La palabra cambio se ha hecho muy popular dentro de las más diversas organizaciones y se ha convertido en un protagonista del quehacer empresarial en el mundo. Los últimos tiempos parecen indicar que quien no se adapte al cambio morirá en el camino.
Los especialistas coinciden en señalar que los referidos cambios organizacionales no deben dejarse al azar, ni a la inercia de la costumbre, mucho menos a la improvisación, estos deben planificarse adecuadamente como una forma de asegurarse de que los resultados del mismo serán en beneficio de la organización o sociedad que los promueva.
Tan vertiginosas son las transformaciones en el mundo actual que algo que sea único o sólido hoy, el día de mañana sea sorpresivamente diferente y obligue dialécticamente a rápidos ajustes.
Un aspecto estratégico decisivo del futuro de América Latina y el Caribe son los cambios que están teniendo lugar en pos de la integración, por supuesto, no como apéndice subordinado a Estados Unidos, sino la integración de América Latina y el Caribe consigo misma.
Según Oswaldo Martínez, Director del Centro de Estudios de la Economía Mundial en Cuba, “Lo que ha primado en la integración latinoamericana durante décadas ha sido la retórica y no la práctica. Ahora estamos asistiendo a los inicios de un nuevo momento marcado especialmente por la Cumbre de Salvador de Bahía, efectuada en diciembre pasado, y en la que Cuba ingresó al Grupo de Río. También tenemos la Alternativa Bolivariana para las Américas, un nuevo modelo integración basado en la solidaridad y la cooperación, no en el mercado.
“Esta situación coincide con la gran crisis que obliga a América Latina a repensar toda su inserción en la economía mundial. Coincide además con la profunda crisis de la política neoliberal que determinó todo en América Latina en los últimos 30 años. Es un gran momento, y hay un razonable grado de posibilidad de que la verdadera integración latinoamericana y caribeña comience a dar pasos firmes.”
El cambio que se ha ido consolidando en esta área geográfica va más allá de unos resultados electorales concretos, y la fuerza social del proyecto del FMLN es, por sí misma, una demostración más de esa tendencia. En la medida que países como Bolivia y Ecuador se han ido sumando a los gobiernos revolucionarios o progresistas de Cuba, Venezuela, Brasil o Argentina se ha ido conformando un bloque regional que ha supuesto a su vez el declive de la hegemonía norteamericana en el considerado su «patio trasero». Si bien las diferencias entre proyectos y ritmos de esos gobiernos son evidentes, no cabe duda de que en todos esos casos la irrupción de las fuerzas progresistas ha supuesto un elemento positivo.
En algunos casos ese cambio ha llegado incluso a cuestionar las estructuras establecidas durante siglos de colonialismo y dominación, ofreciendo un modelo de desarrollo alternativo para sus países concretos, pero también para toda la zona.
Un proceso bien conducido de cambio implica lograr una transformación en los hombres que se involucran en los procesos de cambio, que hace que se esté más alerta, más flexible y para eso muchas veces tiene que iniciar un análisis de revisión interior y de autoconocimiento, como estimula la sociedad cubana en diversos procesos económicos y políticos a lo largo de la Revolución e incluso de su proceso histórico por parte de sus principales líderes revolucionarios para extraer las mejores enseñanzas.
“Si durante las décadas de los 70 y los 80 del pasado siglo, precisa Oswaldo, los movimientos insurgentes creados en las selvas latinoamericanas fueron un faro de esperanza para la izquierda mundial, ahora son los programas de gobierno de esos mismos movimientos los que reclaman la atención de quienes aspiran a un mundo más justo. Y reclaman esa atención no para ser reivindicados, juzgados o fiscalizados por sus camaradas occidentales. Simplemente dicen que América Latina resurge en sus brazos.”
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