José Pertierra. Foto: Bill Hackwell
Sobre la evolución de la política de Cuba con su emigración, por Andrés Gómez
Palabras del abogado José Pertierra en el encuentro de emigrados cubanos celebrados en Washington DC, el 28 de abril de 2012
Qué gusto estar en la patria. Y la llamo así no solamente
porque este sagrado edificio que nosotros llamamos nuestra embajada -y los
yankis llaman una “sección de intereses”–es territorio cubano. Más importante
que eso, digo “Patria”, porque estoy rodeado de patriotas.
Patriotas que ahora residen lejos de la Isla: como mi amigo
Mandy en Miami, Félíx en Chicago, Pancho en Denver, Raúl en San Juan, o Luisito
en Washington.
También se encuentran entre nosotros, cumpliendo misión
internacionalista aquí en nuestra embajada, patriotas como mis hermanos Jorge,
Tomás, Patricia, Gretel, Robertico y la niña Yvette.
No los menciono a todos, porque no quiero tragarme un
radio.
La patria, mis queridos hermanos, no está sostenida por un
suelo, sino por un pueblo. Por los seres de carne y hueso que la aman y
comparten un mundo particular de sentimientos, de recuerdos, de infancias, de
olores, de sabores, y de respeto hacia los que han de conservar y engrandecer la
memoria afectiva de un colectivo.
Bien sabemos nosotros que la patria no es un lugar donde se
está, sino donde se vive. Nunca fue más cubano Heredia que cuando en 1824 le
cantó al Niágara.
Nunca fue más cubano Martí que cuando en 1891 en un liceo en
Tampa dijo: “¡Se dice cubano, y una dulzura como de suave hermandad se esparce
por nuestras entrañas!”
Nunca fue más cubano Martínez Villena que cuando en 1930 desde
Moscú le escribió a su querida Asela,
“Mi último dolor no es el de dejar la vida, sino dejarla de
modo tan inútil para la Revolución… Hay que estudiar, hay que combatir
alegremente por la Revolución, pase lo que pase, caiga quien caiga!”
Nunca fue más cubano Mella que cuando el 10 de enero de 1929 en
México -herido mortalmente– respiró sus últimas palabras en los brazos de Tina
Modotti: “Muero por la Revolución”.
La patria es la gente que respira patria. Donde quiera que
estén. Los médicos internacionalistas cubanos trabajando para salvar vidas y
combatir el cólera en Haití respiran patria. Los maestros internacionalistas
cubanos combatiendo el analfabetismo en Bolivia respiran patria.
Los Cinco cubanos que arriesgaron sus vidas en Miami para
defendernos del terrorismo respiran patria. A pesar de estar lejos del suelo
cubano encarcelados en dispersas cárceles dentro de los Estados Unidos, viven y
respiran patria. Juntos a Martí, Céspedes, Agramonte, Maceo, Mella y Camilo: son
nuestros héroes. Nuestros hermanos.
Con su comportamiento desde sus oscuras y a veces heladas
prisiones, estos Cinco Hermanos son ejemplos de cubanía. Nos hacen recordar las
palabras de Bonifacio Byrne,
En el fondo de obscuras prisiones
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
no escuchó ni la queja más leve,
y sus huellas en otras regiones
son letreros de luz en la nieve…
Como cubanos que somos, tenemos el deber de defender a estos
Cinco Hermanos. Sus caminos son nuestros letreros de luz en la nieve. Y son,
también, nuestra patria.
Fueron condenados a largas e injustas sentencias por haberse
atrevido a combatir el odio que rebosa en Miami. A protegernos del terrorismo
que proviene desde Washington y Miami. Un terrorismo que le cobró la vida no
solamente a miles de cubanos en Cuba, sino también:
A Carlos Múñiz Varela que hoy cumple 33 años de haber sido
asesinado en San Juan a los 26 años de edad.
A Eulalio Negrín asesinado en Nueva York el 25 de noviembre de 1979.
A Félix García Rodríguez asesinado en Nueva York el 11 de septiembre de 1980.
A Crescencio Galañena Hernández y Jesús Cejas Arias asesinados en Buenos Aires el 9 de agosto de 1976.
A Orlando Letelier asesinado el 21 de septiembre de 1976, a pocas cuadras de aquí donde estamos reunidos en Washington.
A Fabio Di Celmo en el Hotel Copacabana en La Habana el 4 de septiembre de 1997.
Y no podemos olvidar del asesinato a sangre fría el 6 de
octubre de 1976 de los 73 pasajeros a bordo CU-455 sobre las aguas de Barbados.
57 de esos pasajeros eran cubanos, incluyendo a 24 miembros del equipo juvenil
de esgrima-ganadores de las medallas de oro, plata y bronce en los juegos
Panamericanos en Caracas. Los que los vieron abordar la nave ese día cuentan que
en sus pechos colgaban las medallas que habían ganado. Una de las víctimas en
ese avión era una niñita de 9 años llamada Sabrina. Una de las dos bombas que
los terroristas detonaron en el avión la descuartizó.
