Pascual Serrano*
Revista Tricontinental
- Los medios se muestran como el principal ariete de la ideología que quiere sembrar la resignación. Para ello sus cartas son la apología de una caridad con sonrisas y aplausos que reniega de la justicia social, y el entretenimiento y la frivolidad ante el atropello de derechos humanos fundamentales
Hace unos años me escandalicé cuando vi un concurso en una televisión
privada venezolana en el que el premio consistía en la cobertura
sanitaria para la intervención quirúrgica por alguna enfermedad grave
que padecía el concursante o un familiar del concursante. Entonces me
pareció -como era lógico- una humillación que un derecho universal como
la salud, e incluso la vida, fuera motivo de concurso en atracción
televisiva.
Han pasado cinco años y voy comprobando cuántos derechos humanos,
indiscutibles y cubiertos en Europa hasta ahora, se convierten en objeto
de subasta, concurso y humillación de los ciudadanos. Así podemos
encontrar que una asociación de comerciantes de un pueblo de Pontevedra
(1) coloca carteles por toda la localidad anunciando el sorteo durante
las navidades de un contrato de trabajo a tiempo parcial de seis meses
de duración. Y como todo puede ser peor, un colegio privado de Granada
que todavía no está en funcionamiento cobra 190 euros por valorar el
currículum de los aspirantes a un puesto de trabajo en el citado colegio
(2).
Los ejemplos no dejan de aparecer. Las madres de los alumnos de un
colegio valenciano han editado un calendario donde se exhiben en ropa
interior para recaudar los fondos que la Administración ha retirado y
con los que se pagaba el autobús que trasladaba a sus hijos al colegio
(3).
Y al puro estilo del caso venezolano con el que comenzábamos este
texto, en un concurso de la cadena Cuatro de televisión, los niños
ganadores consiguen el dinero para arreglar el tejado de su colegio.
Avanzamos hacia el abismo y hasta se permiten entretenernos con él
sentados en nuestro sofá viendo la televisión.
No faltará quien argumente que muchos de estos casos nacen más con
vocación de denuncia que como intento de solución del problema, pero no
por ello, en mi opinión, resultan menos humillantes para la ciudadanía.
Por otro lado optar por posar en ropa interior en un calendario o
concursar en una televisión supone un triste nivel de resignación más
que de combate y reivindicación. Qué tiempos aquellos en los que el
jornalero, al recibir la petición de su voto por el latifundista
devenido en candidato a diputado a cambio de unas monedas, le respondió:
“en mi hambre mando yo”.
Los medios también se dedican a presentar como admirables propuestas
que son patéticas y trágicas. Un joven de 29 años que debe sobrevivir
sacando cada noche la basura de sus vecinos por cincuenta céntimos. Y
dice el periódico: “Jesús Pardel es un producto de la crisis, un
emprendedor a pequeña escala, un almacén de ingenio desesperado” (4).
O esta otra noticia que se presenta como “un parado de 33 años pone en
marcha una web para encontrar trabajo en la que da consejos e
información. En tres meses ha recibido 15 mil visitas y se han puesto en
contacto con él cientos de personas a través de Linkedln” (5) . Pero la
información es pura charlatanería, la verdad es que el hombre, con dos
carreras universitarias terminadas con matrícula de honor, abrió la web
para encontrar trabajo y sigue sin tenerlo. Sus miles de visitas no son
ningún éxito, es la desesperación de otros miles que, como él, buscan un
empleo.
Por otro lado, asistimos a la apología de lo que el líder de ATTAC,
Carlos Martínez, considera la receta de la derecha y sus medios de
comunicación para afrontar el recorte de servicios públicos y el
empobrecimiento de las clases populares: la caridad. (6)
Observamos un bombardeo mediático de campañas de donaciones de
juguetes, recogida de comida no perecedera, aplauso a los comedores
sociales y bancos de alimentos. Los medios celebran el aumento de cifras
de recogida de alimentos, en lugar de preocuparles el aumento de
usuarios de esos alimentos procedentes de la caridad. El objetivo es
presentarnos como buenas noticias una realidad dominada por las malas.
La caridad, patrimonio de las religiones, se aúpa a política de Estado y
principio rector de la sociedad.
Así encontramos administraciones públicas, como la Diputación de
Granada, que, mientras despide a los trabajadores sociales, convoca una
recolecta de juguetes para niños pobres. Los bancos que no dudan en
echar a la calle a las familias que no pueden pagar su hipoteca instalan
cajones a la salida de los grandes almacenes para que los clientes
dejen allí alimentos donados a comedores sociales.
Vale la pena observar la estrategia de los medios públicos españoles
de ir incorporando la idea de la caridad y la beneficencia como modo de
afrontar las necesidades sociales e ignorar las obligaciones del Estado.
Así encontramos noticias en la televisión pública (TVE, 1-12-2012)
donde las monjitas cuentan lo contentas que están de tantos productos
que les llegan solidariamente del banco de alimentos y lo agradecidos
que se encuentran los desgraciados que deben sobrevivir gracias a los
comedores sociales. O ese otro programa sobre beneficencia (RNE Radio 5
el 8-11-2012), con música new age de fondo, donde cuentan un sistema que
pone en contacto vía correo electrónico a personas para que unas cubran
las necesidades de las otras. Un organizador de este sistema explica
que había una persona que necesitaba una silla de ruedas, y por este
mecanismo de contacto “a los pocos días recibió tres o cuatro sillas de
ruedas”. El Estado, por supuesto, nunca hace falta para ellos.
Conceden el premio Príncipe de Asturias de la Concordia a la Federación
Española del Banco de Alimentos. No deja de ser cínico que la
institución que más simboliza el privilegio y la desigualdad se permita
premiar en nombre de la preocupación por el hambre de los más
desfavorecidos. Durante la ceremonia de la entrega, Radio Nacional emite
en directo (RNE Radio 5 26-10-2012) y al llegar el momento del premio
de la Concordia, dice Felipe de Borbón: “[...] así trabaja la Federación
Española del Banco de Alimentos, ofreciéndonos un permanente ejemplo de
qué es la Civilización”. El que se necesite la caridad de un Banco de
Alimentos donde tengan que recurrir para alimentarse personas
capacitadas para trabajar es un ejemplo de la vergüenza y criminalidad
del capitalismo, no de civilización.
Todos los actores responsables de la crisis y encargados de su solución
se desinteresan de su verdadera función para apuntarse a una caridad
que ni siquiera ejercen ellos, sino que nos invitan a los demás a
ejercerla. Como señala Carlos Martínez, “tal vez el año que viene
volvamos a ver la campaña de los años 50 y 60 de “siente un pobre en su
mesa” perfectamente denunciada en una de las mejores películas de cine
español, “Plácido”.
“Volvemos a la España fría gris y triste de los años
sesenta, incluidos el autoritarismo y la hipocresía de la burguesía y
las clases medias altas. Volvemos a la Campaña de Navidad y Reyes de la
OJE (la organización juvenil franco-falangista). Volvemos a campañas de
radio en favor de caritativas monjas y las damas de los roperos. Vivimos
unas navidades perfectamente neo-franquistas, rematadas con el mensaje
de su patético heredero”, añade el portavoz de ATTAC.
Una vez más, los medios se muestran como el principal ariete de la
ideología que quiere sembrar la resignación. Para ello sus cartas son la
apología de una caridad con sonrisas y aplausos que reniega de la
justicia social, y el entretenimiento y la frivolidad ante el atropello
de derechos humanos fundamentales.
* Periodista español. Su último libro es “Periodismo canalla. Los medios contra la información”. Icaria Editorial.
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