¿Por qué no dijo una sola palabra sobre las Islas Malvinas, ni exigió el respeto de los derechos soberanos de la hermana nación Argentina?
La Cumbre de Cartagena tiene escenas que no serán fáciles de olvidar. Es cierto que la misma implicó un enorme esfuerzo. A pesar de las horas transcurridas no tenemos idea de lo ocurrido en el almuerzo con que Santos intentó reponer el colosal desgaste de energía que los participantes invirtieron en esa cita.
Para quien resulte entretenido, pocas veces en su vida tendrá oportunidad de ver los rostros de más de 30 líderes políticos enfrentados a las cámaras de televisión, desde que se bajaban del carro hasta que, en un heroico esfuerzo final tras vencer el largo y alfombrado pasillo, ascendían los diez o doce escaloncitos a la altura del escenario donde sonriente y feliz los esperaba el anfitrión. En eso no valía juventud, edad, pies planos, rótulas operadas o dificultades en una o las dos piernas. Estaban obligados a seguir hasta la cúspide. Ricos o pobres debían cumplir el ceremonial.
Curiosamente Obama fue el único que aprovechó ese trayecto para hacer un entrenamiento deportivo. Como iba solo le resultó más fácil: adoptó una pose deportiva y subió los escalones trotando.
Las mujeres, como acompañantes o Jefes de Estado, son las que mejor lo hicieron. Una vez más demostraron que las cosas en el mundo marcharían mejor si ellas se ocuparan de los asuntos políticos. Tal vez habría menos guerra, aunque nadie puede estar seguro de eso.
Cualquiera diría que, por obvias razones políticas, la figura que peor impresión me causaría sería Obama.
Sin embargo no fue así. Lo observé pensativo y a veces bastante ausente. Era como si durmiera con los ojos abiertos. No se conoce cuánto descansó antes de llegar a Cartagena, con qué generales habló, qué problemas ocupaban su mente. Si estaría pensando en Siria, Afganistán, Irak, Corea del Norte o Irán. Con seguridad, desde luego, en las elecciones, las jugadas del Tea Party y los planes tenebrosos de Mitt Romney. A última hora, poco antes de la Cumbre, decidió que las contribuciones de los más ricos deben alcanzar por lo menos el 30% de sus ingresos, como ocurría antes de Bush hijo. Desde luego que eso le permite presentarse frente a la derecha republicana con una imagen más diáfana de su sentido de justicia.
Pero el problema es otro: la enorme deuda acumulada por el gobierno Federal que rebasa los 15 millones de millones de dólares, lo cual demanda recursos que suman no menos de 5 millones de millones de dólares. El impuesto a los más ricos aportará alrededor de 50 000 millones de dólares en diez años, mientras la necesidad de dinero se eleva a 5 millones de millones. Recibiría por tanto un dólar por cada 100 de los que necesita. El cálculo está al alcance de un alumno con 8 grados de escolaridad.
Recordemos bien lo que reclamó Dilma Rousseff: “relaciones ‘de igual a igual’ con Brasil y el resto de América Latina”.
“La zona euro ha reaccionado a la crisis económica a través de una expansión monetaria, provocando un ‘tsunami’ que aprecia la moneda brasileña y afecta la competitividad de la industria nacional”, declaró.
A Dilma Rousseff, una mujer capaz e inteligente, no se le escapan esas realidades y sabe plantearlas con autoridad y dignidad.
Obama, acostumbrado a decir la última palabra, sabe que la economía de Brasil surge con impresionante fuerza, que asociada a las economías como las de Venezuela, Argentina, China, Rusia, Sudáfrica y otras de América Latina y el mundo, trazarían el futuro del desarrollo mundial.
El problema de los problemas es la tarea de preservar la paz de los riesgos crecientes de una guerra que con el poder destructivo de las armas modernas ponen la humanidad al borde del abismo.
Veo que las reuniones en Cartagena se prolongan y las realidades edulcoradas se alejan. De las guayaberas obsequiadas a Obama no se habló. Alguien tendrá que encargarse de indemnizar al diseñador de Cartagena, Edgar Gómez.
Fidel Castro Ruz
Abril 14 de 2012
9 y 58 p.m.
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