Por Fernando Martínez Heredia
Palabras pronunciadas en la sede de la Organización de Solidaridad de los Pueblos de África, Asia y América Latina (OSPAAAL) en la presentación del número 176 de la revista Tricontinental, dedicada al tema del colonialismo
La mayor parte de este número está dedicada a un tema de enorme
importancia actual: el colonialismo. La nota inicial, “Al lector”, que
es de una calidad singular, expone lo esencial en cuanto a las colonias
que existen en el mundo actual, su distribución geográfica y las
funciones que desempeñan para los poderes coloniales. Destaca los casos
de Palestina, Puerto Rico, Sahara Occidental y Malvinas, por la atención internacional que reciben. Y explica muy bien y de manera sintética el contenido del número.
He tenido la satisfacción de revisar con cuidado los artículos, lo
que me permitió constatar los valores de cada uno y del conjunto que
forman, un número 176 que está a la altura de la tradición de esta
revista, combatiente y hermosa, hija consecuente e intransigente de
aquellos trabajos y aquellos ideales que reunieron en La Habana hace
casi cuarenta y siete años a representantes de los luchadores de nuestro
mundo, el que los enemigos de la Humanidad habían oprimido, expoliado y
aplastado siempre, y al que en aquellos años los medios de comunicación
le habían dado el tercer lugar en una clasificación de tres.
Estimo que hay dos procedimientos igualmente válidos en estas
presentaciones: describir y comentar cada uno de los textos de la
publicación; o hacer comentarios referidos al asunto principal que ha
sido abordado y expuesto a lo largo del número. Inspirado por esos
textos, escojo la segunda fórmula para estas palabras, por lo que acabo
de decir y porque los presentes tendrán a su alcance de inmediato la
revista. Añado solamente una cálida felicitación a los aspectos formales
del número, que le aportan gran belleza y capacidad comunicativa.
El colonialismo ha sido la forma fundamental y decisiva de la
universalización de las relaciones mercantiles, de la individualización
de las personas y la oposición de todos contra todos –forzada por el
poder del dinero y por las violencias del poder–, de la homogeneización
de los patrones de consumo y la generalización de determinadas
relaciones sociales fundamentales y sus valores correspondientes, a
escala planetaria. En dos palabras, ha sido la forma principal de
universalización del capitalismo.
En el caso del continente americano,
es en estos años que se está cumpliendo realmente el llamado Quinto
Centenario, que en su momento fue tan publicitado y manipulado como
rechazado, y no en aquellas fechas de 1492 en que un explorador llegó a
unas islas del Caribe. Aquel fue el inicio de un colosal genocidio, de
un gigantesco ecocidio, de la destrucción de culturas maravillosas,
condicionante de la elaboración material e ideal de una civilización
egoísta, explotadora, criminal, excluyente, racista y depredadora, que
le impuso al planeta entero su título pretencioso de modernidad.
José Martí, el primer gran pensador anticolonial que comprendió el
imperialismo, escribió en 1884: “¡Robaron los conquistadores una página
al universo!”. Pero no olvidemos nunca que desde el inicio se trataba de
un negocio, el más despiadado y abarcador, el más opuesto al bienestar,
la dignidad y el despliegue de la condición humana y la convivencia
social que se ha inventado: el capitalismo. El jefe de los
conquistadores de las sociedades existentes en el actual México, que
eran superiores a ellos en muchos aspectos, le había escrito en 1524 a
su emperador pidiéndole que ordenara la detención del saqueo
indiscriminado y que se comenzara la colonización del país.
Los años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial fueron los de la independencia para la gran mayoría de las colonias que existían en África y Asia.
Varios factores principales concurrieron en aquellos eventos
históricos. Un nuevo orden capitalista de posguerra, en el cual
predominó abiertamente Estados Unidos, que tenía dentro de su estrategia
mundial la disolución del dominio colonial europeo y que actuó en
consecuencia.
