por Abel Prieto Jiménez
Presidente de la Casa de Las Américas
Tomado del blog "El vuelo del gato"
Presidente de la Casa de Las Américas
Tomado del blog "El vuelo del gato"
- Hoy la naturaleza inhumana del capitalismo y su versión más obscena, el neoliberalismo, ha sido desnudada por el coronavirus. Su rostro satánico quedó expuesto, sin máscaras ni afeites. Se han abierto grietas muy hondas en el espejismo fabricado durante tantos años por la maquinaria de dominación informativa y cultural
Los
pícaros simularon trabajar, encerrados en una habitación, hasta que anunciaron
que el traje estaba listo. Vino el rey a probárselo, junto a un grupo de
cortesanos; pero nadie vio traje alguno. Todos (incluido el propio rey)
pensaron con angustia que eran hijos de padres desconocidos, fingieron apreciar
la prenda y la alabaron teatralmente.
El rey se
vistió el día de la fiesta con el supuesto vestido y, montado en su caballo,
salió en procesión por las calles de la villa. Los pobladores se percataban de
la realidad mientras desfilaba su rey; pero, por miedo a ser moralmente
reprobados, callaban. Hasta que un niño inocente exclamó “¡el rey va desnudo!”
y logró sin proponérselo que todos descubrieran la farsa.
Con el
grito del niño de la fábula de Andersen se hizo pedazos, como por encanto, la
mentira generalizada. Hoy la naturaleza inhumana del capitalismo y su versión
más obscena, el neoliberalismo, ha sido desnudada por el coronavirus. Su rostro
satánico quedó expuesto, sin máscaras ni afeites. Se han abierto grietas muy
hondas en el espejismo fabricado durante tantos años por la maquinaria de
dominación informativa y cultural.
Fidel lo
repitió muchas veces: “el neoliberalismo conduce al mundo entero al
genocidio”;“el capitalismo es un genocidio para el mundo de hoy”.Y lo dijo con
un énfasis particular cuando se derrumbó el socialismo en Europa y el coro
triunfal de la derecha celebró el advenimiento del Reino Absoluto del Mercado
como sinónimo de “libertad” y “democracia”, mientras buena parte de la
izquierda mundial se replegaba, desmoralizada.
Como el
rey, “el sistema está desnudo, ya no es posible ocultar su realidad fatal con
alienación cultural”, asevera Juan Manuel P. Domínguez.
Muchas
otras evaluaciones de economistas, filósofos, periodistas, politólogos,
reiteran que el coronavirus ha retirado bruscamente el velo de la supuesta
bonanza neoliberal para descubrirla ferocidad del sistema, sus abismos de
injusticia y desigualdad. Ha funcionado, al igual que el grito del niño de
Andersen, como un instrumento que destapa, desenmascara, y nos enfrenta
crudamente a la realidad.
Según
Anne Applebaum, “las epidemias revelan verdades soterradas sobre las sociedades
en que impactan”. El coronavirus “ya lo ha hecho a una velocidad
aterradora”. Y concluye:
“La
crisis actual es el resultado de décadas de falta de inversiones en la función
pública, de la burocracia despectiva en la sanidad pública y otras áreas y,
sobre todo, de la subvaloración de la planificación a largo plazo.”
Franco
“Bifo” Berardi considera que la pandemia estalló en un momento de crisis
profunda del sistema:
“Hace
tiempo que el capitalismo se encontraba en un estado de estancamiento
irremediable. Pero seguía fustigando a los animales de carga que somos, para
obligarnos a seguir corriendo, aunque el crecimiento se había convertido en un
espejismo triste e imposible. No podemos saber cómo saldremos de la pandemia
cuyas condiciones fueron creadas por el neoliberalismo, por los recortes a la
salud pública, por la hiperexplotación nerviosa.”
Y Marco
Teruggi nos recuerda oportunamente que la tendencia antineoliberal promovida
por el coronavirus “venía en crecimiento en América Latina, con los
levantamientos del año pasado en Ecuador, Chile o la victoria electoral del
Frente de Todos en Argentina”.
Este sí,
este no
Uno de
los rasgos del sistema que la pandemia ha sacado a la luz tiene que ver con el
dilema ético en que se han visto los médicos obligados a elegir (ante la
escasez de respiradores y medicamentos indispensables, de camas en hospitales y
unidades de cuidados intensivos) entre enfermos que pueden considerarse
“salvables” y aquellos “insalvables”, más viejos, más frágiles, con mayores
complicaciones.
Ingar
Solty advierte:
“…desde
un punto de vista médico, la gran mayoría de muertes se podrían evitar. Los
mecanismos de selección están rompiendo los corazones del personal sanitario,
cuya misión consiste en salvar vidas.”
El médico
neumólogo argentino Ricardo Gené publicó un texto perturbador titulado “Este
sí, este no”:
“…a pesar
de los avances del conocimiento, el desarrollo y la tecnología, veo y
escucho absorto a médicos de España e Italia contar que hacen esto a diario:
elegir por edad a quién ventilar o no; o peor aún, por expectativa de vida,
dejarlos en su casa, con analgésicos potentes a morir en soledad, sin la
atención necesaria y despidiéndose por teléfono de sus seres queridos.”
El doctor
Gené resume su angustia con estas palabras estremecedoras:
“¿Qué ha
pasado en este mundo, injusto, desigual y criminal? ¿Por qué han empleado políticas
que ahora queda muy claro que son políticas que matan? Vivo a diario con
temor de que la pandemia nos llegue con esa infectividad tremenda
y que tengamos que pasar por ese límite maldito, por esa disyuntiva
tremenda de decir: sí o no. De decir: Este sí, este no.”
La
clasificación de “salvables” e “insalvables” se ha visto a otra escala, entre
gobiernos, entre países, según Judith Butler. Y pone como ejemplo grotesco
el esfuerzo de Trump de anotarse “puntos políticos” para su
reelección con la compra de los derechos de la vacuna contra el
coronavirus de una compañía alemana: “¿Imagina (Trump) que la mayoría de
la gente piensa que es el mercado quien debería decidir cómo se desarrolla y
distribuye la vacuna?”
Evidentemente
sí. Para él la “racionalidad” del mercado es la única comprensible. Estaba
seguro de que sería muy aplaudido con un golpe de efecto que le permitiera
fanfarronear de haber obtenido de forma exclusiva la referida vacuna, ante las
cámaras y en Twitter, como un Superhéroe, mientras el resto del planeta sufría
el crecimiento del contagio y la humillación.
“La
desigualdad social y económica (continúa Butler) asegurará que el virus
discrimine. El virus por sí solo no discrimina, pero los humanos lo
hacemos, modelados como estamos por los poderes entrelazados del nacionalismo,
el racismo, la xenofobia y el capitalismo.”
El íntimo
conflicto, tan dramático y doloroso, que obliga hoy a los profesionales de la
salud de muchos países a aplicar “mecanismos de selección” entre sus pacientes
no llegó al mundo con el coronavirus.
Para
Solty (como para todos los analistas que no están al servicio del sistema), es
obvio que llegó mucho antes:
“El
carácter privado y lucrativo de la atención sanitaria ha sido la garantía de
que surgiera la Covid-19 tal como lo hizo. Hoy cosechamos los frutos de
aquellas medidas económicas.”
La visión
de los servicios de salud y de la industria farmacéutica como un lucrativo
negocio, donde no hay pacientes sino clientes, sienta las bases quejustifican
definitivamente la división entre “salvables” e “insalvables”.
David
Harvey asegura que “la industria farmacéutica privada apenas tiene interés, si
es que lo tiene, en realizar investigaciones no rentables sobre las
enfermedades infecciosas”:
“La
industria farmacéutica rara vez invierte en prevención. No está muy interesada
en invertir en estar preparados para una crisis de salud pública. Le encanta
diseñar remedios. Cuanto más enferma esté la gente, más dinero ganan. El modelo
de negocio aplicado al servicio público de salud ha eliminado las capacidades
excedentarias que harían falta en un caso de emergencia.”
Harakiri,
malthusianismo, neoliberalismo
Hace
apenas siete años,un viceprimer ministro y ministro de Finanzas de Japón
solicitó ásperamente a los ancianos de su país que se hicieran el harakiri para
aliviar de cargas innecesarias al presupuesto (El País, 26-1-2013). Es
monstruoso; pero habría que agradecerle su didáctica franqueza. (Por cierto, el
vicegobernador de Texas, Dan Patrick, hizo el pasado 23 de marzo un comentario
muy parecido.)
