Por Sergio I. Rivero Carrasco
Naciste
para crecer y reír, para amar y juntar; viniste al mundo hace 42 años
derrochando belleza y abrazando a cuántos hijos decidieron venir a tu encuentro
y decidieron quedarse para adorarte cada día o desde lejos, pero ninguno de
nosotros podemos vivir sin tu tranquilidad alejada de la vorágine de grandes urbes,
el trasiego incesante o el ruido ensordecedor.