Por:
Katiuska Blanco
En esta Habana, casi insólitamente invernal, de vientos arremolinados y nubosos, doy las gracias por estar frente a una multitud de maestros, porque el magisterio y la medicina son los quehaceres más hermosos y nobles de la Tierra. Martí dijo que los niños son la esperanza del mundo y habló de los maestros ambulantes, esos que van y vienen de todas partes para enseñar, para iluminar, para abrir los caminos.
Fidel fue un maestro. Para mí, sus Reflexiones fueron siempre cartas que nos dirigía a cada uno de los seres humanos de este mundo. Para hablarles hoy, leí una vez más, la que terminó de escribir el 12 de agosto del año pasado, a las 10 y 34 minutos de la noche. Un hombre con su sabiduría anticipaba que el tiempo iba acabándosele y a pesar de esa certeza, dedicaba parte de ese bien que se le agotaba, que se le escurría inexorablemente, para compartirnos sus experiencias. Pienso, por eso mismo, que condensó su vivir en esos párrafos, donde no falta un fino hilo de ironía para ponernos en guardia en tiempos agrestes.
En esta Habana, casi insólitamente invernal, de vientos arremolinados y nubosos, doy las gracias por estar frente a una multitud de maestros, porque el magisterio y la medicina son los quehaceres más hermosos y nobles de la Tierra. Martí dijo que los niños son la esperanza del mundo y habló de los maestros ambulantes, esos que van y vienen de todas partes para enseñar, para iluminar, para abrir los caminos.
Fidel fue un maestro. Para mí, sus Reflexiones fueron siempre cartas que nos dirigía a cada uno de los seres humanos de este mundo. Para hablarles hoy, leí una vez más, la que terminó de escribir el 12 de agosto del año pasado, a las 10 y 34 minutos de la noche. Un hombre con su sabiduría anticipaba que el tiempo iba acabándosele y a pesar de esa certeza, dedicaba parte de ese bien que se le agotaba, que se le escurría inexorablemente, para compartirnos sus experiencias. Pienso, por eso mismo, que condensó su vivir en esos párrafos, donde no falta un fino hilo de ironía para ponernos en guardia en tiempos agrestes.