Tomado de Cubadebate
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Un programa político compromete a partidarios y adversarios. En La lengua de la demagogia analicé las agendas que nos proponían a los venezolanos, desde el Rómulo Gallegos que en los ensayos de Alborada (1909) afirmaba que “exótica, o mejor dicho extranjera, ha de ser nuestra cultura”, hasta el Betancourt que en el “Plan de Barranquilla” (1931) agotaba la quincalla verbal seudo marxista para quedarse en “la revisión de los contratos y concesiones celebradas por la nación con el capitalismo nacional y extranjero”. Desde el Lusinchi que en “Un pacto para la democracia social” (1983) sólo enumeraba dádivas sin explicar quién ni cómo los proporcionaría, hasta el Carlos Andrés Pérez que en “Acción de gobierno para una Venezuela Moderna” (1988) llamaba “flexibilización de las tasas de interés” al alza, y “participación de la inversión extranjera” a la privatización de la industria petrolera.