Por Sergio I. Rivero Carrasco
Como
un gran paradigma y guía de millones de revolucionarios transformadores y
altivos en el mundo, el Che no puede ser un mito, una imagen, una consigna; su
valía radica en que logró ser ese ideal de hombre y revolucionario de todos los
tiempos sin perder las más hermosas esencias del ser humano. Si apreciamos con
detenimiento las imágenes publicadas junto a sus hijos, podemos apreciar el
derroche de ternura y amor que desprenden su mirada en armonía recíproca con
los infantes.
Ernesto
Guevara, sencillamente el Che para millones de personas de todas las latitudes,
es uno de esos ideales surgidos desde una realidad histórica concreta, que rebasó
con su accionar cualquier encasillamiento o dogma, desde los primeros años de
la década del 50 del pasado siglo, cuando comenzó a tallar su nombre en el
imaginario latinoamericano, caribeño y tercermundista en general, a partir de
la coherencia ejemplar entre su ideario y real comportamiento: Un hombre que
supo ser consecuente con sus principios y actuar en correspondencia con ellos.
Ese
hombre de carne y hueso, con más virtudes que defectos, con penas y alegrías, un
altísimo concepto y amor por sus hijos y la familia, del sentido del deber, la
disciplina y la libertad, rebozado de amor por el prójimo, es el que alimenta
el sentimiento de los cubanos, de cada joven y especialmente los niños, que
cada ocho de octubre, como hermoso homenaje, reciben la pañoleta que los
distingue como integrantes de la Organización de Pioneros José Martí, y con el
brazo en alto en marcial saludo, lanza su consigna de honor: “Pioneros por el Comunismo, ¡Seremos como el
Che!”
Incontables
lecciones de heroísmo fueron entregadas por él desde su unión a Fidel y los
expedicionarios del Granma en México, hasta el momento de su muerte en combate
en Quebrada del Yuro, en Bolivia, víctima de una redada del ejército en esa
nación al servicio entonces de los intereses oligárquicos y pro- imperialistas.
Desde
muy joven aprendí a amar al Che; los de mi época tratábamos de superarnos para
alcanzar las cualidades que él consideraba debía tener el “hombre del Siglo
XXI” al que aspirábamos, ese que se entregaba cada día a su labor o cumplía
sencillamente con el deber; cumplidores del trabajo voluntario que él ideó para
apoyar la producción; Jóvenes con valores patrióticos, sentimientos de amor por
los demás seres humanos, capaces de compartir lo que se tiene sin interés
alguno, o sencillamente entregarlo por la satisfacción de haber hecho algo útil
prodigando alegría y bienestar.
Ese
joven que no conoce de egoísmo, vanidad o vanagloria, y sí practica con
altruismo y sencillez, la solidaridad, el internacionalismo, con un profundo
sentimiento antiimperialista, sinónimo de estar en contra de la injusticia, el
desalojo, las diferencias de clases, raza y sociales; es oponerse a la
explotación y la opresión. Fue el Che quién nos enseñó con profundo humanismo
que sentir en lo más profundo cualquier injusticia cometida contra cualquiera,
en cualquier parte del mundo, era la cualidad más linda de un revolucionario.
El
pasado año tuve la oportunidad de leer el libro “¿Cómo era el Che?”, del escritor y periodista
cubano José Mayo; en él nos entrega una reflexión muy integradora acerca su
humanismo, a partir de un grupo de testimonios de personas que lo conocieron o
han escrito acerca de su vida y obra. Una de las más humanas expresiones la ha
hecho el General de Brigada y Héroe de la República de Cuba Harry Villegas: “No hubo un solo momento en que el Che perdiera
el control, entusiasmo y la confianza en la victoria. Todavía el propio día 8
de octubre, él pensaba en las posibilidades del éxito y por eso estaba
analizando cómo salir de la zona y buscar otra parte del territorio boliviano
en donde continuar la lucha. (…) Él no concebía la muerte, solo como una algo
hipotético, porque en la guerra se llevan dos jabas: la de ganar y la de
perder. Pero hablar de la muerte como tal, jamás la mencionó. El Che murió como
vivió: lleno de optimismo”.
Con
su lectura reforcé mi concepto de que mi Che nunca podrá ser un mito, ni un
estandarte, precisamente porque todas las cualidades que nos mostró con su
ejemplo cotidiano no están lejanas de nosotros, son conductas y valores que podemos
incorporar. Me ayudó a conocer más sus ideales patrióticos y revolucionarios, descubrir
aspectos poco conocidos de su vida y de los que junto a él, como Fidel, Raúl,
Camilo, y Almeida, entre muchos otros, han sido paradigmas de hombres de este
tiempo, de carne y hueso. La historia ha demostrado y dirá la última palabra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario