Por Marta Rojas • La Habana, Cuba
Tomado de La Jiribilla
Algunas
fechas, por su simbolismo, trazan etapas de un pueblo, una nación y
hasta de un continente. En este caso, se encuadra el aniversario 60 del
asalto al Cuartel Moncada de Santiago de Cuba, hecho liderado y encabezado por el joven abogado Fidel Castro Ruz, y que aconteció el 26 de julio de 1953. Ese año, se celebraba el centenario de José Martí, uno de los patricios e intelectuales más representativos y universales de América, quien reconoció desde temprano a Simón Bolívar
como el gran libertador de nuestro continente. Cuando, perseguido por
el colonialismo español, y en su peregrinar por el mundo llegó un día
Caracas, aún sin quitarse el polvo del camino —como escribiría él
mismo—, fue a rendirle a Bolívar, ante su estatua, testimonio de su
grandeza.
Por su parte, los jóvenes que integraron el movimiento
revolucionario —entonces sin nombre— para asaltar el Moncada, en voz de
su líder reivindicaban la memoria de Martí, en el año de su centenario; y
en la propia voz de Fidel, durante el juicio que se le celebró en dos
etapas por el asalto armado a la segunda fortaleza militar de la tiranía
que pretendían derrocar aquel día —hoy el memorable 26 de julio—, el
joven abogado proclamó ante los magistrados de la sala del Tribunal y el
casi centenar de soldados que la guardaban, que el verdadero autor del
asalto al Moncada era José Martí.
En ese momento dejaba sentado cuán importante es la defensa de las
ideas. De cierta forma comenzó entonces lo que en Cuba se identificó
muchos años después como “Batalla de ideas”.
Volviendo a las fechas —casualidades y causalidades
históricas—: el asalto al Moncada es una respuesta revolucionaria armada
al artero golpe militar de Fulgencio Batista, quien desde los años 30
del siglo pasado fue el “hombre fuerte” de los gobiernos de EE.UU.,
estuviera o no en poder —lo estuvo en tres ocasiones y su expediente se
tiñó de sangre—. El impopular golpe de estado había ocurrido un año
antes del asalto al Moncada, el 10 de marzo de 1952.
Justamente, habían
transcurrido 52 años del cese del colonialismo español en Cuba y por
tanto en toda América Latina,
en tanto Cuba fue la última colonia española en este continente.
El
cese de España como metrópoli en la Isla, abrió el comienzo de la
primera intervención yanqui. Fue arriada la bandera española y, en su
lugar, enarbolada la de los nuevos “dueños”.
Los cubanos no cesaron en
su empeño de gobernarse. La autovoladura de la fragata militar yanqui
Maine, en la bahía de La Habana,
fue el pretexto para la intervención de las tropas norteamericanas en
la guerra anticolonial que, de hecho, ya tenía ganada el Ejército
Libertador cubano. Santiago de Cuba,
fue el escenario escogido; la playa de Daiquirí el terreno que les
resultó idóneo: allí mezclaron los marines el ron con azúcar y cítrico
para festejar su invasión.
Es con el golpe militar de 1952 que se quiebra la débil
república constitucional, avalada por su Constitución republicana —por
cierto, una de las más adelantadas del continente que, incluso,
proscribía el latifundio—. Esta carta Magna había sido adoptada en 1940,
en medio de la Segunda Guerra Mundial, contra el nazismo. Las
circunstancias históricas convocaban a luchas por el mal mayor, el
dominio de Hitler, y Batista, el “hombre fuerte” para Washington en
Cuba, hizo valer esa premisa, dejando que la voluntad de los cubanos se
hiciera patente en una nueva Constitución, además, progresista, en la
cual jugaron un papel importante delegados de izquierda, democráticos, e
incluso los comunistas cubanos.
En ese fatídico año de 1952, se cumplía medio siglo de
vida republicana, y de no haber ocurrido el golpe militar se habrían
celebrado elecciones generales y habría triunfado un partido político de
masas, que se acreditó el liderazgo bajo la consigna “Vergüenza contra
dinero”, combatió enérgicamente la corrupción y se ganó el apoyo de
todas las capas sociales y edades de la población. A ese Partido,
conocido en Cuba como Ortodoxo (Partido del Pueblo Cubano), pertenecía
el joven abogado Fidel Castro
Ruz, quien aspiraba —y la hubiera conseguido arrolladoramente— a un
acta de representante a la Cámara en las elecciones que se debían
celebrar el 1ro. de junio de 1952. Su compañera de fórmula electoral,
aspirante a senadora, era la reconocida intelectual Calixta Guiteras,
hermana del líder asesinado en El Morillo por orden del entonces coronel
Batista, como Jefe del ejército tras el Machadato.
Los ortodoxos tenían un símbolo: la conducta intachable
de su fundador y guía, el Dr. Eduardo Chibás, quien se había privado de
la vida dramáticamente, luego de un encendido discurso acusatorio sobre
la corrupción reinante en el país. Este discurso, que forma parte de la
historia de Cuba y al que aludiría Fidel en el juicio del Moncada, se
identifica como “El último aldabonazo”, palabras finales del llamado
hecho por Chibás.
