Por:
Katiuska Blanco
En esta Habana, casi insólitamente invernal, de vientos arremolinados y nubosos, doy las gracias por estar frente a una multitud de maestros, porque el magisterio y la medicina son los quehaceres más hermosos y nobles de la Tierra. Martí dijo que los niños son la esperanza del mundo y habló de los maestros ambulantes, esos que van y vienen de todas partes para enseñar, para iluminar, para abrir los caminos.
Fidel fue un maestro. Para mí, sus Reflexiones fueron siempre cartas que nos dirigía a cada uno de los seres humanos de este mundo. Para hablarles hoy, leí una vez más, la que terminó de escribir el 12 de agosto del año pasado, a las 10 y 34 minutos de la noche. Un hombre con su sabiduría anticipaba que el tiempo iba acabándosele y a pesar de esa certeza, dedicaba parte de ese bien que se le agotaba, que se le escurría inexorablemente, para compartirnos sus experiencias. Pienso, por eso mismo, que condensó su vivir en esos párrafos, donde no falta un fino hilo de ironía para ponernos en guardia en tiempos agrestes.
Fidel nos dice en esa carta a qué le da valor en la vida. Nos cuenta: “A los seis años, una maestra llena de ambiciones, que daba clases en la escuelita pública de Birán, convenció a la familia de que yo debía viajar a Santiago de Cuba para acompañar a mi hermana mayor que ingresaría en una escuela de monjas con buen prestigio. Incluirme a mí fue una habilidad de la propia maestra de la escuelita de Birán. Ella, espléndidamente tratada en la casa de Birán, donde se alimentaba en la misma mesa de la familia, la había convencido de la necesidad de mi presencia. En definitiva tenía mejor salud que mi hermano Ramón –quien falleció en meses recientes-, y durante mucho tiempo fue compañero de escuela. No quiero ser extenso, solo que fueron muy duros los años de aquella etapa de hambre para la mayoría de la población. “Me enviaron, después de tres años, al Colegio La Salle de Santiago de Cuba, donde me matricularon en primer grado. Pasaron casi tres años sin que me llevaran jamás a un cine.
Tengo que confesar que me impresionan las palabras de Fidel, él, un eterno inconforme. Todo cuanto hizo le parecía poco y lamentaba la falta de tiempo para darnos más… Si yo hubiera tenido la oportunidad de conversar con él por esa fecha, habría podido asegurarle que ese libro ya él lo había escrito, tal vez estaba, es verdad, disperso en sus propios días y vivencias, en sus expresadas remembranzas, en discursos, comparecencias e intercambios; pero escrito estaba, fue todo lo que nos dijo durante años, fue todo lo que hizo en su vida consciente desde que era muy joven.
Tengo que decir, que lo vivido en la niñez, lo sufrido lo marcó indeleblemente junto a los que nada poseían y en favor de una educación nueva cuyos componentes esenciales fueran el amor, el afán de despertar el ansia de conocimiento de manera integrada acerca de cuanto nos rodea; la enseñanza para vivir plenamente en el disfrute de la naturaleza y la cultura, del pensar por sí propio; la noción de la fuerza moral, la importancia de forjar el carácter, la espiritualidad, el desprendimiento, la bondad y la capacidad de sacrificio; las martianas ideas del bien y la virtud, todo ello eran las claves de lo que él consideraba imprescindible en la formación de los seres humanos para la felicidad, la plenitud, la libertad y la dignidad, en equilibrio, a su vez, con toda la humanidad y los universos posibles.
Fidel sentía que eran la bendición de los niños, las personas que prestaban atención a sus inquietudes, curiosidades, preocupaciones, deseos de saber. Agradeció infinitamente a todos los adultos que dedicaron tiempo de sus vidas a conversar con él en su niñez y adolescencia. Pensaba que esa debía ser la actitud de todos los profesores y como persona consecuente, él mismo practicaba esa conducta. Una vez le vi explicar en detalle a un niño, la vida cotidiana de nuestros aborígenes y por una maravillosa ruta, pasar poco a poco, de esas historias desconocidas y deslumbrantes a las preguntas y probables respuestas trascendentes sobre la creación del universo, los enigmas de la luz, el espacio y el tiempo, sobre los confines del cielo y de los sentimientos… yo lo escuchaba en silencio y recordaba aquella Última Página de José Martí, en cada número de la revista “La Edad de Oro”.
