La aplastante victoria de Evo Morales tiene una
explicación muy sencilla: ganó porque su gobierno ha sido, sin duda
alguna, el mejor de la convulsionada historia de Bolivia. “Mejor” quiere
decir, por supuesto, que hizo realidad la gran promesa, tantas veces
incumplida, de toda democracia: garantizar el bienestar material y
espiritual de las grandes mayorías nacionales, de esa heterogénea masa
plebeya oprimida, explotada y humillada por siglos. No se exagera un
ápice si se dice que Evo es el parteaguas de la historia boliviana: hay
una Bolivia antes de su gobierno y otra, distinta y mejor, a partir de
su llegada al Palacio Quemado.