Casi todos los jóvenes que integraron la hueste revolucionaria que asaltó, el 26 de julio de 1953, el Cuartel Moncada (en Santiago de Cuba),
y el Carlos Manuel de Céspedes (en la ciudad de Bayamo), provenían de
las filas juveniles, las más avanzadas, de aquella organización
política.
Estos antecedentes, someramente explicados, tienen la
importancia que el propio Fidel le da a la historia. En un taller
científico con motivo del aniversario 50 del Movimiento 26 de Julio
(fundado luego de la salida de Fidel de prisión en 1955) fue aprobada
una Declaración Final, en presencia del propio fundador y jefe del
Movimiento (Fidel), que toma la siguiente formulación del Comandante en
Jefe: “la historia, más que una minuciosa y pormenorizada crónica de la
vida de un pueblo, es base y sostén para la elevación de sus valores
morales y culturales, para el desarrollo de su ideología y su
conciencia; es instrumento y vehículo de la Revolución”.
En cuanto a la Declaración Final del mencionado taller,
es interesante destacar cómo en ella se ratificaron los principios
enarbolados por Fidel en el juicio del Moncada 1,
iniciado el 21 de septiembre de 1953, y ratificados en su histórico
alegato conocido como La Historia me Absolverá, pronunciado por él el 16
de octubre del propio año, en un pequeño cuarto de un hospital. Lógico,
“parecería que la justicia estaba enferma”. Dice un párrafo: “...en la
acción del Movimiento 26 de Julio
estuvieron presentes los principios éticos, programáticos y políticos
que animaron las luchas por la independencia nacional y la plena
soberanía de la nación cubana, desde Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez y
Martí —en cuya ética, acción y pensamiento encontró las raíces
esenciales de su accionar y su doctrina—, hasta Mella, Guiteras y
Chibás, y que, la integración orgánica de estas fuentes con el
pensamiento y la práctica revolucionarios aportados por el
marxismo-leninismo (ya en la Revolución triunfante) proveyó el basamento
de ideas que mostraron el camino hacia la nueva sociedad”.
El Moncada fue la continuación histórica de la lucha
emprendida por el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes,
propietario de un ingenio azucarero, que el 10 de octubre de 1868 se
levantó en armas contra el colonialismo español en su finca, y —algo
inédito entre los alzamientos independentistas en América— su primer
acto fue hacer tañer la campana del Ingenio para reunir a los esclavos y
proclamar que, desde ese momento, todos eran hombres libres y que
aquellos que quisieran se les unieran para juntos conquistar la libertad
de Cuba. Al igual que él, otros próceres separatistas del oriente del
país liberaron a sus esclavos y con ellos, como cubanos todos,
integraron la nacionalidad en el curso de los diez primeros años de
guerra de independencia, etapa en la cual surgieron líderes de
extracción modesta, entre ellos muchos negros y mulatos, como el General
Antonio Maceo y Grajales, el Titán de Bronce, hijo de una venezolano y
una cubana.
En el juicio del Moncada, al que tuve el privilegio de
asistir como novel periodista, se suscitó el siguiente diálogo con el
Fiscal, durante el interrogatorio a Fidel:
—Dígame, joven. ¿Con qué prestigio político contaba Ud.
para creer que un pueblo entero se le uniría y más un pueblo tan
descreído y tantas veces engañado como el de Cuba?
A Fidel lo irritó la pregunta. Alzó la voz para responder al fiscal y despaciosamente le dijo:
—Con el mismo prestigio con que contaba el abogadito
Carlos Manuel de Céspedes, cuando dio el Grito de Yara. Con el mismo
prestigio con que contaba el mulato arriero Maceo cuando se alzó en la
manigua redentora, entonces no era el Maceo de la Protesta de Baraguá,
ni el Maceo de la Invasión, ni el Maceo que supo predicar que era
peligroso contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso,
refiriéndose a los Estados Unidos de Norteamérica. En aquellos primeros
años de lucha Maceo no era conocido, así que no tenía el prestigio a que
Ud.
Se refiere y que sin duda tiene su figura aunque muchas veces la
historia ha tratado de empequeñecerlo un poco porque era negro, y lo
presentaban solo como un guerrero, cuando además de guerrero, de
estratega militar, era un estadista, un hombre que se había superado
extraordinariamente y cuyo civismo despertaba el respeto y admiración
hasta de sus enemigos, pero Maceo era un arriero y un negro, y a un
arriero negro (su familia era dueña de una arria de mulos para trasladar
productos agrícolas a la ciudad, desde su pequeña finca), se le
escatima el puesto real que merece en la historia de su Patria por sus
méritos indiscutibles.2
El asalto al Moncada se produjo al amanecer del 26 de
julio —según el santoral católico el Día de Santa Ana—. El anterior
había sido el Día de Santiago Apóstol, el patrón de la ciudad, y apogeo
de las fiestas de carnaval en esa provincia —villa fundada por Diego Velázquez,
hace ahora dos siglos—. El carnaval permitía disimular la presencia de
un número determinado de jóvenes procedentes —salvo una excepción— de La Habana
y otras ciudades de occidente. Era usual que cubanos de cualquier
provincia viajaran a la capital de la antigua provincia de Oriente para
celebrar los carnavales. Un solo santiaguero, residente en la ciudad
(Renato Guitart), tuvo conocimiento de la fecha y hora del asalto, como
integrante de la Dirección del movimiento —que no tenía nombre aún— y,
después del hecho, fue mencionado y conocido como miembro de la
Generación del Centenario.