Una Europa colonialista, que aunque ya carecía de poder
suficiente para alternar con Estados Unidos,
pudo lanzarse a una rápida reconstrucción y ampliación económica;
establecer relaciones de tipo neocolonial con sus antiguas posesiones
podía serle muy provechoso en esa hora de reubicarse. Pero hay que
recordar que no por eso propiciaron las independencias. Siglo y medio
después de la Revolución francesa no querían aceptar la
autodeterminación de los pueblos. Los mismos colonialistas que aprobaron
en 1952 un plan para conceder autogestiones o independencias después de
1972 ejecutaron matanzas terribles y represiones por doquier, y
pusieron obstáculos de todo tipo a los procesos de independencia de las
colonias.
Pero no pudieron evitar aquellos procesos. Lo que sucedió fue que los
pueblos protagonizaron el ocaso efectivo del colonialismo. Por todas
partes se movilizaron, se organizaron, presionaron, negociaron o
exigieron la independencia, en muchos países como culminación de
procesos políticos y sociales nacionalistas previos. En numerosos
lugares se combatió con las armas en la mano a los colonialistas.
El
triunfo de la Revolución china en 1949 y las revoluciones victoriosas de
Vietnam y Argelia fueron jalones muy importantes de un avance
extraordinario de la cultura mundial: la conversión de la independencia
en liberación nacional. Activistas y pueblos muy diferentes y que
estaban en situaciones muy disímiles se aproximaron, motivados por la
afinidad de sus problemas, la identidad de sus enemigos y la necesidad
de aumentar sus fuerzas y auxiliarse. La Conferencia de Solidaridad
Afroasiática de Bandung en 1955, la fundación del Movimiento de los
Países No Alineados en 1961 y la Conferencia Tricontinental de 1966
fueron hitos de un movimiento internacional cuyo logro principal estuvo
en formarse y desarrollarse fuera y lejos de la égida de los
imperialistas, en ser una forma más de las identidades que reclamaban su
lugar en el mundo.
Las nuevas realidades autóctonas de África, Asia y América Latina y
el Caribe tenían que enfrentarse al mismo tiempo con el imperialismo y
con la búsqueda de la justicia social, con el “subdesarrollo” –mal
nombre dado al lugar en que fueron puestos dentro del sistema mundial
capitalista–, con la mentalidad colonizada -la herencia maldita del
colonialismo–, con la necesidad de modernizaciones y la de hacer la
crítica del signo burgués de la modernidad. A diferencia de la primera
ola revolucionaria del siglo XX, que tuvo su centro en Europa, una
segunda ola revolucionaria que recorría el planeta en los años
sesenta-setenta tenía su centro en ese mundo tercero.
Aquellos eventos cambiaron el mapa del mundo y la composición y el
manejo de las relaciones internacionales, e hicieron grandes aportes a
la cultura de los pueblos, al convertir lo que hubiera sido un paso de
avance o una coincidencia de intereses diferentes en unos procesos
políticos, sociales, económicos y de pensamiento que tuvieron un alcance
extraordinario. Pero en las últimas décadas hemos padecido una
transformación hipercentralizadora y parasitaria del imperialismo,
reforzado por un período de grave disminución de las luchas de clases y
de liberación.
El capitalismo actual está librando una formidable guerra
cultural a escala universal, mediante la cual pretende compensar la
desaparición de su gran promesa abstracta de progreso, desarrollo y buen
gobierno; ocultar la pérdida de los rasgos de competencia, iniciativa y
libertades económicas, y un campo y seguridad para sectores medios, que
poseía su régimen; forzar a aceptar el despojo que se ha hecho en
tantos países de la mayoría de las conquistas sociales y políticas
logradas durante el pasado siglo; y prevenir o desmontar todas las
resistencias y protestas.
Esta guerra cultural se propone que todos en todas partes acepten el
orden que impone el capitalismo como la única manera en que es posible
vivir la vida cotidiana, la vida ciudadana y las relaciones
internacionales. Uno de sus objetivos cardinales es que olvidemos la
gran herencia que nos brinda precisamente la acumulación cultural
constituida por la historia horrorosa del colonialismo y la historia de
las resistencias y las rebeldías de los pueblos. Reprimidos o tolerados,
aplaudidos o condenados por ser diferentes, pero siempre explotados,
discriminados y avasallados, pretenden que renunciemos al pasado y el
futuro y asumamos una homogeneización de conductas, ideas, gustos y
sentimientos dictada por ellos
La guerra del lenguaje forma parte de esa contienda. Como bien apunta
WilmaReverón, llamar a los colonialistas actuales “potencias
administradoras”, y a las colonias “territorios no autónomos” o “en
fideicomiso” es un escamoteo de la realidad. Existe toda una lengua para
lograr que las mayorías piensen como conviene a los dominadores o, en
muchos casos, que no piensen. El principio de soberanía nacional ha sido
sumamente debilitado en el mundo actual, pero esto es ocultado mediante
expresiones como “lucha contra el terrorismo”, “intervención
humanitaria”, “tratados de libre comercio”, “defensa de los derechos
humanos”, “países fracasados” y otras.
En el siglo XXI, los
imperialistas vuelven a ocupar militarmente países, pero a los ocupantes
se les llama de cualquier manera menos invasores. Tratan de convertir
en naturales las relaciones de vasallaje, el intervencionismo, el pago
de tributos, el saqueo de los recursos. Lo que pretenden, en general, es
desinformar, confundir, manipular, crear una opinión pública obediente
–y, si es posible, entusiasta en su obediencia–, y convertir a las
personas en público. Danny Glover denuncia ese trabajo imperialista en
un párrafo muy esclarecedor de su entrevista acerca de los Cinco.
La generalización del neocolonialismo como forma de dominación
imperialista en su expansión mundial a mediados del siglo XX fue un
indicador de madurez del capitalismo como formación social: el
funcionamiento mismo de su modo de producción se convertía en su
principal mecanismo de explotación y de obtención de ganancias
procedentes de los países subalternos, aunque ventajas extraeconómicas y
medios políticos, militares e ideológicos siguieran desempeñando
papeles importantes en la relación neocolonial. Al mismo tiempo, esa
relación marcaba los límites de aquella dominación.
El país
neocolonizado debía ser independiente y poseer soberanía nacional,
aunque en la práctica lo fuera con limitaciones; disponer de grados
relativamente notables de desarrollo de su formación social nacional;
tener instituciones, intereses, representaciones y proyectos, capaces de
ser integrados en la hegemonía de su clase dominante-dominada nativa,
que los proclamaba como los nacionales, o de ser lugar de reclamaciones,
conflictos y elaboraciones de sectores más o menos opuestos a ellas que
también se reclamaban como nacionales.
Ese neocolonialismo formaba parte entonces de una época de muy agudas
pugnas entre conservatismos y reformismos, entre revoluciones de
liberación nacional y socialistas y contrarrevoluciones, entre
modificaciones de muchos tipos de las estructuras y funciones del
capitalismo a escala mundial, que negociaban o chocaban con estrategias,
esfuerzos y proyectos de desarrollo nacional más o menos autónomo de
numerosos países del llamado Tercer Mundo. El desarrollo, las políticas
sociales a favor de mayorías, el socialismo, el nacionalismo de clases
dominantes, la democratización de las formas de gobierno y otras
dinámicas estaban a la orden del día, y el movimiento y la discusión de
ideas acerca de todos estos temas era muy fuerte y constante.
En 1981, la revista Tricontinental reprodujo en sus números 74 y 75
mi ensayo “Neocolonialismo e imperialismo. Las relaciones
neocolonialistas de Europa en África”. Ayer lo revisé, sobre todo el
acápite en que trataba la relación en su aspecto conceptual, y se me
hizo claro que aquella situación ha cambiado mucho, y que ha sido sobre
todo en perjuicio de los pueblos y países de la mayor parte del planeta.
El neocolonialismo se ha deteriorado en cuanto a sus aspectos menos
negativos, y lo mismo ha sucedido con la forma de gobierno democrática
que se generalizó en la esa época. Estas dos instituciones notables de
la segunda mitad del siglo pasado se han ido vaciando de su contenido, y
en el nuevo siglo el retroceso se ha hecho evidente.
