Estamos
demasiado acostumbrados a la barbarie televisada. Es tanta la
información y saturación que ya ni prestamos atención a las imágenes de
muertos que llegan a nuestros aparatos, sangre derramada en países
alejados y que son presentadas en ráfagas, sin explicación ni contexto,
como desastres naturales en medio de unos telediarios que pasan en
segundos del horror al entretenimiento.
Esta mala información cotidiana que no
explica nada, no es casual ni está improvisada, busca ciudadanos
confusos que no puedan entender el mundo, que se queden en la anécdota
más que en los hechos y que en lugar de ideas construyan opiniones. No
hay nada más fácil de cambiar que una opinión.