A un amigo del barrio le preocupa —y puede que algún lector coincida— por qué no pocas veces nos referimos al futuro viéndolo como un reto o un desafío, cuando para él ello es sinónimo de provocación, amenaza, duelo, pelea, oposición… ¿Será que el mañana para Cuba nunca será sencillo?», se pregunta.
Parece que solo leyó esos términos y no se detuvo a mirar que el diccionario recoge que reto o desafío es, además, cosa difícil que alguien se propone —como un objetivo o empresa difícil que ha de enfrentarse— e incitación a la competencia —esta última referida a la aptitud o capacidad para llevar a cabo una tarea: competencia profesional.
Mi primera reacción fue preguntarle si vivía en este mundo de manera «diferida», pero me contuve. Parece que no conoce o no siente la espinosa situación creada por la actual crisis general del sistema capitalista, de cuyas consecuencias los cubanos intentamos sacudirnos y seguir adelante. Ahí un primer reto.
En su artículo Los Desafíos de Cuba (junio 2010), el belga Eric Toussaint, conocido estudioso y Doctor en Ciencias Políticas, aludía a cinco niveles en que se afecta la economía criolla y que repercuten directamente en la construcción de ese futuro que mi amigo quiere sea más sencillo.
Entre ellos, Toussaint enumera el descenso, entre en 2008 y 2009, del precio de la tonelada de níquel que exporta Cuba; los efectos —todavía perceptibles— de los huracanes de 2008 y el recrudecimiento del bloqueo que Estados Unidos ha impuesto a Cuba por más de 50 años.
Tales realidades —expliqué a mí interlocutor— descompensan cualquier economía, pues se tienen que erogar sumas cuantiosas para importar alimentos, se reducen las exportaciones, disminuyen los ingresos y, sin embargo, los cubanos tenemos acceso, entre otros beneficios, a servicios sanitarios y educativos de calidad y gratuitos. Eso es un desafío.
Mi amigo trabaja y además incursiona en una de las modalidades de trabajo en el sector no estatal y sin saberlo —o acaso lo sepa bien— es uno de los favorecidos por los esfuerzos de la dirección del país por vencer ese muro que imponen las carencias, intentos que se nutren del potencial humano, el colectivismo, el diálogo y la cooperación.
Ante su inconformidad por lo difícil de nuestras encrucijadas, le recordé que la Revolución no tiene todas las respuestas, pero no se cansa de buscar alternativas; que vivimos en un sistema social que se opone literalmente a quienes quisieran promover el caos y alimentar la corrupción, en el que el éxito (el futuro) depende del hombre y su capacidad para transformar la realidad. ¿No es eso también un reto?
Según Darío L. Machado Rodríguez, Doctor en Filosofía y Letras, no se puede pensar en construir una sociedad armónica, justa y equitativa, en este mundo caótico y en crisis general, sin apelar a un proyecto que tenga como instrumentos principales la propia ideología socialista, las políticas sociales, la cohesión, el consenso y la planificación.
«¿Pero cómo hacerlo sin que sea duro?», se cuestiona también mi amigo. Y vinieron en mi ayuda dos frases: una de la novelista británica George Elliot, quien expresó que «nuestras acciones hablan sobre nosotros tanto como nosotros sobre ellas»; y otra de su compatriota y colega de profesión Charles Dickens, un poco más conocida: «El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta».
No sé si con estas apreciaciones convenzo, pero asombrosamente el diálogo con mi dubitativo camarada terminó con él citándome nada menos que a José Martí: «La Patria no es de nadie y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia». Solo lo miré, y me dijo: «Ya sé que ese es el reto».
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