Imagen: Obra del artista de la plástica Rafael M. Calvo González
Como un talismán llega Martí a la vida de los hombres, un corazón con alas de mariposa, un busto blanco parece que respira entre las vicarias, un poema superior a la música lo viste de melodía; un libro, harto de manos y escuelas, lleva por seña “La Edad de Oro”; es un gigante que vigila desde el horizonte y apunta con sus dedos de paloma, el borde exacto por donde despunta la salida el sol.
Si Martí nos faltara en esta historia, de esclavos liberados en un ingenio, de ciudades convertidas en antorchas, de camino largo de sacrificios y hazañas anónimas en los hombros del pueblo; a esta historia de Patria estremecida, le faltaría el puntal clave de sus cimientos.
Martí no es una cita en la primera página de un libro. Ni palabra para ser repetida sin abrirle las dolorosas entrañas. El llegó a Dos Ríos por la escala del dolor. La madre le recuerda alguna vez, el destino del Nazareno de la cruz. Estremece el instante en que las mujeres de Tampa, le regalaron una cruz de caracoles de medio metro. A Gonzalo de Quesada, en los días en que la guerra pedía otra carga por la libertad, escribe: En la cruz murió el hombre un día, se ha de aprender a morir en la cruz todos los días. El 19 de mayo de 1895; horas antes de caer, lanzó a la manigua, en la mitad del día, su palabra tajante: Por Cuba, sépase bien, estoy dispuesto a dejarme clavar en la cruz. Y él amó su cruz.
Del horror de las canteras de San Lázaro salió con la limpieza de un niño incapaz de odiar, para verse un día frente al portal de su tierra llamando a todos los hombres que saben amar.
Hizo del amor una bandera en el corazón del hombre para que nunca faltaran ni los pájaros ni el viento: Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin amor no puede ver.
Este Martí poderoso e inclaudicable está naciendo todos los días, con su mensaje ético y advertencias centenarias. Mientras veía las imágenes feroces, del documental Camino a Guantánamo, pensaba en el dolor de Martí, cuando un hombre recibía una bofetada en la mejilla en cualquier parte del mundo, y la vergüenza por la dignidad perdida en las manos del verdugo. Este mundo necesita a Martí. Sus vivencias en los entrañas del monstruo nos dejan apuntes anunciando la decadencia moral de una sociedad que siembra el egoísmo, devora la libertad y hace del dinero, la gran mancha del mundo.
En estos tiempos, en que la batalla por poseer cosas termina por dejar el espíritu vacío de mariposas blancas, Martí nos deja ver desde un colgadizo, la belleza del mundo, las estrellas cariñosas, la música del árbol, el arroyo increíble de la Sierra, el héroe que llevamos dentro, la paloma hecha silueta entre las palmas.
Ante el desafío de los nuevos intentos por colonizar nuestra capacidad de ser hombres dignos, hagamos frente a la banalización de la cultura, miremos la firmeza de nuestras raíces para que el mundo pase sin perder el rostro de las islas; descubramos la música auténtica, el arte que emocione y nos deje el alma limpia; que aturda la bondad de hacer el bien; y la vida, sea la entrega a los sueños más antiguos de los hombres, esos que hacen de la justicia, el sentido de la existencia de un pueblo.
En Fidel, está Martí, guiando la conducta que hizo de la ética una razón de Estado. En cinco jóvenes heroicos, late desde allá, el corazón de Martí, en los médicos que curan, en el trabajador callado y tenaz que ama a la patria como a una niña dormida.
Enfrentemos el reto de vivir martianamente, amando un árbol, la luz de una rosa blanca, el templo de la humanidad; para sentir cuando llora de pobreza una mujer, para que un niño desde que piense en la verdad y el amor, pueda decirle a otro niño de cualquier parte del mundo: Yo doy por ti, el corazón con que vivo.
* Presidente de la Sociedad Cultural José Martí