Siguen existiendo colonias remanentes de la época en que esa era la
relación principal de dominación, y debemos seguir combatiendo hasta
lograr que dejen de serlo, pero cada vez están menos solas. En la
práctica, la recolonización selectiva es una de las características
actuales del imperialismo, que escoge las regiones y países que
considera apropiados para saquear sus recursos naturales, esquilmar su
fuerza de trabajo, cobrar tributos, obtener ganancias directas y
establecer posiciones militares. Las demás áreas del que fue Tercer
Mundo son abandonadas a una suerte de miseria y exclusión. Los
imperialistas operan con impunidad, por eso ocupan militarmente países,
alardean de sus asesinatos mediante drones, sus esbirros toman presos a
ciudadanos de otras naciones y sus jueces ordenan a otros países que
paguen lo que ellos dispongan a partir de litigios privados.
Aparte de otros defectos, tengo que revisar aquel ensayo para que los
conceptos de colonialismo y neocolonialismo que exponen puedan seguir
siendo útiles, y los análisis acerca de su alcance y sus procedimientos
se enriquezcan o cambien sus resultados a partir de los nuevos datos.
Considero necesario que todos los que analizamos estas cuestiones
cruciales del mundo actual trabajemos con los eventos y los procesos que
están en curso y las tendencias que puedan deducirse de ellos, pero sin
limitarnos a ellos, en busca de un pensamiento crítico que llegue a
aportarnos conceptos e interpretaciones de las características
fundamentales del sistema que oprime a los pueblos y amenaza al planeta,
de las claves de su funcionamiento y los rasgos y las reglas de sus
modos de operar. Y que nos aporte, a la vez, conocimientos ciertos y
crecientes acerca de los pueblos dominados y de nuestro propio campo; de
los modos como se reformulan el consenso, la indiferencia o la
resignación de los abajo, y no solo sus protestas y resistencias; de las
raíces de nuestras insuficiencias, divisiones y debilidades.ç
En los años recientes se han levantando en diferentes lugares del
mundo acciones y banderas de rebeldía, sentimientos profundos de
inconformidad y esperanzas de que pueda pretenderse un mundo y una vida
nuevos. La región de América Latina y el Caribe está en la vanguardia
entre estos movimientos. Al enfrentar las tareas ciclópeas que esto
demanda y los desafíos casi insondables que pone ante nosotros, se hace
clara la necesidad de ideas, elaboraciones intelectuales, divulgaciones,
debates, capacidad de influir, hacer conciencia, sumar, aprender de los
demás, conducir.
La nueva vida y el mundo nuevo solo nacerán y serán
fuertes a partir actividades intencionales, organizadas y concientes. A
nuestro favor tenemos una acumulación cultural excepcional, herencia
yacente que hay que aprovechar y superar. Los trabajos como este que
presentamos hoy son modestos pasos en el largo camino, pero son los que
nos llevarán a vencer al colonialismo actual y a sus padres.
Ojalá que este número de Tricontinental trascienda la lectura por
especialistas, pueda llegar a profesores y comunicadores y los induzca a
ofrecerle a nuestra población informaciones y criterios que tanta falta
nos hacen, para que los problemas, las tareas y la cultura de nuestro
mundo, el mundo tricontinental, ocupen un espacio mayor y más calificado
en nuestro país.
La OSPAAAL y su revista Tricontinental tienen una
historia que nos invita a recuperar un legado de luchas y de ideas, pero
nos ofrecen sobre todo una lección para el futuro, para el camino
indispensable que debemos recorrer. Es obvia la necesidad de unirnos y
avanzar juntos, en este momento histórico en que está en marcha la
recolonización selectiva del mundo y el imperialismo norteamericano
intenta convertirse en el imperio mundial, pero, al mismo tiempo, los
seres humanos y los pueblos vuelven a actuar y a representarse la
liberación de todas las dominaciones y la creación de nuevas relaciones
entre las personas y con la naturaleza, y nuevas instituciones que estén
realmente al servicio de todos y permitan el despliegue de todos.
Termino con mis palabras en otra publicación cubana, con motivo del 45º
aniversario de aquel congreso celebrado en La Habana: este tiene que
ser, entre otras cosas, otra vez el tiempo de la Tricontinental.
(Tomado de Tricontinental)
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