Por Sergio
Rivero Carrasco
Ya es el Día
de los Padres, y a la vez que le hago llegar a todos la mayor felicidad del
mundo por asumir con responsabilidad y amor esa cualidad en la vida, me
dispongo a intercambiar con ustedes algunos sentimientos acumulados durante
algunos años en esta faena hermosa de ser papá, amigo y hermano de mis hijos y
nietos.
Estamos seguros de que no somos carne y sangre solamente, sino el corazón el que nos une y nos hace padre e hijos y cuando ha llegado el momento de ver volar a nuestros pichones, nuestros corazones nunca se han desligado.
Porque es que un papá es ante todo un hombre con corazón, que sabe señalar el horizonte con optimismo y confianza; claro, algo así como una combinación inteligente de razón y sentimiento. A veces, cuando solo ha pasado un minuto de haber requerido a alguno por motivos muy justificados, le sonreímos, guiñamos un ojo con la mayor ternura porque tiene que saber que todo quedó ahí, y solo el amor es el sentimiento que nos une en un instante y en el tiempo.
Estamos seguros de que no somos carne y sangre solamente, sino el corazón el que nos une y nos hace padre e hijos y cuando ha llegado el momento de ver volar a nuestros pichones, nuestros corazones nunca se han desligado.
Porque es que un papá es ante todo un hombre con corazón, que sabe señalar el horizonte con optimismo y confianza; claro, algo así como una combinación inteligente de razón y sentimiento. A veces, cuando solo ha pasado un minuto de haber requerido a alguno por motivos muy justificados, le sonreímos, guiñamos un ojo con la mayor ternura porque tiene que saber que todo quedó ahí, y solo el amor es el sentimiento que nos une en un instante y en el tiempo.
No siempre hemos podido hacer
realidad el placer que significa dedicarles todo el tiempo de nuestras vidas
conociendo que es el mejor legado que podamos dar a nuestros hijos, y ellos lo
necesitan aunque comiencen a peinar canas. El abrazo amoroso, el beso en la
frente, el "hasta mañana, que duermas bien" o el cotidiano
"buenos días" hace crecer el espíritu, porque el mejor legado de un
padre a sus hijos es un poco de su tiempo cada día.
¿Qué adorno
más grande puede haber para un hijo que la gloria de un padre, o para un padre
que la conducta honrosa de un hijo? Siempre oímos de nuestros progenitores que
un hombre es sabio cuando conoce de verdad a su propio hijo. No hace falta
colmarlos de estímulos materiales ni satisfacer a cualquier costo sus antojos.
A veces el hombre más pobre deja a sus hijos la herencia más rica, porque deja
su imagen perdurable en los hijos. Un proverbio imprescindible en esta ocasión es el que nos entrega el escritor, filósofo y músico franco-suizo Jean Jacques
Rousseau: "Un buen padre vale por cien maestros".
A propósito,
les propongo reflexionar con un poema de la Madre Teresa de Calcuta:
Padres y
Maestros
Enseñarás a
volar,
pero no volarán tu vuelo.
pero no volarán tu vuelo.
Enseñarás a
soñar,
pero no
soñarán tu sueño.
Enseñarás a
vivir,
pero no
vivirán tu vida.
Sin embargo…
en cada vuelo,
en cada vida,
en cada sueño,
perdurará
siempre la huella
del camino
enseñado.
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