De hecho,
la pareja siniestra de malthusianismo y neoliberalismo se ha venido denunciando
desde hace años:
“Es común
oír a los neoliberales diciendo que cuando se trata de salvar al cuerpo puede
ser recomendable la amputación de una pierna. Socialmente eso equivale a la
creencia maltusiana según la cual sobran cerca de 3.000 millones de pobres. Los
neoliberales han sido muy claros en cuanto a sus propósitos: la justicia es la
que el mercado va estableciendo mediante la competencia y las oportunidades que
ofrece a los “eficientes”. Los “eficientes” triunfan, los “ineficientes”
fracasan.” (Julio Escalona)
“Da la
impresión de que el sistema neoliberal y la economía de mercado han venido a
reducir la población y frenar el crecimiento demográfico, como venía reclamando
Malthus hace doscientos años. La fuerza que empuja las ideas malthusianas es la
de los negocios, ni más ni menos. La ganancia está por encima de la gente, en
especial de aquella cuya vida resulta descartable. (…) Cientos de millones de
personas han dejado de importar. Han quedado excluidas. Sus vidas, su dignidad,
ya no importan. Si algo debería sacralizarse en los tiempos que corren es a la
persona humana, a hombres y mujeres aherrojados, devaluados por el sistema
neoliberal. Pero, lo que se sacraliza en realidad, es al mercado por sobre la
dignidad humana.” (Elías Neuman)
Este
modelo implica, por supuesto, que el Estado abandone toda responsabilidad con
respecto a la población y se convierta en un servidor de “los grandes
consorcios financieros”.
Para
Neuman:
“Se ha
diluido el sentimiento ético con respecto a la vida y la seguridad. La
inseguridad social constituye un paradigma del modelo de sociedad preconizado
por el neoliberalismo de la mano de la globalización y el capitalismo
financiero, que requieren en su voracidad debilitar al Estado. El Estado
ausente de la vida de las mayorías excluidas y sin chance, hace abortar de modo
violento la aspiración de justicia y deslegitima a la democracia.”
Ya en
medio de la pandemia, Juan Manuel P. Domínguez subraya cómo se manifiesta ahora
este bárbaro malthusianismo:
“…ante
esta situación de aniquilación y muerte masiva (las élites) no ocultan su
desprecio por las vidas de aquellos con quienes conviven en este mundo. Ni por
los Estados que intentan tomar cartas providenciales en el asunto. En un
momento de muerte inminente, el capital muestra de manera abierta su
irracionalidad, histeria y egoísmo. No parece casualidad que, tres líderes
políticos que en el continente americano tenían actitudes similares de
desprecio por la gravedad de la situación, Trump, Bolsonaro, Piñera, fueran al
mismo tiempo los máximos representantes de la ideología neoliberal en la
región.”
Tiene
razón: no es casualidad. Resulta totalmente natural que la primera reacción de
los políticos neoliberales ante el brote epidémico haya sido restarle
importancia y mirar hacia otra parte, sobre todo para no afectar la
economía.Por supuesto, dentro de su lógica inspirada en Malthus y en el llamado
“darwinismo social”, el coronavirus debía concentrarse en “los perdedores”, en
“los menos aptos”, en gente “ineficiente”, sin seguro médico ni los recursos
mínimos para sobrevivir, en las razas “inferiores”, migrantes o no, en el
populacho “descartable”, en aquellos cuya vida y dignidad no tienen ningún
valor para el sistema, en los que deben hacerse de una vez el haraquiri. Pero
la epidemia, como sabemos, fue más lejos de lo previsto, podía traer
consecuencias políticas yelectorales, y hubo que cambiar de manera oportunista
el discurso.
David
Gómez Rodríguez acude a un episodio de la Francia de la Restauración para
ilustrar la filosofía malthusiana-neoliberal del presente. Nos recuerda la
expedición hacia la colonia de Senegal en 1816 de la fragata “La Medusa” y la
conducta de su capitán, el Vizconde Hugues Duroy De Chaumareys. Cuando encalló
la embarcación, este aristocrático capitán decidió quiénes podrían acompañarlo
en los botes salvavidas (una lista muy selecta) y dejó atrás, en una balsa precaria,
a 147 tripulantes sin esperanza alguna. Estos “descartables”, en su
desesperación, llegaron a acudir al canibalismo. Murieron 132 tras tormentos
atroces.
