de páginas del caso más largo de la historia norteamericana, buscó
y habló con quienes tuvieron relación con el proceso en Cuba
y en Estados Unidos, hurgó en archivos y bibliotecas y sobre todo, se
empeñó por descubrir, más allá de los papeles, quiénes eran las personas
involucradas, los seres humanos protagonistas de una historia real que a
veces desafía la imaginación.
El resultado no es una explicación jurídica de este prolongado y
complicado proceso.
Tampoco es un alegato probatorio de la ilegalidad
cometida contra los Cinco ni una descripción detallada de sus vidas o de
la lucha que ellos libraron para salvar a su pueblo y a otros del
terrorismo. Sin dejar de tratar estos aspectos importantes, a ello no se
contrae el libro que también ofrece en diestras pinceladas el contexto
de lo que sucedía en Cuba y en Estados Unidos, y las tensiones públicas y
privadas entre ambos países, mientras se desarrollaba la saga de estos
hombres.
El libro se propone una meta superior imposible para quien no posea
el genio de un artista verdadero. Sin ser la biografía de ninguno de
ellos, sin embargo, nos acerca a los héroes y los muestra como los seres
de cuerpo y alma que son. Al asomarnos así a su humanidad concreta nos
revela la dimensión exacta de su heroísmo, un heroísmo, sin embargo,
nada distante del lector.
Por eso “Los últimos soldados de la Guerra Fría” ha alcanzado
una impresionante difusión en Brasil, donde se han agotado varias
ediciones y ha merecido especiales reconocimientos. Hoy sale ésta, la
primera versión en castellano y debo anunciar que ya se trabaja para que
pronto se pueda presentar una nueva edición en Cuba.
Son muchos los que gracias a este libro conocieron en Brasil
la verdad de nuestros Cinco hermanos y accedieron a una historia que el
Imperio y sus grandes corporaciones mediáticas han condenado al
silencio y al olvido. Para ellos cayó el muro de la ignorancia con que
se ha tratado de impedir que la justicia prevalezca. Serán muchos más
los que accedan a la verdad a medida que se multipliquen futuras
ediciones en inglés y en otros idiomas.
El libro aparece cuando se le requiere con más urgencia, ahora que
nuestros compañeros libran la última batalla ante el sistema judicial
norteamericano.
La esencia de esa pelea es, precisamente, la exigencia al gobierno de
Estados Unidos a que ponga fin al ocultamiento de evidencias que lo
obligarían a ponerlos en libertad ya, sin más dilación, a todos y cada
uno de ellos, a los Cinco, sin ninguna excepción. Washington debería
revelar lo que esconde sobre su conspiración con supuestos “periodistas”
de Miami a los que dirigió y pagó para desatar una campaña de odio, que
incluyó amenazas a los miembros del jurado para crear lo que el panel
de la Corte de Apelaciones de Atlanta describió como “una tormenta
perfecta de prejuicios y hostilidad”. El tribunal debería rechazar la
insólita demanda de la Fiscalía que busca eliminar documentos esenciales
del Habeas Corpus de Gerardo y por el contrario debería anular su
brutal condena o al menos, como primer paso, darle la oportunidad de
comparecer y refutar la falaz acusación que lo llevaría a morir dos
veces en prisión.
La Corte de Apelaciones de California, por su parte, también tiene
ante sí la demanda formulada por una prestigiosa organización privada
para que Washington muestre las imágenes tomadas por sus satélites
espaciales sobre el incidente del 24 de febrero de 1996 que fue
utilizado maliciosamente para inculpar a Gerardo en un cargo que el
propio gobierno admitió haber fracasado en demostrar. Durante 17 años
Estados Unidos ha impedido que nadie más pueda ver esas imágenes porque
sabe que ellas prueban que el incidente ocurrió en territorio cubano y
en consecuencia el tribunal de Miami nunca tuvo jurisdicción al
respecto.
El panel de esa Corte superior de California acaba de tomar
una importante decisión al ordenar que sea revisada la decisión tomada
antes por una instancia inferior que había sostenido la negativa del
Gobierno a mostrar dichas imágenes. Estamos a la espera ahora de la
reacción gubernamental.
Algún día triunfará la justicia. Pero no será sólo por lo que ocurra
en una Corte federal. Gerardo lo predijo hace años. Será un jurado de
millones quien les devuelva la libertad. El libro que hoy presentamos es
una muy valiosa contribución al empeño duro y difícil para crear ese
jurado.
Fernando dedica palabras muy justas para Leonard Weinglass quien
entregó los últimos años de una vida ejemplar a luchar por la justicia
dentro y fuera de los tribunales. La última foto suya, tomada pocas
horas antes de la muerte, muestra a Lenny revisando la apelación final
de nuestros compañeros. Que él nos de ánimo para multiplicar la lucha
hasta el último aliento, para anticipar el día en que Gerardo, Ramón,
Antonio, Fernando y René, aquí en La Habana celebren con Fernando Morais
la victoria.
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