Por Manuel E. Yepe*
Aunque todas las encuestas de opinión muestran que la mayoría de los ciudadanos estadounidenses discrepa de la política oficial de su país respecto a Cuba, hasta los más partidarios de la normalización de los vínculos con la isla vecina suelen partir de concepciones erróneas –o al menos inexactas- en cuanto al origen y los aspectos más censurables de esta política.
La más extendida de estas concepciones es la de que el curso hostil de las relaciones con el pequeño país vecino es incorregible por la presión política que ejerce la inmigración de origen cubano radicada en la Florida cuyo apoyo la hace intocable en períodos de elecciones federales.
Pero la inmigración cubana no es la más numerosa en Estados Unidos, ni siquiera entre las hispanas.
Tampoco el llamado lobby cubano es un grupo de presión característico pues no responde, como los demás en el Congreso, a un gobierno extranjero que lo utiliza para ejercer influencia en la política exterior de Washington como extensión del trabajo de sus embajadas. El lobby cubano se manipula desde adentro como grupo de presión contrario a las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba.
La responsabilidad por la existencia y “fortaleza política” del llamado lobby cubano en el Congreso no radica verdaderamente en la comunidad de inmigrantes cubanos en la Florida sino en una estrategia de dominación de la derecha ultra conservadora de Estados Unidos con objetivos políticos claramente definidos que incluyen el mantenimiento de la tensión en el Estrecho de la Florida.
Las leyes estadounidenses conceden a inmigrantes cubanos, con fines promocionales y como acción de guerra contra la isla, prerrogativas tales como admisión automática, ubicación laboral al arribo, asistencia económica y privilegios en el proceso para recibir la condición de residentes y luego la ciudadanía, beneficios que no son brindados a inmigrantes de otras nacionalidades.
Buena parte de los cubanos llegados durante 3 primeros años que siguieron al triunfo revolucionario en la Isla fueron reclutados por los cuerpos de inteligencia estadounidenses para ser utilizados en acciones agresivas contra Cuba, dada su experiencia represiva adquirida al servicio de la tiranía derrocada. Algunos sirvieron, así mismo, para el desarrollo acciones de guerra sucia contra las fuerzas patrióticas que -siguiendo el ejemplo cubano- se lanzaban a la lucha contra las tiranías militares impuestas por Washington en varias naciones de la región.
Así se conformó un ejército informal de personas de habla hispana, capaz enmascarar la mano estadounidense en acciones de violencia contrarrevolucionaria como la genocida operación Cóndor que en mayor o menor medida sufrió toda Latinoamérica.
La fortaleza económica del “exilio cubano” nació del dinero mal habido extraído de Cuba, en grandes cantidades, ante la previsible caída del dictador Fulgencio Batista, al que se sumó el que llevaron consigo los prófugos de la justicia que huyeron junto al tirano.
Creció con el financiamiento de la CIA para sabotajes en Cuba y los presupuestos del Departamento de Estado para la creación de organizaciones de terroristas “pro democratización” de Cuba que, en ocasiones, incursionaban en el narcotráfico con la protección que les garantizaba la CIA y el dominio de la logística y las comunicaciones con que esta agencia les había habilitado.
Los abundantes recursos financieros asignados al proyecto aportaron relevancia social en el Sur de La Florida a esta formación de mercenarios presentados por los medios dominantes como “luchadores por la libertad y la democracia”. Otros cubanos que emigraban por temor a los efectos del bloqueo y ante la creciente agresividad militar de Estados Unidos, o directamente afectados por la radicalización del proceso revolucionario, fueron sumándose a los esfuerzos estadounidenses por recuperar el dominio de la Isla y evitar la propagación de su ejemplo.
Veinte años después muchas de esas personas, enriquecidas y amparadas por la CIA y demás agencias de inteligencia a las que habían servido, fueron transformadas en políticos estadounidenses. Desde entonces dedicaron su tiempo a hacer terrorismo contra Cuba en el terreno de la política en Estados Unidos y a emplear sus puestos para socavar la política exterior hacia Cuba, favoreciendo sus agresivas agendas. La administración de Reagan hizo el milagro de lavar sus expedientes para llevarlos a ocupar cargos políticos en todos los niveles. Algunos son hoy congresistas federales integrados en la extrema derecha conservadora de Estados Unidos y jurados enemigos de las relaciones con Cuba.
Es esa la razón por la que los desmanes del “lobby cubano” no son atribuibles a los cubanos, sino al orden establecido en Estados Unidos, que podría desecharlo en cualquier momento, como tantas veces lo ha hecho con quienes le han servido y han dejado de serles útiles.
* Manuel E. Yepe periodista cubano, especializado en temas de política internacional.
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