“Trump
hizo lo mismo que De Chaumareys (subraya Gómez Rodríguez), hoy EE. UU. sabe que
perderán entre 100.000 y 240.000 vidas como mínino, el presidente se preocupa
solo por la élite; es la misma actitud que toma el presidente Lenin Moreno en
Ecuador, anunciando como un logro del gobierno, un plan para recoger cadáveres
de la calle, luego de días de abandono. En tal contexto es importante recordar
que, según la OMS, más de 100 millones de personas están en la pobreza, pues
por no tener protección social se ven forzadas a pagar su atención sanitaria.La
tripulación de esa balsa (…) es la humanidad a la que hoy están lanzando por la
borda. La verdadera crisis se manifiesta en el colapso de una estructura
de poder piramidal sobre la base insostenible de una economía que pone como
centro al capital y no al desarrollo humano, estructura a la que personajes como
Trump pretenden seguir salvando a costa del canibalismo, ese será su
naufragio.”
La
cuarentena refuerza la injusticia, la discriminación, la exclusión social
Es
demagógico y falso el discurso de las élites que asegura que el coronavirus
“nos iguala”, ya que ataca a ricos y pobres por igual. “La pandemia sí entiende
de clases sociales”, responde Carmen San José. Y añade: “No, no vamos a salir
unidas y unidos de esta pandemia; porque no lo estamos, ni en esto ni en
ninguna otra situación.”
Ingar
Solty nos recuerda que “tal como sucedió durante la mortal gripe española de
1918-1919, las vulnerabilidades durante una crisis tienen un fuerte y marcado
sesgo de clase”. Y pone varios ejemplos actuales muy amargos:
“La
manera más evidente y directa en que las desigualdades sociales afectan de modo
diferente a la clase capitalista y a la clase trabajadora durante una crisis
sanitaria la muestra el nuevo fenómeno de los médicos-conserje. Se trata de
médicos que solo prestan servicio a clientes particulares ricos que les pagan
por su asistencia durante las 24 horas del día. Mientras cunde la crisis del
coronavirus, la gente rica puede someterse a la prueba de detección del virus,
aunque no tenga síntomas, recibe concentradores de oxígeno, máscaras
respiratorias, etc., mientras que gente trabajadora con síntomas de Covid-19 ha
de luchar por que le hagan la prueba y luego pagar la factura. Cuando todo el
mundo tiene que optar por huir en vez de luchar, los capitalistas más ricos
(…)huyen a su manera exclusiva. Los viajes en avión privado se han multiplicado
por diez. Multimillonarios (…) se refugian en su segura segunda residencia en
el país o en el extranjero, donde el mismo confinamiento se soportará de un
modo muy distinto que el que ha de sufrir la clase obrera.”
Un reportaje
de The New York Times (“Servicios de salud boutique, yates,
aviones privados y escondites a prueba de gérmenes”), de Alex
Williams y Jonah Engel Bromwich, explica en detalle cómo las élites
“no reparan en gastos para minimizar su experiencia con el coronavirus”. Se
construyen instalaciones aisladas, más inaccesibles que el búnker de Hitler,
con máximo confort; pagan lo que llaman “consultas boutique”, con
equipamiento médico y atención especializada a domicilio; viajan en yates o
aviones privados a sitios adonde no ha llegado hasta ahora el virus; y se
permiten curiosos caprichos y extravagancias.
Hay
“famosos” que compran gel antibacterial de marca y nasobucos excepcionales y
muy caros. Incluso, se hacen selfies en las redes para lucirlos. Uno prefiereun
elegante “tapabocas urbano” de una compañía sueca llamada Airinum, que cuenta
con cinco capas de filtración y un “acabado ultrasuave ideal para el contacto
con la piel”. Otros adquieren los que fabrica Cambridge Mask Co., una empresa
británica que usa lo que llama “capas de filtrado de partículas y carbono de
grado militar”.
En las
antípodas de estos millonarios, están los grupos que enumera Boaventura de
Sousa Santos. “Tienen en común una vulnerabilidad especial que precede a
la cuarentena y se agrava con ella”:
“Esos
grupos conforman lo que llamo el Sur. En mi concepción, el Sur no designa
un espacio geográfico. Designa un espacio-tiempo político, social
y cultural. Es la metáfora del sufrimiento humano injusto causado por
la explotación capitalista, por la discriminación racial y sexual.”