Esa Reflexión o carta de Fidel del verano anterior, cuando nos decía en la primera línea: “Mañana cumpliré 90 años” se iniciaba hablándonos del remoto y modesto lugar de nuestra geografía donde nació y desde el mismo comienzo plantea su inconformidad con el estado de cosas existente en aquella época de sus primeros asombros… apunta que era un lugar perdido que nunca apareció en un mapa para luego afirmar que “dado su buen comportamiento era conocido por amigos cercanos –se refiere a los administradores de los centrales azucareros de propiedad norteamericana- y luego continúa: “y por una plaza de representantes políticos e inspectores que se veían en torno a cualquier actividad comercial o productiva propias de los países neocolonizados del mundo”. Así, sin teorizaciones ni pedanterías, nos lleva de lo cotidiano a lo político, de lo aparentemente trivial a lo definitivo, de lo común a lo trascendente. Es el camino que debe seguir un maestro.
Luego nos habla de Los Pinares de Mayarí. A mí me conmueve recordar una conversación que sostuvimos sobre aquellos parajes. En 2012, todavía Fidel se emocionaba al pensar que había visto allí, árboles de los que estaba poblada Cuba cuando arribó Colón por primera vez a este Archipiélago. Había que reforestar el país y una vez y otra, los suelos y el alma de la nación, de sus gentes.
En su Reflexión nos habla de los pinos de gran tamaño y calidad que se extraían de allí en decenas de camiones y apunta que no habla de minerales –también abundantes en el lugar- “que se han convertido en símbolos de los valores económicos que la sociedad humana, en su etapa actual de desarrollo, requiere…” Hay una mirada ahí que privilegia el verdor, la frescura y la vida del bosque, pudiéramos decir también: que ansía la vida natural. De esas fragancias debe rebosar el espíritu de un maestro, de esa sensibilidad que no deseche la modernidad o las tecnologías, pero sí prepondere el valor de la naturaleza en tiempos en que la humanidad vive la depredación del medio y donde una especie está en peligro: la especie humana y hay que salvarla. En ese mismo 2012, reunido con intelectuales y artistas llegados a la Feria Internacional del Libro, desde diversas esquinas del orbe, afirmó que nuestro deber es luchar hasta el último aliento.
Por la educación vivió y luchó Fidel. Se habla siempre de la Campaña de Alfabetización, claro, es la hazaña suprema, pero fue precedida de esfuerzos que comenzaron mucho antes. No olvido el círculo de estudio que en torno a una biografía de Marx, se desarrollaba en Guanabo, cuando después del golpe de Batista en 1952, aún Fidel permanecía semiclandestino, o la Academia Abel Santamaría en la prisión, o las clases en las casas-campamento en México, o aquellas que Che daba a sus compañeros combatientes rebeldes para que aprendieran a leer y a escribir, o el sueño educativo organizado que se desarrolló en el Frente de Raúl en las serranías del norte oriental para enseñar a los pobladores que no sabían o los contingentes de maestros voluntarios y las diez mil aulas creadas en 1960, o la fundación de la Imprenta nacional, la escritura y publicación de libros de texto que abordaran la historia de Cuba y de Nuestra América sin falacias ni distorsiones neocolonizadoras.
Todo lo animaba el principio de que la educación era piedra, base fundamental para una vida nueva. Fue la sensibilidad por los que no habían podido aprender, lo que señaló la necesidad de cambiar el destino de Cuba. Así lo revela Fidel en una carta escrita en 1954, al referirse a la visita que hizo a Birán unas semanas antes del ataque al Cuartel Moncada. De sus prolongadas estancias en la capital, volvió allí probablemente en abril de 1953. Recordando ese viaje escribió después como quien desahoga un sentimiento triste con el deseo de aliviar, soñar y hacer algo porque la tragedia se desvaneciera para siempre:
“Todo ha seguido igual desde hace más de veinte años. Mi escuelita un poco más vieja, mis pasos un poco más pesados, las caras de los niños quizás un poco más asombradas y ¡nada más!