Los autores intelectuales de esos asesinatos gozan de una plena
impunidad en los Estados Unidos. En vez de extraditar a Posada Carriles,
Washington lo protege. El terrorista marcha libremente en Miami a favor de las
Damas de Blanco y se reúne con algunos de los politiqueros miamenses como el
Congresista David Rivera en los restaurantes de la saguecera para pedirle al
supuesto exilio que “afilen sus machetes” contra Cuba.
Como dijo Martí, “por lo invisible de la vida corren magníficas
leyes”. Estas leyes regulan nuestra conducta: en la paz, y especialmente en la
guerra. Discrepancias políticas se debiesen combatir pacíficamente o (si es
necesario) en el campo de honor. No con bombas en los hoteles y restaurantes. No
atacando a civiles, a niños y a mujeres indefensas.
Podemos decir del terrorismo de Miami y de Washington durante
las últimas cinco décadas lo que José de la Luz y Caballero afirmó acerca de la
esclavitud en Cuba en el Siglo XIX: que es un problema ético, un pecado
colectivo, un cáncer social.
Esta noche a las 6 de la tarde en (where else?) Miami una tal
“Junta Patriótica Cubana” celebrará un homenaje al terrorista Orlando
Bosch-cómplice de Posada Carriles en la voladura del avión cubano–con motivo de
cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento.
No conozco a esa “Junta Patriótica” que quiere homenajear a un
terrorista, pero les puedo afirmar que sobre la ausencia de ética, la
insensibilidad colectiva y el vicio moral no se puede sustentar una idea de
patria.
Nunca sentí yo tanto odio a mi alrededor que cuando me pasé
cuatro meses y medio en El Paso, en el mismo hotel que Luis Posada Carriles, sus
secuaces y su abogado Arturo Hernández, quien en ausencia de cubanía, insistía
que lo llamaran Art Jernandes.
Sentí a mi alrededor un odio tan pero tan grande, que comprendí
por primera vez qué mueve a un ser humano cuando se dispone a asesinar a otros
cubanos, simplemente porque piensan diferente. Un odio que desafortunadamente
han heredado muchos de los hijos de los cubanos que llegaron a Miami a principio
de los 60. Una vez en el ascensor del hotel les dije, “Oigan, no soy yo el
terrorista”.
El primer día que llegué a El Paso para el caso de Luis Posada
Carriles, uno de sus seguidores-Sergio Díaz-vinculado a Alpha 66 me amenazó de
muerte. Lo miré cuando me amenazó. Sus ojos chispeaban del odio que brotaba
desde sus entrañas. Hice lo que aconsejan ante esas amenazas. Lo reporté al FBI
y a los medios. Al otro día, un joven jornalero mexicano me reconoció mientras
caminaba hacia la corte a dos cuadras del hotel.
“¿No es usted el cubano que los terroristas amenazaron aquí en
El Paso anoche? Le respondí que sí. “Fíjese”, me dijo, “vivo con unos amigos no
muy lejos de acá. Si quiere, puede hospedarse con nosotros”. Y añadió, “Nos
gustaría ayudarlo. Queremos mucho a la Revolución cubana y al Presidente Chávez
de Venezuela”. Le di las gracias, pero por principio decidir seguir en el mismo
hotel.
Ese odio miamense nutre la solidaridad de los demás con
nosotros y fortalece nuestra propia cubanía. Dondequiera que estemos. Nada hace
más visible al bien que la maldad.
Fue un odio feroz a la Revolución lo que precipitó las condenas
contra nuestros Cinco Hermanos en Miami. Fue ese odio el que impulsó a la jueza
a sancionarlos a largas sentencias carcelarias por el simple hecho de tratar de
protegernos de los terroristas; de unos traidores que los Estados Unidos
inspiraron, armaron y desencadenaron contra Cuba. Unos terroristas que
Washington viene protegiendo hace ya más de cincuenta años.
Pero por cada cubano que el odio miamense asesina nacen mil
patriotas. Por cada ley injerencista norteamericana diseñada por Washington para
apoderarse de Cuba, se fortalece el sentido de Patria cubana, que nos toca
defender. Y nadie lo hará por nosotros, hermanos.
Nos toca defender a los Cinco. Nos toca, y asumimos esa defensa
con honor y cubanía. Nos toca defender a Cuba ante los yankis y los pitiyankis
en Miami que quieren convertir a nuestra nación en una colonia como Puerto
Rico.
Que Washington nos escuche; que sepa que nosotros los cubanos
que residimos en el exterior estamos orgullosos de nuestra cubanía; que tenemos
un profundo sentido de Patria; que condenamos el bloqueo; que condenamos la
política injerencista norteamericana. No es nada más que una moderna Enmienda
Platt. Exigimos la inmediata suspensión del programa de “cambio de régimen”
engendrado por George W. Bush y ahora continuado por Barack Obama.
Cuba no es de Washington, ni de Miami. Es de los cubanos que la
defienden y la respiran.
No descansaremos hasta que liberen a nuestros Cinco
Hermanos.
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