¡No a la represión ni a los baños de sangre!
Las imágenes que circulan en Internet y que transmiten las principales televisoras hoy nos conmueven profundamente por el crecimiento progresivo de la represión, la aplicación gases lacrimógenos, la presencia de carros blindados, ataques con chorros de agua contra los manifestantes, pérdidas de vidas humanas, agresión a periodistas, secuestro de funcionarios públicos del ejército, golpizas y heridos… Son los principales signos del retorno a la barbarie en Honduras, que por más de 28 años había abandonado las dictaduras militares y encaminaba su futuro de democracia y bienestar.
No se equivocó la canciller de la nación centroamericana Patricia Rodas, cuando en sus primeras declaraciones de denuncia el domingo, calificó la acción golpista como un “retorno a la barbarie”, no solo por el hecho en sí, de que se inscribe en la prehistoria de la desgarradora práctica de los golpes de Estado estimulada, financiada y exigida por el gobierno de Estados Unidos y las oligarquías nacionales enriquecidas en muchos países de nuestro continente en el Siglo XX, signados además por las dictaduras militares que redujeron a los pueblos a la sumisión, el maltrato y el desprecio.
El toque de queda decretado ayer por el usurpador del poder fue el detonante para desatar la represión masiva al pueblo por desobediencia pública al violar una decisión de esa envergadura.
Habían esperado mucho tiempo para enseñar las verdaderas garras del terror practicado por este tipo de intrusos gubernamentales que pretenden pisotear los más elementales derechos y las leyes establecidas en el estado de derecho de nuestros países y en la Convención de Viena.
Estamos seguros de que el pueblo hondureño, como fiel seguidor de Francisco Morazán y los próceres de nuestra América, sabrán defender las conquistas alcanzadas con el gobierno de Zelaya aunque en ello les vaya la propia vida.
Una vez más los sicarios del ejército han comenzado a bañar de sangre las calles de Tegucigalpa y pretenden masacrar a ese noble pueblo que solo exige sus más elementales derechos.
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