Yo me encontraba en Santiago —mi ciudad natal— el 26 de
julio. Desde la noche del 25 disfrutaba de los carnavales. Había
viajado a Santiago, procedente de la Habana donde estudiaba Periodismo.
Por ese motivo, pude escuchar los primeros tiros, que confundí con
fuegos artificiales, como centenares de jóvenes y familias que aún
disfrutaban de la fiesta en las avenidas donde se concentraba más
público hasta el amanecer de la Santa Ana. Yo pensaba escribir una
crónica sobre los carnavales, pero mi instinto periodístico me condujo a
escribirla sobre los tiros: los tiros eran en el Moncada, y no por una
“bronca” entre soldados como se decía —y era lógico que así se pensara—.
Se iniciaba, sin imaginárnoslo, la transformación de Cuba. Ese día fue
el comienzo del fin de medio siglo de frustraciones pos independencia
del colonialismo español. De ello me daría cuenta, realmente, dentro de
las barracas del cuartel. Hasta los periodistas avezados fueron
impactados por las escenas mostradas “en el teatro de los hechos”
—obviamente, decenas de muertos, no habían fallecido en combate, sino
asesinados. Aunque con el rostro y otras partes del cuerpo destrozados,
los habían vestido con uniformes nuevos, sin un orificio de bala—.
Aquellas fueron —diríamos hoy— muertes extrajudiciales.
Algunos hechos son importantes para la sucinta mención a esta página de la historia de América:
- La mentira primero, y la conjura del silencio inmediatamente después, fue el arma del enemigo contra los revolucionarios.
- Los revolucionarios, con la voz de su líder, se convirtieron con el peso de la verdad en acusadores, cuando habían conducido a los sobrevivientes al juicio, como acusados. Fue tan rotundo el peso de la verdad, con las acusaciones sobre los crímenes que el régimen “todopoderoso” se vio obligado a retirar al Dr. Fidel Castro (como acusado y abogado) de la espaciosa Sala del Pleno y buscar otra fecha para juzgarlo porque en aquella Sala Primera del Palacio de Justicia, donde radicaba la Audiencia, había muchos oídos receptivos.
- El alegato de defensa, La Historia me Absolverá, reconstruído por Fidel en el presidio de Isla de Pinos y publicado clandestinamente cuando aún estaba preso (encomienda que cumplieron cabalmente Haydée Santamaría y Melba Hernández), resultó ser el instrumento idóneo y efectivo no solo para que se conociera la verdad, en medio de una férrea censura de prensa, sino para que esta verdad hiciera tomar conciencia más profunda de la importancia de una revolución verdadera. Y eso que entonces en Cuba había un porciento elevado de analfabetismo. Por otra parte, vestía sus galas el macartismo y toda idea audaz o progresista se consideraba comunista y era atacada.
Seis años y cinco meses después del 26 de julio de
1953, triunfaba la Revolución. Esta había transitado un periodo de dura
lucha: la prisión de Fidel y sus compañeros, sobrevivientes de la
matanza; la lucha de muchos sectores del pueblo por la excarcelación de
los revolucionarios; la preparación de la expedición del Granma; el
desembarco; el comienzo fragoso de la lucha en la Sierra Maestra y en la
clandestinidad y, al fin, el triunfo arrollador del 1ro. de enero de
1959, a partir del cual todos los países de América comenzaron a ser más
libres, aún cuando los gobiernos de todas las naciones, con excepción
de México, rompieron muy pronto relaciones con la Cuba revolucionaria, cumpliendo las instrucciones del amo yanqui.
Hoy, todo es diferente; para bien de la Patria Grande,
el 26 de julio demostró el triunfo de las ideas y de la rebeldía
nacional por una causa justa. La Revolución iniciada con un revés,
siguió adelante con Fidel apegado con firmeza a su concepción de pueblo.
“¿Con que arma Ud. confiaba (…)?” le preguntó el Fiscal durante aquel
juicio en la Sala del Pleno. Su respuesta contundente fue que confiaba
en el pueblo.
Notas:
1. Declaración Final en el aniversario 50 de la fundación del Movimiento Revolucionario 26 de Julio (1955)
2. Del libro El juicio del Moncada, testimonio antológico de la autora, prologado por Alejo Carpentier, Editorial Ciencias Sociales, del Instituto Cubano del Libro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario