Por Javier Couso
Tomado de La pupila insomne
Decir
que son tiempos de excepción se está convirtiendo en una obviedad pero
es cierto que vivimos situaciones excepcionalmente negativas. El techo
social construido gracias a las luchas populares y al marco de la Guerra
Fría va siendo desmantelado.
De repente, nos despiertan a palos del sueño del fin de la historia. Sin el archienemigo soviético ya no hace falta el Estado Social ni la contención socialdemócrata. Ya no necesitan ciudadanos, prefieren poblaciones vasallas que sirvan sin rechistar en el nuevo feudalismo financiero.
Va todo a peor, pero poco a poco. Es una
demolición controlada, lenta, por sectores. Para que no sepas lo que le
pasa al vecino. Para que la trabajadora no sienta al desempleado. Para
que el que tiene casa no vea al desahuciado. Segmentados, aislados y sin
la conciencia de que somos la misma clase nos convertimos en borregos
camino al matadero.
Pero todo se notará, como empieza a ser
perceptible. Infancia que come una vez al día, viejos que no pueden
costearse medicamentos, hogares sin calefacción, descenso de la
esperanza de vida, suicidios, depresión colectiva… y enfado, cada vez
más enfado.
Hasta ahora hemos asistido a tímidos
intentos de protesta social y no me refiero con lo tímido a poco
numerosos, sino a su trascendencia en el tiempo. Hemos salido a la calle
masivamente y hasta continuamente, pero sin metas claras ni
organización todo se va marginalizando. Vamos de estallido en estallido,
grandes explosiones callejeras continuadas de reflujos minoritarios.
Es verdad, aún no hemos dado con el
proyecto que pueda hacer converger la calle con las fuerzas sindicales y
políticas y que plantee seriamente un verdadero cambio, pero el día que
emerja una fuerza poderosa real, habrá fractura.
Y en eso andan, preparándose para la fractura.
No nos hagamos ilusiones. No van a
mejorar el reparto de la riqueza, ni pretenden recuperar la soberanía
entregada al poder financiero, ni piensan echar marcha atrás en los
recortes en Educación o Sanidad, no es eso en lo que andan. Llevan
tiempo construyendo un marco jurídico de excepción que criminalice la
protesta y dé amplios poderes a las fuerzas especiales encargadas de
disolver las manifestaciones.
No es algo nuevo. Venimos viviéndolo de
manera generalizada desde que surgieron las movilizaciones del 15-M. Sí,
gobernaba el PSOE, la extensión progre del régimen de alternancia, y
sí, se empleó a fondo. Por eso es tan importante la memoria, pone a
muchos en su sitio.
Durante el gobierno social-liberal
sufrimos cargas indiscriminadas, bofetadas a menores, agresiones y
entorpecimiento a la labor periodística; provocaciones calculadas para
desacreditar como la desarrollada por Delegación de Gobierno contra la
marcha laica durante la visita del Papa o la aplicación de una especie
de Estado de Excepción no declarado con la restricción de la libre
circulación por la Puerta del Sol durante varios días.
Con el triunfo del PP y la extensión de
la protesta, se empezó pronto a marcar posiciones de mayor dureza. La
primera en la boca, cuando en febrero de 2012 el Gobierno indultó a
cinco Mossos de Escuadra que habían sido condenados en firme por
tortura, medida que afortunadamente la Justicia limitó al considerar que
era un indulto parcial; pero el recado estaba dado: defendernos como sea, os protegemos.
Se continuó con alegría; brutalidad de
shock contra las movilizaciones de los estudiantes valencianos,
refrendada por el Ministerio de Interior y por el lenguaje de guerra
contrainsurgente del jefe del dispositivo policial. Esa sería la forma
de tratar los problemas a partir de ahora.
En Madrid, cuya condición de capital la
convierte en crisol de manifestaciones ciudadanas de cualquier tipo, se
nombró a una Delegada del Gobierno, Cristina Cifuentes, que nos fue
vendida como se vendía al pprogre Gallardón: actual, desenfadada y
hasta republicana, una suerte de “Gallardona” al estilo capitalino.
Pronto descubrimos las mismas hechuras que el Ministro de Justicia, la
carcunda disfrazada de moderna.
Cifuentes ha resultado tan chulesca que
ha opacado mediáticamente al propio Ministro de Interior, otro elemento
que junto al Director General de la Policía entienden la gestión de la
protesta ciudadana como una guerra en la cual los ciudadanos son
enemigos y hay que vencerlos.
Solo así se explica su afán por tratar de
judicializar los avances en el disenso ciudadano: control de la redes
sociales, amenazas a quien convoque o difunda vía Twitter o Facebook,
convertir en delito la desobediencia civil no violenta, amenazar con
impedir la grabación o fotografía y posterior difusión de las
actuaciones de los antidisturbios o el uso de identificaciones
indiscriminadas para la aplicación de sanciones económicas masivas.
En lo que atañe a las propias unidades
policiales, el Gobierno sigue protegiendo las desmedidas actuaciones que
ordenan los responsables políticos y ejecutan los mandos
operativos sobre el terreno. Continúa la ausencia de identificación
visible en uniformes o cascos, absolutamente necesaria para ejercer el
derecho ciudadano a denunciar los excesos; se convierten en norma los
patrones deslegitimadores hacia los detenidos, la desgastada
“resistencia a la Autoridad”; no se investigan de oficio los excesos o
malos tratos denunciados a no ser que haya ruido informativo, con la
consiguiente ausencia de sanciones hasta en los casos más escandalosos, …
El mensaje es claro: cierre de filas total. Cualquier crítica
será entendida como un ataque.
Atendida la moral de la tropa con el respaldo inquebrantable, queda cuidar los medios y aquí no se ahorra. En 2013 el gasto en material antidisturbios y protección
aumentará un 1.780% (no es una errata: un mil por ciento más) y eso en
un ministerio como el de Interior cuyo presupuesto se reducirá un 6,3%.
Aunque en el total policial se recorta en medios y personal, en Madrid
se crea una nueva sección, la Unidad de Prevención y Reacción, que apoyará con 378 agentes a las Unidades de Intervención Policial destinadas en la capital.
Resumiendo: a pesar de la hasta ahora
pacífica protesta, nuestros gobiernos se preparan para la batalla. Se
han entrenado con las buenas intenciones de una ciudadanía respetuosa.
Pero si hay fractura, si no nos resignamos, si no aceptamos servir a la
dictadura financiera, irán la guerra.
No estaba muerta por la posmodernidad. La guerra de clases existe. Ahora es económica pero si hace falta será total. Se están preparando.
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