Por Gabriel García Márquez
Tomado de La pupila insomne
Tomado de La pupila insomne
Ya
nadie se acuerda de Dios en Navidad. Hay tantos estruendos de cometas y
fuegos de artificio, tantas guirnaldas de focos de colores, tantos
pavos inocentes degollados y tantas angustias de dinero para quedar bien
por encima de nuestros recursos reales que uno se pregunta si a alguien
le queda un instante para darse cuenta de que semejante despelote es
para celebrar el cumpleaños de un niño que nació hace 2.000 años en una
caballeriza de miseria, a poca distancia de donde había nacido, unos mil
años antes, el rey David. 954 millones de
cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo
celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos
millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y
muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para
que nadie lo siguiera creyendo.Sería interesante averiguar cuántos de
ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es
una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya
no es religioso sino social. Lo más grave de todo es el desastre
cultural que estas Navidades pervertidas están causando en América
Latina.