martes, junio 25, 2019

Visibilidad para los ancianos en la familia



Por Sergio I. Rivero Carrasco


El Chirri es un abuelo que peina canas ya cercano a los 80, pero muy fuerte; la fluidez de su conversación y capacidad para comunicarse con sus similares y otras personas que lo acompañan en ocasiones en la cola del pan en la panadería del Bulevard, llaman la atención. Es conversador por excelencia, pero detrás de ese hablar continuo, aprecio en su mirada una tristeza incuestionable.


Un día por coincidencia en el lugar, le pregunto por su verdadero nombre y apellidos, pero
rehúsa a decírmelos, además, me advierte que me conforme con Chirri, que es por el que los amigos lo conocen. A la pregunta de cómo se siente en su hogar, me responde con otra pregunta: - ¿Nunca te has sentido como si fueras invisible?. Le respondo que no, aunque no tengo su edad ya he vivido 67 años y siempre he sentido que estoy presente.


Entonces me cuenta que cada día al llega a su casa, siente como que el mundo se le cierra porque ahí comienza su vida de invisible. Cuando abre la puerta ninguno de los miembros de su familia se interesa por él, solo están pendientes del mandado de la bodega o si lleva el pan, pero nadie se interesa por otras cosas que son importantes.; entonces va directo a su cuarto, que además comparte con un nieto joven al que tiene que arreglarle la cama porque el nene “no se ocupa de eso”.


Su hija y el yerno, siempre ocupados, muy ocupados, y no tienen tiempo para conversar, ni siquiera para complacerlo para que pueda ver la televisión por la noche, porque a esa hora ya tiene que dormir. Se queja que tampoco puede dormir porque su nieto y los amigos ponen la música bien alta y nadie se ocupa de asegurar su descanso.
 
Cuando se queja a la hija por esos problemas le dice: “Papá, ya tú estás viejo, ¡deja que ellos vivan!”. Refiere además, que en ocasiones planifican viajes a diferentes lugares y nunca le han preguntado si le gustaría ir. “Pero mi privacidad es violada todo el tiempo, me omiten en las decisiones, no puedo dar criterios, es como si yo fuera invisible. Sencillamente para ellos no existo. Tengo miedo enfermarme porque no sé si me podrán cuidar”, dice en tono triste.


Esta historia me conmueve, aunque por suerte, no es una generalidad.  Me doy cuenta entonces porqué el Chirri no para de hablar y se comunique continuamente con las personas que esperan en la cola y trate de hacerse presente todo el tiempo, aunque en la noche se convierta en un anciano invisible para su familia.


El mayor problema, a nuestro juicio, es la agresión silenciosa a que él está sometido continuamente. No es física ni verbal, pero sí una de las más sutiles y cotidianas formas de maltrato que sufren las personas de la tercera edad en el seno familiar, muchas veces sin la conciencia o mala intención de los que le rodean. 


Aun cuando la mayoría de los ancianos son cuidados y atendidos con cariño en el hogar, una considerable cantidad de agresiones tienen lugar en el seno de la familia. La situación que se plantea no es sencilla. Ellos son las personas que generación tras generación han estado cuidándonos, alimentándonos y educándonos, debemos no solo respetarlos y ayudarlos, sino estar a su lado en su difícil y cuidadoso proceso de envejecimiento.


Si tenemos en cuenta la velocidad con la que avanza el envejecimiento de la población en el mundo, y en la Isla de la Juventud en particular, la familia, las instituciones y los medios de comunicación están llamados a mostrar el peligro que encierra la falta de percepción del riesgo, al no entregar desde el seno familiar el amor y la atención diferenciada que estas personas requieren para hacer más feliz su existencia, ya que a pesar de no ser un país desarrollado y presentar serios problemas económicos arreciados por el recrudecimiento del bloqueo por casi 60 años, la esperanza de vida de los cubanos está sobre los 80 años y Chirri es un ejemplo de ello.



Del grado de consideración que tengan como miembros de la familia, dependerá en gran parte, su seguridad, salud y felicidad. Sentirán cada día el calor del hogar, el amor de sus seres queridos, el respeto a su espacio y la comprensión con los cambios en el modo de actuar se producen, pero sobre todas las cosas se sentirán útiles y vivos, no como pavorosos ancianos invisibles, en plena vida.

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