Por
Julio César Sánchez Guerra
Nuestros
abuelos decían: «Habla bajito que las paredes tienen oídos». Se trataba
entonces de algo muy confidencial o un chismecito del barrio, pero aquello de
ponerle oídos a las paredes sonaba a un sentido bien figurado.
Resulta
que ahora las paredes tienen oídos, ojos y hasta lengua para lanzar algún
mensaje. Nunca antes habíamos vivido en sociedades tan vigiladas.