Por Sergio I. Rivero Carrasco
Desde
que abrí los ojos al mundo esperaba cada cinco de enero en la noche la visita
de los “Reyes Magos”, los que supuestamente
“se convertían en hormiguitas”, entraban en a la casa por debajo de la
puerta”, y depositaban en la sala los juguetes que durante el último tiempo
había preferido, motivando que el amanecer del día seis de enero se tornara
festivo al celebrarse el tradicional Día de Reyes estimulados por los nuevos
juguetes y regalos.
Con
el tiempo la situación fue cambiando y este místico quehacer se trasladó de fecha
en algunas familias según llegara el cobro del viejo… Hasta que un seis de
enero, al ver que no recibía los regalos, mi madre, envuelta en lágrimas, me
dice que los “Reyes míos” llegaban el día 14 si era posible… pero no me
visitaron más, como le sucedió a otros muchos niños.
Pero la celebración del Día de Reyes en Cuba va mucho más
allá de mi infancia y de lo que por generaciones hemos conocido; tiene su
origen en las más remotas tradiciones del mestizaje y el crisol de culturas que
se funden desde la época colonial como crisol de la nacionalidad. Tuvieron
su origen en los cabildos del Siglo XVI
en Sevilla que estimulaban esta práctica trasladada a Cuba a principios del
mismo siglo XVI, y ya en 1520 habían llegado a Santiago de Cuba, y en 1570
estaban en La Habana donde las salidas
se producían durante las Epifanías del Señor o el Día de Reyes cada seis de
enero.
Esta
Fiesta de la liturgia católica, sirvió de entorno especial para que los
cabildos salieran a las calles y realizaran el recorrido que concluía en el
Palacio de los Capitanes Generales, devenido en una especie de “Carnaval negro”
que provocó contradicciones porque unos decían que los negros imitaban a los
que pedían el aguinaldo, acompañados de pitos, tambores y cornetas, mientras
otros entienden que festejaban al rey negro Melchor, santo que por ser de su
raza habían adoptado como Patrono Celestial.
En
ese contexto el ensayista, antropólogo y fundador de los estudios afrocubanos
Fernando Ortiz consideraba que “con el tiempo acudieron los demás esclavos solicitados quizás por los
gobernadores que encontraban así un modo de sostener una fiesta popular y
captarse las simpatías de los esclavos en general de cuya adhesión no se estuvo
nunca muy seguro según se ha dicho”
Otra
de las referencias más claras sobre la celebración del tradicional Día de Reyes
en Cuba llega del propio Fernando Ortiz en su libro “La antigua fiesta
afrocubana del Día de Reyes” de 1925, que al comentarlo la ensayista Adriana
Méndez Rodenas expresa: “/…/ Fernando
Ortiz comunica el profundo significado que este día (6 de enero) acarreaba para
las masas silenciosas de esclavos: era el único día en que podían,
literalmente, exorcizar sus penas mediante el baile. Esto porque cada 6 de
enero los amos relajaban las restricciones que sometían al cuerpo del esclavo,
tanto en el campo como en la ciudad. En un sentido real, la fiesta del Día de
Reyes se convertía en un momento de epifanía, ya que la promesa del ritual era
la liberación incondicional o al menos por un día. Para el festejo del 6 de
enero, los cabildos – asociaciones de negros esclavos libertos que se agrupaban
de acuerdo a su nación en África- elegían un Rey, bailaban comparsas con traje
tribal y se paseaban frente a los palacios de las armas para pedir aguinaldo”
(p. 219).
Se
ha expresado con acierto que esta costumbre de felicitar cada seis de enero al
Capitán General y solicitar el obsequio de aguinaldo, hizo que cada cabildo
tratara de perfeccionar sus salidas con más vistosos trajes y pendones
particulares cada vez con mayor interés competitivo, lo cual estimuló la
influencia entre las propias etnias africanas al revivir las fiestas de sus tierras de
origen con significativa incidencia en el desarrollo de las relaciones sociales
entre ellos, convirtiendo al negro representativo de los hechos y funciones que
se revivían.
Así,
en ese andar de las tradiciones y fortalecimiento de la identidad en la
celebración de la Fiesta de Reyes, fruto de ese fuerte abrazo que se produce
entre las culturas originarias, se fue
nutriendo y fraguando la nacionalidad cubana, el sentimiento de país y el
interés por preservarla como el mayor escudo para proteger la nación.
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