sábado, septiembre 07, 2019

Las paredes tienen oídos


Por Julio César Sánchez Guerra


Nuestros abuelos decían: «Habla bajito que las paredes tienen oídos». Se trataba entonces de algo muy confidencial o un chismecito del barrio, pero aquello de ponerle oídos a las paredes sonaba a un sentido bien figurado.


Resulta que ahora las paredes tienen oídos, ojos y hasta lengua para lanzar algún mensaje. Nunca antes habíamos vivido en sociedades tan vigiladas.



La vigilancia se convierte en acumulación de datos, resultados de la huella que dejamos en internet y que las empresas venden como si fuera un mineral muy valioso. Datos que recogen con las veces que marcamos: «Me gusta» o con las búsquedas que hacemos en sitios y redes.


Toda esa información de vigilancia es utilizada para estimular lo que compras y consumes, y establecer patrones de conducta política.


A esta realidad de nuevas tecnologías se unen dos pulsiones de los seres humanos: la pulsión escópica y exhibicionista. Es decir, el hombre es un mirón por naturaleza, alguien que curiosea y eso está en la base misma de su existencia. Pero es alguien que le gusta que el otro lo mire, y lo eleve.


Las redes sociales exacerban esas pulsiones. Miro y me miran. Las emociones y sensaciones se van por encima de la reflexión, del ejercicio crítico del pensamiento. Una especie de chancleteo digital se apodera de discusiones de las que no nace la verdad o la comprensión entre los seres humanos.


Mientras, las matrices de opinión imponen en los grandes medios una narrativa ajustada a intereses de los poderosos. «La verdad» es solo una herramienta más para engañar, confundir, librar guerras sicológicas.


Ante tal bombardeo de mentiras o medias verdades se sucumbe o se da la espalda, buscando en el entretenimiento todo alejamiento a la «política sucia e inútil». Pero ahí también nos dominan: nos arman otra realidad; la hiperrealidad convertida en una descompensación de lo real. Las paredes tienen oídos, pero ya no resulta fácil distinguir a las propias paredes.


Arde la Amazonía, pero arde el hombre que se descompone fragmentado por el egoísmo y la
depredación de sí mismo. ¿Qué hacer? Creo que el primer desafío es interpretar la compleja realidad del mundo. Que el discurso político o pedagógico llegue hasta el fondo de la naturaleza humana, desde su animalidad hasta ser criatura amable capaz del placer del sacrificio. Entender que lo que pasa a la tierra es asunto de cada individuo y que hoy hay una guerra por repartirse el mundo, y todos estamos bajo la misma balacera.


Superar en fin, la vigilancia de oídos en las paredes de las nuevas tecnologías y la hegemonía, con la cultura como brújula. Al Ulises mitológico lo ataron a un mástil para que no se lanzara al mar ante el canto de las sirenas. Al hombre hoy lo seducen con sirenas inteligentes, voces engañosas, y no hay mástiles para sobrepasar la historia, solo la cultura que emancipa, y un poco de amor para no perder la fe en lo mejor del hombre.

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