La Revolución Cubana es el libro de Fidel sobre la educación, ella recuenta lo hecho y lo expresado y hay que defenderla y estudiarla para que continúe viva en su plenitud y especialmente en su obra educativa que es como su corazón; la Revolución se hizo para la justicia y para la educación, que es lo mismo que decir para la vida.
Con la Educación, la Revolución es verdadera y sin ella no puede existir o perdurar. La Educación enraíza la idea de la Patria y con Martí pensamos que Patria es Humanidad.
Cumpleaños 90 de Fidel Castro en el Teatro Karl Marx, de La Habana,
(Tomado de Red en Defensa de la Humanidad)
En esta Habana, casi insólitamente invernal, de vientos arremolinados y nubosos, doy las gracias por estar frente a una multitud de maestros, porque el magisterio y la medicina son los quehaceres más hermosos y nobles de la Tierra. Martí dijo que los niños son la esperanza del mundo y habló de los maestros ambulantes, esos que van y vienen de todas partes para enseñar, para iluminar, para abrir los caminos.
Fidel fue un maestro. Para mí, sus Reflexiones fueron siempre cartas que nos dirigía a cada uno de los seres humanos de este mundo. Para hablarles hoy, leí una vez más, la que terminó de escribir el 12 de agosto del año pasado, a las 10 y 34 minutos de la noche. Un hombre con su sabiduría anticipaba que el tiempo iba acabándosele y a pesar de esa certeza, dedicaba parte de ese bien que se le agotaba, que se le escurría inexorablemente, para compartirnos sus experiencias. Pienso, por eso mismo, que condensó su vivir en esos párrafos, donde no falta un fino hilo de ironía para ponernos en guardia en tiempos agrestes.
Fidel nos dice en esa carta a qué le da valor en la vida. Nos cuenta: “A los seis años, una maestra llena de ambiciones, que daba clases en la escuelita pública de Birán, convenció a la familia de que yo debía viajar a Santiago de Cuba para acompañar a mi hermana mayor que ingresaría en una escuela de monjas con buen prestigio. Incluirme a mí fue una habilidad de la propia maestra de la escuelita de Birán. Ella, espléndidamente tratada en la casa de Birán, donde se alimentaba en la misma mesa de la familia, la había convencido de la necesidad de mi presencia. En definitiva tenía mejor salud que mi hermano Ramón –quien falleció en meses recientes-, y durante mucho tiempo fue compañero de escuela. No quiero ser extenso, solo que fueron muy duros los años de aquella etapa de hambre para la mayoría de la población. “Me enviaron, después de tres años, al Colegio La Salle de Santiago de Cuba, donde me matricularon en primer grado. Pasaron casi tres años sin que me llevaran jamás a un cine.
“Así comenzó mi vida. A lo mejor escribo, si tengo tiempo, sobre eso. Excúsenme que no lo haya hecho hasta ahora, solo que tengo ideas de lo que se puede y debe enseñar a un niño. Considero que la falta de educación es el mayor daño que se le puede hacer.”Luego Fidel, de súbito, señala: “La especie humana se enfrenta hoy al mayor riesgo de la historia…” Sin duda, consideraba la educación como antídoto esencial contra la tragedia o el desastre humano, pero ¿qué educación?
Tengo que confesar que me impresionan las palabras de Fidel, él, un eterno inconforme. Todo cuanto hizo le parecía poco y lamentaba la falta de tiempo para darnos más… Si yo hubiera tenido la oportunidad de conversar con él por esa fecha, habría podido asegurarle que ese libro ya él lo había escrito, tal vez estaba, es verdad, disperso en sus propios días y vivencias, en sus expresadas remembranzas, en discursos, comparecencias e intercambios; pero escrito estaba, fue todo lo que nos dijo durante años, fue todo lo que hizo en su vida consciente desde que era muy joven.
Tengo que decir, que lo vivido en la niñez, lo sufrido lo marcó indeleblemente junto a los que nada poseían y en favor de una educación nueva cuyos componentes esenciales fueran el amor, el afán de despertar el ansia de conocimiento de manera integrada acerca de cuanto nos rodea; la enseñanza para vivir plenamente en el disfrute de la naturaleza y la cultura, del pensar por sí propio; la noción de la fuerza moral, la importancia de forjar el carácter, la espiritualidad, el desprendimiento, la bondad y la capacidad de sacrificio; las martianas ideas del bien y la virtud, todo ello eran las claves de lo que él consideraba imprescindible en la formación de los seres humanos para la felicidad, la plenitud, la libertad y la dignidad, en equilibrio, a su vez, con toda la humanidad y los universos posibles.
Fidel sentía que eran la bendición de los niños, las personas que prestaban atención a sus inquietudes, curiosidades, preocupaciones, deseos de saber. Agradeció infinitamente a todos los adultos que dedicaron tiempo de sus vidas a conversar con él en su niñez y adolescencia. Pensaba que esa debía ser la actitud de todos los profesores y como persona consecuente, él mismo practicaba esa conducta. Una vez le vi explicar en detalle a un niño, la vida cotidiana de nuestros aborígenes y por una maravillosa ruta, pasar poco a poco, de esas historias desconocidas y deslumbrantes a las preguntas y probables respuestas trascendentes sobre la creación del universo, los enigmas de la luz, el espacio y el tiempo, sobre los confines del cielo y de los sentimientos… yo lo escuchaba en silencio y recordaba aquella Última Página de José Martí, en cada número de la revista “La Edad de Oro”.
Esa Reflexión o carta de Fidel del verano anterior, cuando nos decía en la primera línea: “Mañana cumpliré 90 años” se iniciaba hablándonos del remoto y modesto lugar de nuestra geografía donde nació y desde el mismo comienzo plantea su inconformidad con el estado de cosas existente en aquella época de sus primeros asombros… apunta que era un lugar perdido que nunca apareció en un mapa para luego afirmar que “dado su buen comportamiento era conocido por amigos cercanos –se refiere a los administradores de los centrales azucareros de propiedad norteamericana- y luego continúa: “y por una plaza de representantes políticos e inspectores que se veían en torno a cualquier actividad comercial o productiva propias de los países neocolonizados del mundo”. Así, sin teorizaciones ni pedanterías, nos lleva de lo cotidiano a lo político, de lo aparentemente trivial a lo definitivo, de lo común a lo trascendente. Es el camino que debe seguir un maestro.
Luego nos habla de Los Pinares de Mayarí. A mí me conmueve recordar una conversación que sostuvimos sobre aquellos parajes. En 2012, todavía Fidel se emocionaba al pensar que había visto allí, árboles de los que estaba poblada Cuba cuando arribó Colón por primera vez a este Archipiélago. Había que reforestar el país y una vez y otra, los suelos y el alma de la nación, de sus gentes.
En su Reflexión nos habla de los pinos de gran tamaño y calidad que se extraían de allí en decenas de camiones y apunta que no habla de minerales –también abundantes en el lugar- “que se han convertido en símbolos de los valores económicos que la sociedad humana, en su etapa actual de desarrollo, requiere…” Hay una mirada ahí que privilegia el verdor, la frescura y la vida del bosque, pudiéramos decir también: que ansía la vida natural. De esas fragancias debe rebosar el espíritu de un maestro, de esa sensibilidad que no deseche la modernidad o las tecnologías, pero sí prepondere el valor de la naturaleza en tiempos en que la humanidad vive la depredación del medio y donde una especie está en peligro: la especie humana y hay que salvarla. En ese mismo 2012, reunido con intelectuales y artistas llegados a la Feria Internacional del Libro, desde diversas esquinas del orbe, afirmó que nuestro deber es luchar hasta el último aliento.
Por la educación vivió y luchó Fidel. Se habla siempre de la Campaña de Alfabetización, claro, es la hazaña suprema, pero fue precedida de esfuerzos que comenzaron mucho antes. No olvido el círculo de estudio que en torno a una biografía de Marx, se desarrollaba en Guanabo, cuando después del golpe de Batista en 1952, aún Fidel permanecía semiclandestino, o la Academia Abel Santamaría en la prisión, o las clases en las casas-campamento en México, o aquellas que Che daba a sus compañeros combatientes rebeldes para que aprendieran a leer y a escribir, o el sueño educativo organizado que se desarrolló en el Frente de Raúl en las serranías del norte oriental para enseñar a los pobladores que no sabían o los contingentes de maestros voluntarios y las diez mil aulas creadas en 1960, o la fundación de la Imprenta nacional, la escritura y publicación de libros de texto que abordaran la historia de Cuba y de Nuestra América sin falacias ni distorsiones neocolonizadoras.
Todo lo animaba el principio de que la educación era piedra, base fundamental para una vida nueva. Fue la sensibilidad por los que no habían podido aprender, lo que señaló la necesidad de cambiar el destino de Cuba. Así lo revela Fidel en una carta escrita en 1954, al referirse a la visita que hizo a Birán unas semanas antes del ataque al Cuartel Moncada. De sus prolongadas estancias en la capital, volvió allí probablemente en abril de 1953. Recordando ese viaje escribió después como quien desahoga un sentimiento triste con el deseo de aliviar, soñar y hacer algo porque la tragedia se desvaneciera para siempre:
“Todo ha seguido igual desde hace más de veinte años. Mi escuelita un poco más vieja, mis pasos un poco más pesados, las caras de los niños quizás un poco más asombradas y ¡nada más!
“Es probable que haya venido ocurriendo así desde que nació la República y continúe invariablemente igual sin que nadie ponga seriamente sus manos sobre tal estado de cosas. De ese modo nos hacemos la ilusión de que poseemos una noción de justicia. Todo lo que se hiciera relativo a la técnica y organización de la enseñanza no valdría de nada si no se altera de manera profunda el “status quo” económico de la nación, es decir, de la masa del pueblo, que es donde está la única raíz de la tragedia. Más que ninguna teoría me ha convencido de esto, a través de los años, la palpitante realidad vivida. Aun cuando hubiese un genio enseñando en cada escuela, con material de sobra y lugar adecuado, y a los niños se les diese la comida y la ropa en la escuela, más tarde o más temprano, en una etapa o en otra de su desarrollo mental, el hijo del campesino humilde se frustraría hundiéndose en las limitaciones económicas de la familia. Más todavía, admito que el joven llegue con la ayuda del Estado a obtener una verdadera capacitación técnica, pues también se hundiría con su título como en una barca de papel en las míseras estrecheces de nuestro actual “status quo” económico y social.”Ese día, mientras escribía, Fidel seguramente pensaba en Paco, en Carlos y Flores Falcón, Dalia López, Benito Rizo, Genaro Gómez y tantos otros amigos de la infancia. También en Ubaldo que tenía tan buena memoria y era una lástima su desconocimiento, en los tíos Enrique y Alejandro, en las niñas del lugar, crecidas solo para el oficio de esposas y lavanderas. Sus razonamientos deslindaban lo que se daba por generosidad y lo que debía recibirse por justicia. En septiembre de 2003, en el centenario de su mamá Lina, Fidel agradeció a sus padres la oportunidad que tuvo de estudiar, cuando muchos de aquel paisaje entrañable no habían podido por no contar con recursos, era una circunstancia de sus amigos de la infancia que le pesaba en el alma y movió sus energías por transformar Cuba, Latinoamérica y el mundo porque no era posible la educación para todos sin la justicia para todos.
La Revolución Cubana es el libro de Fidel sobre la educación, ella recuenta lo hecho y lo expresado y hay que defenderla y estudiarla para que continúe viva en su plenitud y especialmente en su obra educativa que es como su corazón; la Revolución se hizo para la justicia y para la educación, que es lo mismo que decir para la vida.
Con la Educación, la Revolución es verdadera y sin ella no puede existir o perdurar. La Educación enraíza la idea de la Patria y con Martí pensamos que Patria es Humanidad.
Cumpleaños 90 de Fidel Castro en el Teatro Karl Marx, de La Habana,
(Tomado de Red en Defensa de la Humanidad)
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