Por Lázaro Fariñas*
Si hubo una época sumamente peligrosa
para vivir en Miami, esa época fue en la década de los setenta. El solo salir a
la calle constituía un constante riesgo de muerte. Por un lado, estaban los
llamados cowboys de la cocaína, y por otro, los grupos terroristas de
cubanoamericanos. Los cowboys de la
cocaína, lo mismo tiroteaban en pleno tráfico en las calles, que se batían a
balazo limpio en el parqueo de cualquier centro comercial, y los terroristas
cubanos, lo mismo ponían una bomba a las afueras de cualquier oficina, que la
ponían en algún carro para que explotara en plena vía pública o formaban una
balacera en medio de cualquier calle. Los ejemplos sobran.
El dinero
corría en Miami como si fuera agua por un alcantarillado bajo pleno
aguacero. Por aquellos años, Miami era una gran lavandería de dinero. Los
narcotraficantes recogían los dólares, producto de sus ventas de
estupefacientes, y con ellos compraban mercancía que exportaban, principalmente
a Colombia, en donde la vendían a comerciantes locales y así recuperaban su
dinero. Millones y millones de dólares del narcotráfico se blanquearon en
Miami por esa vía. Por otra parte, las extorsiones de los terroristas de origen
cubano y los juegos ilegales de bolita, garitos y peleas de gallos producían
grandes cantidades de dinero, que estos se gastaban en bares y restaurantes de
la ciudad y en construcciones de edificios familiares para la renta o la venta
de los mismos. La corrupción había llegado al máximo posible.