Mujeres,
trabajadores precarios e informales, vendedores ambulantes, moradores en las
periferias pobres de las ciudades (favelas, barriadas, slums, caniço,
etc.), ancianos, internados en campos de refugiados, inmigrantes
indocumentados, poblaciones desplazadas internamente, personas con discapacidad
—con precisión de cirujano, Sousa Santos examina cada tragedia específica de
estos grupos vulnerables.Y se hace (y nos hace) preguntas que son dardos:
“¿Cómo
será la cuarentena para aquellos que no tienen hogar? Personas sin hogar,
que pasan las noches en viaductos, estaciones abandonadas de metro o tren,
túneles de aguas pluviales o túneles de alcantarillado en tantas ciudades
del mundo. En EEUU los llaman tunnel people. ¿Cómo será la cuarentena en
los túneles?”
Aunque el
panorama que traza Sousa Santos es aterrador, él mismo nos aclara que “la lista
de los que están al Sur de la cuarentena está lejos de ser exhaustiva”.
Basta, sin embargo, para demostrar su tesis:
“…la cuarentena
no solo hace más visible, sino que refuerza, la injusticia, la
discriminación, la exclusión social y el sufrimiento injusto que causan.
Resulta que tales asimetrías se vuelven más invisibles frente al pánico
que afecta a los que no están acostumbrados al mismo.”
A los
grupos vulnerables mencionados por Sousa Santos habría que sumar a latinos y
negros de EEUU. Una encuesta que se conoció el 25 de marzo señala que los
hispanos son más proclives que los estadounidenses en general a contagiarse con
la Covid 19. El 8 de abril circularon unas declaraciones del cirujano general
Jerome Adams, uno de los portavoces del gobierno en temas de salud:“Muchos
estadounidenses negros (dijo) están en mayor riesgo ante la COVID-19”. Los
hispanos son el 29 % de la población de Nueva York y representan sin embargo el
34 % de las muertes por el virus en la ciudad. La comunidad negra neoyorkina
también se está viendo particularmente amenazada: acumula el 28 % de los
fallecimientos pese a representar únicamente el 22 % de la población.
Preguntas
sobre el futuro
¿Qué
pasará después de la epidemia?, se preguntan muchos. Entre ellos, Slavoj Zizek,
quien ha visto en el Covid-19 “un golpe de Kill Bill al capitalismo”, el arribo
de “un comunismo renovado” o, en cambio, “la barbarie”. Otros, muy pesimistas,
ven en la pandemia una oportunidad para el sistema de reforzar su control y de
hacerlo más cruel. Muchos no se atreven a hacer predicciones; pero coinciden en
que no resulta concebible volver al estado de cosas anterior.
El propio
António Guterres, Secretario General de la ONU, ha sentenciado:
“Simplemente
no podemos regresar a donde estábamos antes de que golpeara el COVID-19, con
sociedades innecesariamente vulnerables a la crisis. La pandemia nos ha
recordado, de la manera más dura posible, el precio que pagamos por las
debilidades en los sistemas de salud, las protecciones sociales y los servicios
públicos. La pandemia ha subrayado y exacerbado las desigualdades, sobre todo
la desigualdad de género. Ha puesto de relieve los desafíos actuales en materia
de derechos humanos, incluidos el estigma y la violencia contra las
mujeres. Ahora es el momento de redoblar nuestros esfuerzos para
construir economías y sociedades más inclusivas y sostenibles, que sean más
resistentes frente a las pandemias, el cambio climático y otros desafíos
globales.”
Javier De
Lucas declara tajantemente que no quiere “volver a la normalidad anterior”:
“…esa
manera de entender la política que olvida o subordina siempre lo que realmente
importa(…). No quiero volver a esa normalidad en la que los ancianos estorban,
a los que lloramos hipócritamente después de haberlos confinado, confinado, sí,
fuera de nuestra vista.”
Juan
Manuel P. Domínguez escucha con atención “las voces críticas cada vez más
presentes en las redes sociales y los medios alternativos” y abriga la
esperanza de que la crisis las haga “cada vez más influyentes” frente a un
neoliberalismo “inmovilizado por el virus”.
“Además,
nadie quiere, salvo el puñado de magnates que se enriquecieron con la salvaje
rapiña perpetrada durante la era neoliberal, que el mundo vuelva a ser como
antes” —afirma Atilio Borón, en la más lúcida reflexión que se ha escrito en
torno a esta crisis.
