Por
Sergio I. Rivero Carrasco
Fue
el 5 de marzo de 1933 cuando falleció Juan Gualberto Gómez Ferrer en La Habana,
cuando aún no había cumplido los 79 años de edad. Sus raíces esclavas le
llegaban por sus padres, quienes
pertenecieron a la dotación del ingenio “Vellocino”, en Sabana del Comendador,
Matanzas, donde él también vio la luz. Con enormes esfuerzos personales sus
padres pudieron comprar, su libertad desde que crecía feliz en el vientre
materno, quienes también adquirieron las cartas de libertad de su Juan.
Creció
así, irreverente con la injusticia y la opresión, con el abuso y la esclavitud,
porque conocer de la horrible explotación esclavista le sirvió para articular
su lucha abolicionista con las más fervientes ansias independentistas en un
proceso complejo y hermoso de franca maduración del pensamiento, lo cual
demostró con su obrar en la vida, gracias también a la influencia recibida del negro pedagogo Antonio Medina y
el encuentro en suelo francés con Francisco Vicente Aguilera y el general
Manuel de Quesada, precisamente en tiempos en los que se desarrollaba la
“Guerra Grande”.
Este
cubano único que transitó por dos siglos de lucha independentista, revive desde
el seno de la Patria y se nos presenta inmortal muy cercano al Apóstol, que le permitió
crecer con la sabia y el intercambio de su pensamiento liberador, y quien le
confiara la más embarazosa y comprometida de las misiones: insurreccionar a Cuba, por órdenes expresas del Partido Revolucionario Cubano y del Generalísimo Máximo
Gómez. Fue el propio Martí quien expresó que el valiente patriota “…es joya grande y el único que prepara en
masa la opinión. El excelente Juan Gualberto Gómez”.
El
Poeta Nacional Nicolás Guillén lo describe por los años 20 del siglo pasado, como
“Hombre de estatura breve, aunque de
cuerpo proporcionado y bien repartido. El gesto desenvuelto acusaba enseguida
su filiación social; persona de mucho viaje, mucha lectura y mucho trato o
rocen (…) llevaba el rizado cabello, entrecano y corto, abierto al centro de la
cabeza; una cabeza llena de fuerza y distinción (…) poseía una cultura
variadísima, le gustaba mucho hablar principalmente de política, tanto de la
cubana de aquellos días, que ya estaba conspirando contra Machado, como de la española muchos años antes, es
decir, de los tiempos en que le tocó conspirar junto a Martí en la Guerra
Chiquita y la revolución de 1895”.
La
irreverencia de Juan Gualberto Gómez se hizo presente a lo largo de su fecunda
vida revolucionaria y su labor periodística aguda, comprometida con la
abolición de la esclavitud, contra el racismo y por la independencia de la
dominación española, que lo condujeron al destierro y a cumplir prisión. Ese
temple y honestidad a flor de piel lo hicieron rechazar todo tipo de soborno de
las autoridades coloniales que creyeron acallarlo, pero lo que lograron fue
profundizar en él su sentimiento conspirativo, tanto en el cumplimiento del
mandato martiano como en los días de la ocupación norteamericana de inicios del
siglo, identificándose como ferviente opositor a la Enmienda Platt en los
términos injerencistas.
Su
identificación llegó a tal punto que fue tenida en cuenta en una carta que
envió Leonardo Wood a Theodore
Roosevelt, en la que expone quiénes se oponían al siniestro apéndice: “Son los degenerados de la
Convención, dirigidos por un negrito de nombre Juan Gualberto Gómez,
hombre de mediocre reputación así en lo moral como en lo político”. Y
esa actitud indomable lo acompañó hasta
los años 30 del siglo XX protagonizando hechos de la vida política cubana,
perseverante con la pluma en ristre contra la corrupción y las vejaciones
imperiales, sufriendo con extrema angustia al ver cómo las ideas de Martí eran tronchadas
y tomaban fuerzas las manifestaciones racistas contra las etnias que se
incorporaron a la lucha por la emancipación definitiva de Cuba.
Los
periodistas cubanos tenemos presente el ideal de Juan Gualberto Gómez como
referencia imprescindible y cada cinco de marzo, en honor a él, da inicio en
todo el país la Jornada por el Día de la Prensa Cubana, multiplicando su legado
en estos tiempos no menos convulsos y de profundo acecho imperial por destruir
la obra revolucionaria; sigue junto al gremio por su incondicionalidad y amor
por la Patria, la solidez en los principios, el elevado sentido de la justicia
e igualdad real entre los hombres, y una profunda dignidad e irreverencia a
toda prueba contra el yanqui opresor, portando la pluma como fusil en el
combate para que prevalezcan las más nobles ideas que alimentan nuestro actuar
como fieles periodistas revolucionarios.
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