jueves, octubre 22, 2009
Entrega también tu sonrisa
Los que acuñamos algunas canitas y tuvimos unos padres ocupados por nuestra educación, hemos transitado en la vida con una forma de actuar muy sencilla y acorde a los valores morales y éticos que nos transmitieron, en primera instancia, con su ejemplo personal. No recuerdo una sola vez en que al amanecer, por muy apurado que estuvieran, mis padres no me dieran los buenos días y se preocuparan de cómo dormí o si tuve algún sueño pesado.
Esa misma práctica la he tenido con mis hijos, nietos, alumnos, compañeros de trabajo, pero no siempre me ha salido bien y en ocasiones han sido motivo de posteriores reflexiones.
Nuestra sociedad ha tenido como objetivo esencial cultivar la educación de sus hijos en correspondencia con la tradición ética nacional y universal, que han legado los más altos valores que la han enriquecido. Por tal motivo desde que los nenes comienzan a asistir al círculo infantil se convierten en una práctica cotidiana estas costumbres y más tarde en las escuelas primarias se mantienen actitudes similares.
Cuando llega el adolescente a la secundaria básica y comienzan a penetrar en su etapa de crisis existencial, la atención de los maestros varía, la familia les proporciona “mayor libertad en su actuar”, los modos de actuar van cambiando y hasta algunas manifestaciones de galantería, reconocimiento, solidaridad y educación formal, llegan al punto de “darles pena” porque “esas son cosas de viejos”, “ya no se usan”.
Antes de involucrarme en el periodismo estuve muchos años ejerciendo la docencia en diferentes niveles educacionales y en mi formación como profesor también tuve que asistir a todo tipo de adolescentes y jóvenes, incluso, a los que en un momento de sus vidas tuvieron una pobre atención familiar y social y pararon en actitudes delictivas.
Ese andar difícil y lleno de rompecorazones, nos alerta a cada minuto acerca de la importancia de la sistematicidad en la atención e influencia que debemos ejercer en los hijos, familiares cercanos, en los jóvenes que integran nuestros colectivos laborales o los que conviven en el barrio, porque el futuro, que se labra con el día a día del presente, puede llegar a ser para ellos tortuoso.
Vivimos una época difícil en que señorea el individualismo, la solidaridad en muchos casos no es espontánea y los valores formados se desvanecen ante tanta indiferencia. Hay que ser muy fuerte para no cejar en el empeño de ser bueno, laborioso, honesto, caritativo y educado siempre, aún en circunstancias extremas.
Precisamente con esa insistencia, hemos logrado en nuestro colectivo que dar los buenos días se convierta en un placer; subir la bicicleta de una compañera de trabajo no sea una engorrosa labor; Dejar que las compañeras almuercen primero sea una actitud casi involuntaria porque ha formado parte de nuestra personalidad y la hemos asumido como un principio ético. Muestras se han dado de cuán solidarios somos cuando algún colega ha tenido un problema personal o familiar, al punto de que se ha convertido en una ocupación de todos.
Como sociedad nos falta comunicarnos más, saber que los vecinos o compañeros pueden ser los primeros que tenemos a mano para confiar un problema, pedir o dar un consejo o ayudar a tomar una decisión laboral o personal. Conversar no cuesta nada, como decía Charlot a la risa, pero produce mucho.
Sería hermoso que todas esas acciones, esencialmente humanas, las pudiéramos condimentar con una sonrisa demostrativa del placer que profesamos al sentirnos realizados.
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