Para
Atilio, “la primera víctima fatal” de la pandemia “fue la versión neoliberal
del capitalismo”; aunque no cree “que el virus en cuestión haya obrado el
milagro de acabar no sólo con el neoliberalismo sino también con la estructura
que lo sustenta: el capitalismo como modo de producción y como sistema
internacional”. “Pero la era neoliberal (señala) es un cadáver aún insepulto
pero imposible de resucitar.”
El
capitalismo, en cambio, como dijo Lenin, “no caerá si no existen las fuerzas
sociales y políticas que lo hagan caer”. Sobrevivió a la llamada “gripe
española” y “al tremendo derrumbe global” de la Gran Depresión. Ha demostrado
“una inusual resiliencia (ya advertida por los clásicos del marxismo) para
procesar las crisis e inclusive salir fortalecido de ellas”:
“Pensar
que en ausencia de aquellas fuerzas sociales y políticas señaladas por el
revolucionario ruso (que de momento no se perciben ni en EEUU ni en los países
europeos) ahora se producirá el tan anhelado deceso de un sistema inmoral,
injusto y predatorio, enemigo mortal de la humanidad y la naturaleza, es
más una expresión de deseos que producto de un análisis concreto.
Atilio
nos propone como hipótesis de trabajo:
“…una
transición hacia el postcapitalismo (…) con avances profundos en algunos
terrenos: la desfinanciarización de la economía, la desmercantilización de la
sanidad y la seguridad social, por ejemplo, y otros más vacilantes, tropezando
con mayores resistencias de la burguesía, en áreas tales como el riguroso
control del casino financiero mundial, la estatización de la industria
farmacéutica (…), las industrias estratégicas y los medios de comunicación,
amén de la recuperación pública de los llamados “recursos naturales…”
Un mundo
post-pandémico con “mucho más estado y mucho menos mercado” y masas populares
más conscientes y politizadas (gracias a las amarguísimas lecciones del virus y
del neoliberalismo) y “propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas,
inclusive socialistas”. En medio, además, de una nueva geopolítica, con el
imperialismo estadounidense desacreditado, carente del liderazgo de otros
tiempos, “y su prestigio internacional muy debilitado”:
“China
pudo controlar la pandemia y EEUU no; China, Rusia y Cuba ayudan a combatirla
en Europa, y Cuba, ejemplo mundial de solidaridad, envía médicos y medicamentos
a los cinco continentes mientras que lo único que se les ocurre a quienes
transitan por la Casa Blanca es enviar 30.000 soldados para un ejercicio
militar con la OTAN e intensificar las sanciones contra Cuba, Venezuela e Irán,
en lo que constituye un evidente crimen de guerra.”
Fidel:
“sembrar ideas, sembrar conciencia”
El
escenario posterior a la pandemia representa, para Atilio, un “tremendo
desafío” para “todas las fuerzas anticapitalistas del planeta” y “una
oportunidad única, inesperada, que sería imperdonable desaprovechar”. Hay que
“concientizar, organizar y luchar, luchar hasta el fin”. Y evoca a Fidel en
aquella reunión de la Red “En defensa de la Humanidad”, en medio de la Feria
del Libro de 2012:
“…si a
ustedes les dicen: tengan la seguridad de que se acaba el planeta y se acaba
esta especie pensante, ¿qué van a hacer, ponerse a llorar? Creo que hay que
luchar, es lo que hemos hecho siempre.”
Hace muy
bien Atilio en recordar a Fidel ante la crisis, la incertidumbre, el horror y
el espectáculo del neoliberalismo, desnudo y en ridículo como el rey de la
fábula. Y también ante las esperanzas que pudieran abrirse.
Cuba,
gracias a Fidel, a sus ideas, a su obra monumental, ha puesto la medicina, la
ciencia y todas las fuerzas del Estado al servicio del ser humano y en
particular de los más vulnerables, en su territorio y en todas partes. Si vamos
a pensar en serio en un mundo futuro postcapitalista, hay que recordar, como
Atilio, a Fidel y a Cuba.
Nuestros
médicos y enfermeros internacionalistas anticipan día a día esa utopía con la
que muchos sueñan ahora.
10 de
abril de 2020
Fuente:
Granma
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