En realidad lo que hoy llamamos contrarrevolución cubana, murió al nacer. Estados Unidos,
como siempre ha hecho, frustró también toda posibilidad de que la
contrarrevolución, que a partir de 1959 se organizaba, pudiese lograr
ningún grado de legitimidad.(1)
La contrarrevolución también puede ser legítima, en la medida en que
se proyecta y sea teorizada sobre el fundamento real de la existencia
de clases desplazadas del poder, que luchan por reinstalarse
nuevamente en este.
Es que los procesos revolucionarios, también legítimos, mucho más
porque se sustentan en el avance, pueden retroceder, ser derrotados,
revertidos y hasta suicidarse (como lamentablemente ocurrió con la
Revolución Granadina). La revolución puede ser reversible, indicando
así que no existían en realidad condiciones para su triunfo definitivo.